Por Carlos HERRERA/ www.carlosherrera.com
ABC, 8 de abril de 2005
SI no se quiere entender que no se entienda, pero que no se aduzca ignorancia acerca del hecho sociológico más sorprendente de estas últimas décadas. Roma revienta. En Roma no se cabe. Roma estalla en fervores interpretables desde el rigor científico o desde la Fe, como quieran, y ofrece una imagen inusitada por la que muy pocos hubieran apostado meses atrás. ¿Qué mueve a millones de personas a desplazarse hacia todo tipo de incomodidades con tal de despedirse durante dos segundos de un hombre muerto? ¿Sólo el «respeto»?
Ha dicho el fenómeno de Rodríguez Zapatero, presidente de Todos y de Todas, que él entiende que las muestras de dolor no deben incorporar «exhibicionismo» y que, por lo tanto, lo más respetuoso es guardar silencio. Ya sabemos, pues, qué representan para este joven y apuesto dirigente mundial aquellos que aguardan bajo el frío romano: no dejan de ser una reata de exhibicionistas que hacen impúdica ostentación de un dolor que mejor estaría oculto en los territorios particulares en los que hay que recluir las muestras de religiosidad. Difícilmente el sectarismo que adorna a nuestro líder puede llegar más lejos. Sólo resulta comparable al grupo de necios que mantuvo su culo pegado al asiento cuando en el Congreso decidieron homenajear a Juan Pablo II con un minuto de silencio. La característica común de su origen catalán hace pensar que se trataba de una repulsa rotunda por la falta de compromiso del Papa para con el idioma de Pompeu i Fabra: no sabía Wojtyla cuando accedió al papado que una de sus obligaciones principales era velar por la inmersión lingüística. Se dedicó al Dogma, al ecumenismo, a la reconciliación, al Muro, minucias todas, sin saber que eso le iba a costar tamaño rapapolvo. Pobre. Aseguran, por cierto, que el Gobierno de la Nación Más Laica Que En El Mundo Hay optó por no comparecer en ese acto de reconocimiento para ser consecuente con la postura de su presidente, cosa que, conociendo el paño, estoy dispuesto a creerme plenamente.
Pero digo que quien no quiera entender que las masas -esta vez oceánicas- que peregrinan a Roma representan a una civilización, a una forma de entender la vida, a una ideología espiritual nacida del Humanismo Cristiano, no hacen sino taparse los ojos ante una realidad que acabará por arrollarles. Gobernar de espaldas a ello es demostrar nula capacidad para la interpretación histórica, y ese es uno de los peores pecados que puede cometer un dirigente. La imagen de tres presidentes norteamericanos -a los que más de una vez reprendió Wojtyla- arrodillados ante su cadáver dice mucho: sin siquiera ser católicos demuestran más perspicacia que este petimetre del laicismo que ha sido incapaz de superar ese rancio rencor que abriga la mitad de sus acciones -de alguien que ha basado su plática y su prédica en cuatro frases hechas y en tres conceptos vacíos de contenido tampoco deberíamos esperar mucho más-. Reparemos en que quien se arrodilla ante su cadáver es el presidente que puso en marcha una guerra inacabable basada en justificaciones falsas. Y reparemos que se arrodilla ante quien se opuso a ella. Y sigamos reparando que hasta sujetos como Fidel Castro -ahí sí que creo que había hipocresía y exhibicionismo- llegó a comulgar, supongo que sin confesarse antes como resultaría preceptivo, en memoria de su «amigo».
Hoy se celebrará un funeral que puede marcar un antes y un después. Quien presuma de estar alerta para saber qué quiere y siente la gente de la calle debería estar muy atento. Quien asegure que hay que escuchar a diario a la ciudadanía y obrar en consecuencia debería aprender a interpretar las reacciones espontáneas de millones de seres humanos que parecen haber salido de la nada pero que, por lo visto, estaban ahí. Y hacer un esfuerzo hercúleo por no decir tonterías.
ABC, 8 de abril de 2005
SI no se quiere entender que no se entienda, pero que no se aduzca ignorancia acerca del hecho sociológico más sorprendente de estas últimas décadas. Roma revienta. En Roma no se cabe. Roma estalla en fervores interpretables desde el rigor científico o desde la Fe, como quieran, y ofrece una imagen inusitada por la que muy pocos hubieran apostado meses atrás. ¿Qué mueve a millones de personas a desplazarse hacia todo tipo de incomodidades con tal de despedirse durante dos segundos de un hombre muerto? ¿Sólo el «respeto»?
Ha dicho el fenómeno de Rodríguez Zapatero, presidente de Todos y de Todas, que él entiende que las muestras de dolor no deben incorporar «exhibicionismo» y que, por lo tanto, lo más respetuoso es guardar silencio. Ya sabemos, pues, qué representan para este joven y apuesto dirigente mundial aquellos que aguardan bajo el frío romano: no dejan de ser una reata de exhibicionistas que hacen impúdica ostentación de un dolor que mejor estaría oculto en los territorios particulares en los que hay que recluir las muestras de religiosidad. Difícilmente el sectarismo que adorna a nuestro líder puede llegar más lejos. Sólo resulta comparable al grupo de necios que mantuvo su culo pegado al asiento cuando en el Congreso decidieron homenajear a Juan Pablo II con un minuto de silencio. La característica común de su origen catalán hace pensar que se trataba de una repulsa rotunda por la falta de compromiso del Papa para con el idioma de Pompeu i Fabra: no sabía Wojtyla cuando accedió al papado que una de sus obligaciones principales era velar por la inmersión lingüística. Se dedicó al Dogma, al ecumenismo, a la reconciliación, al Muro, minucias todas, sin saber que eso le iba a costar tamaño rapapolvo. Pobre. Aseguran, por cierto, que el Gobierno de la Nación Más Laica Que En El Mundo Hay optó por no comparecer en ese acto de reconocimiento para ser consecuente con la postura de su presidente, cosa que, conociendo el paño, estoy dispuesto a creerme plenamente.
Pero digo que quien no quiera entender que las masas -esta vez oceánicas- que peregrinan a Roma representan a una civilización, a una forma de entender la vida, a una ideología espiritual nacida del Humanismo Cristiano, no hacen sino taparse los ojos ante una realidad que acabará por arrollarles. Gobernar de espaldas a ello es demostrar nula capacidad para la interpretación histórica, y ese es uno de los peores pecados que puede cometer un dirigente. La imagen de tres presidentes norteamericanos -a los que más de una vez reprendió Wojtyla- arrodillados ante su cadáver dice mucho: sin siquiera ser católicos demuestran más perspicacia que este petimetre del laicismo que ha sido incapaz de superar ese rancio rencor que abriga la mitad de sus acciones -de alguien que ha basado su plática y su prédica en cuatro frases hechas y en tres conceptos vacíos de contenido tampoco deberíamos esperar mucho más-. Reparemos en que quien se arrodilla ante su cadáver es el presidente que puso en marcha una guerra inacabable basada en justificaciones falsas. Y reparemos que se arrodilla ante quien se opuso a ella. Y sigamos reparando que hasta sujetos como Fidel Castro -ahí sí que creo que había hipocresía y exhibicionismo- llegó a comulgar, supongo que sin confesarse antes como resultaría preceptivo, en memoria de su «amigo».
Hoy se celebrará un funeral que puede marcar un antes y un después. Quien presuma de estar alerta para saber qué quiere y siente la gente de la calle debería estar muy atento. Quien asegure que hay que escuchar a diario a la ciudadanía y obrar en consecuencia debería aprender a interpretar las reacciones espontáneas de millones de seres humanos que parecen haber salido de la nada pero que, por lo visto, estaban ahí. Y hacer un esfuerzo hercúleo por no decir tonterías.
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