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Con el pretexto de la muerte

Ramón Piedra Sánchez, profesor titular de álgebra de la universidad de sevilla
GRANADA HOY, 14 de abril de 2005
LA reacción popular de cariño y admiración por Juan Pablo II viene desbordando hasta límites inimaginables todas las previsiones. Los medios no están pudiendo menos que intentar encauzar, admirados y desbordados por la enormidad de la reacción popular, ésta que se ha convertido en noticia de noticias.
No obstante, algunas personas y medios que habitualmente han sembrado críticas, siempre negativas, a la Iglesia Católica, a duras penas disimulando su asombro, han adoptado un rápido cambio de estrategia para no ser arrastrados por este tsunami humano. Con el pretexto de la muerte de Juan Pablo II se opta por difundir mensajes confusos: se empieza por alabanzas genéricas, adoptando un "sí" inicial, como captatio benevolentiae del lector para, a continuación, arremeter sin pudor alguno contra el mismo corazón de las intenciones del Papa y de la doctrina de la Iglesia.

Se recurre habitualmente al trillado tópico de su conservadurismo en moral personal, sexual y familiar. Se establece que Juan Pablo II se ha opuesto al avance de la ciencia a favor de la salud y de la vida humana (caso de la investigación con células madre embrionarias), cuando, muy al contrario, nadie como él ha estado abierto al auténtico avance de la ciencia y de la técnica, que no podrá ser verdadero progreso si no es a favor de la salud y de la vida de todos los hombres y mujeres sin discriminación, esto es: también de los embriones humanos (todos hemos sido embriones), de los niños concebidos pero aún no nacidos (no al aborto) y, en general, de la defensa de la vida humana en todas sus fases y circunstancias (eutanasia, pena de muerte, guerra, etcétera).
El mensaje de que las masas del Tercer Mundo mueren de sida por culpa de las enseñanzas del Papa sobre la sexualidad humana, como se nos intenta convencer, se topa con la obstinada realidad de los números: la presencia de la Iglesia Católica en el África subsahariana y Asia meridional es del 10% de la población, pero allí se concentran en 2004 el 80% de los enfermos mundiales del sida. Compárense estas cifras con otros lugares de niveles de renta similares, en donde la Iglesia Católica sí es mayoritaria.
Otros comienzan aludiendo a la libertad y a la democracia que Juan Pablo II ha defendido ante diversos regímenes totalitarios, y ha manifestado en su comportamiento personal, para poner luego en entredicho el respeto de la libertad dentro de la propia Iglesia. Se aplican al Pueblo de Dios categorías meramente políticas e intramundanas de competitividad por cuotas de poder (legítimas en sí para el gobierno de la cosa pública), pero que distorsionan la imagen de la Iglesia como realidad sobrenatural en la que prima el servicio, a imagen de Cristo que se hizo el último y el Siervo de todos, y donde su Vicario en la tierra tiene como principal título el ser "el siervo de los siervos de Dios".
A Jesucristo mismo traicionaríamos si hiciésemos una interpretación reduccionista de ese Sacramento de Cristo, que es la Iglesia (cf Concilio Vaticano II, Lumen Gentium 9.5.8). Es lógico que semejante análisis desde la fe católica sea difícil de comprender, si no imposible, para aquellos que no la han recibido de Dios; pero resulta paradójico y doloroso que se esgriman estas categorías hermenéuticas por parte de algún cristiano e incluso sacerdotes y docentes. Más aún, sorprende leer estas quejas de falta de libertad de los que la están ejerciendo desde medios católicos o desde centros de estudios católicos.
¿Y la opción preferencial por los pobres? Resulta de todo punto falso acusar genéricamente a quienes pastorean la Iglesia de ignorar esta opción, cuando tanto en las enseñanzas como, primero que nada, en la vida de toda la Iglesia el servicio a los más pobres es preferencial (cf Catecismo de la Iglesia Católica, 2443-2463, Ecclesia in Europa, cap. V). ¿Dónde, si no, las Hermanas de la Caridad de Teresa de Calcuta (con una casa precisamente en el mismo Vaticano), o las Hermanas de la Cruz o los cientos de congregaciones religiosas e instituciones laicales dedicadas al servicio a los más pobres? ¿Dónde la inmensa red capilar de Caritas por toda la Tierra?
No es esa opción una exclusiva de cierta Teología de la Liberación en la que se hacía una interpretación de la fe cristiana desde el marxismo, con el resultado de una teoría y una praxis reduccionista desde la lucha de clases y la dictadura del proletariado.
En mi opinión, la respuesta popular desplegada ante la desaparición de Juan Pablo II demuestra el reconocimiento de la grandeza de una persona coherente, que ha vivido lo que ha predicado y ha predicado lo que ha vivido. Por tanto, pretender parcelar sus opiniones "progresistas" de sus opiniones "conservadoras" es inaceptable. Jesucristo ha ofrecido a la humanidad un camino de salvación del que Juan Pablo II ha sido un fidelísimo guía.

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