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Los retos del nuevo Papa

Ahora que tanto se habla de lo que debería hacer el nuevo Papa, me ha gustado mucho este artículo de Manuel Bustos Rodríguez, catedrático de historia moderna de la universidad de Cádiz, en Granada Hoy: vale la pena.

EL acuerdo es casi unánime: el vacío dejado por Juan Pablo II será difícil de llenar. Con independencia de la religión o fe que se profese, incluso desde la simple increencia, cualquier persona con sentido común deberá reconocer en este Papa la figura de un gigante de la Historia; de esos personajes irrepetibles que sólo de muy tarde en tarde nos regala ésta. Terminado su paso por este mundo, los cardenales electos se reúnen ahora en Roma para elegir al sucesor del Papa fallecido.
Por muchas cábalas que hagamos, resulta imposible saber quién saldrá elegido. A Juan Pablo II no se le esperaba y, sin embargo, llegó. Para los que creemos que la Iglesia, por encima de los intereses humanos, tiene una asistencia especial de lo alto, el nuevo Pontífice será el que más convenga a la Iglesia y a la Humanidad de estos tiempos difíciles. Y, tal vez, no toque ahora un Papa tan expansivo como el que nos acaba de dejar. Pero, eso sí, deberá transparentar a Cristo. En todo caso, sí que podemos razonar desde nuestras coordenadas cuáles serán los retos, los desafíos que el nuevo sucesor de Pedro ha de afrontar. Pasemos a exponerlos con brevedad, utilizando la división conocida: desde dentro, es decir, desde el corazón mismo de la Iglesia que habrá de presidir, y desde fuera, desde el mundo.
Una tarea fundamental en los próximos años es la de impulsar la aproximación de los católicos al Magisterio de la Iglesia. En él se halla el depósito de la tradición apostólica transmitida e interpretada a lo largo de los siglos con la asistencia del Espíritu Santo. Juan Pablo II nos ha iniciado en este camino, pero hay todavía mucho espacio por recorrer. Puede parecer extraña esta propuesta. Sin embargo, en los tiempos postconciliares, por causas que no podemos desarrollar aquí, se ha introducido entre los católicos una especie de falsa dicotomía entre Jesús y la Iglesia, como si ésta, en lugar de transmitir en el tiempo, de acuerdo con las circunstancias cambiantes del mismo, la verdadera doctrina de Jesús, se hubiese dedicado a enturbiarla y oscurecerla.
En este sentido será muy importante que se anime a los fieles, y el legado del Papa fallecido puede ayudar mucho a ello, a tener un mayor cariño hacia la Iglesia. Pero conviene asimismo una purificación, tanto en el ámbito de los laicos como de los sacerdotes y religiosos. ¿Qué queremos decir con esto? El espíritu del Vaticano II sirvió a muchos, de forma más o menos consciente, en una época de profundos cambios, para confundir sus propios deseos con los objetivos conciliares. Ello, unido a la apertura que él mismo promovió, ha facilitado la pérdida de identidad del católico, de la que se han derivado importantes consecuencias, no siempre positivas, que hoy estamos sufriendo en la Iglesia. Una, evidente, es la mundanización o secularismo que se ha introducido entre no pocos de sus miembros, incapaces de distinguir las incompatibilidades entre el Evangelio y algunos presupuestos de la cultura actual.
Pero también será preciso abandonar esa especie de sincretismo hoy tan extendido, que en pro de escoger lo mejor de cada religión (a veces, en el fondo, no es sino una mera religiosidad a la carta) o del interculturalismo, sitúa en el mismo plano a un gurú que a Jesús o a Buda. O convierte a Cristo en una especie de energía cósmica al margen de la Encarnación. Finalmente, los resabios marxistas de interpretación del Evangelio y del papel de los cristianos en el mundo no han desaparecido del todo en la Iglesia, de la mano de cierta progresía trasnochada. Se avisa con frecuencia de los riesgos de convertir a la Iglesia en una gran ONG, preocupada casi en exclusiva por la acción social.
El segundo tipo de retos para las próximas décadas tiene que ver con la Humanidad en su conjunto. Veamos brevemente de qué se trata. Uno muy importante es, sin duda, el de la profunda desigualdad entre un mundo empobrecido, carente y hambriento, y una minoría, nosotros, exuberantes de bienes de consumo. Juan Pablo II se hizo en muchas ocasiones cercano de aquel, a la par que defendió a los más pobres. El nuevo Papa deberá insistir con fuerza en esto mismo.
Junto a todo ello, es preciso continuar el diálogo, desde la identidad católica, con las otras confesiones religiosas, que el Santo Padre fallecido ha impulsado tantas veces. Por último, la defensa del hombre y de la vida, que, de manera especial, adquiere tintes de urgencia en nuestras sociedades. Todos debieran de ser conscientes de la grave quiebra antropológica, del concepto mismo de lo humano, que se está produciendo, según vienen denunciando numerosos pensadores de calado, incluidos no creyentes. Aspectos como el aborto masivo, la eutanasia amenazante, los ataques a la familia natural constituida sobre la base de la unión del hombre con la mujer y la fidelidad mutua, las restricciones salvajes a la natalidad (deber primario de la especie), el impulso a la promiscuidad sexual, especialmente entre los jóvenes; por no recordar los enormes riesgos de la clonación y la manipulación de la vida en sus orígenes, representan hoy retos sin precedentes para la Iglesia de este milenio y para la conciencia moral de los hombres de nuestro tiempo.
La confabulación de intereses económicos con el hiperindividualismo, la presión de "lobbys" poderosos y el hedonismo ambiente ha creado una mezcla explosiva, cuyos efectos a medio y largo plazo, pueden ser catastróficos para la ecología del hombre.

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