Ir al contenido principal

EL ESPLENDOR DE LA VERDAD

Por JUAN MANUEL DE PRADA. ABC, 4 de abril de 2005

SE ha repetido hasta la saciedad, con un sucinto y cerril desparpajo, que el Papado de Juan Pablo el Grande ha sido «progresista en lo social y conservador en lo moral». En tan simplificadora formulación se condensa nuestra incapacidad para trascender los estereotipos ideológicos, pero sobre todo cierta ceguera -no sé si nacida del cinismo o de la mera camastronería- para vislumbrar el radical proyecto humanista de un Papa que ha sabido, mejor que ningún hombre de nuestra época, identificarse con Cristo. De esa identificación extrema surge, como un corolario natural e insoslayable, su identificación con el hombre, su execración de cualquier forma de violencia ejercida contra su sagrada naturaleza, su vocación indesmayable de caridad, dirigida preferentemente hacia los más débiles. Al vindicar la dignidad del hombre, el Papa Wojtyla se sitúa por encima del cambalache ideológico para recuperar las esencias mismas del cristianismo, que hace del amor al prójimo, como reflejo del amor a Dios, el epítome de su doctrina. No caigamos en el truco de distinguir al Papa que condenaba la guerra del Papa que reprobaba el aborto; no incurramos en ese maniqueísmo zafio que aplaudía al Papa cuando vituperaba «las formas degeneradas del capitalismo» y en cambio le volvía la espalda cuando exigía una sexualidad volcada hacia la vida. El Papa era siempre el mismo; quienes vivíamos instalados en la incongruencia éramos los receptores de su mensaje.
Conviene repasar, aunque sólo sea someramente, algunos hitos biográficos de Karol Wojtyla para entender la razón de su encarnizada defensa del hombre. Siendo aún muy joven, cuando aún no había prendido en él la vocación religiosa, presencia la ocupación de su patria. El invasor nazi se preocupará muy especialmente de borrar todo signo de supervivencia de la Iglesia católica, depositaria de la cultura e identidad nacionales, demoliendo sus templos, prohibiendo sus liturgias, inmolando a casi tres mil sacerdotes y a innumerables fieles que se niegan a abjurar de su fe. Es en estos años, mientras trabaja como picapedrero, cuando el joven Wojtyla decide ingresar clandestinamente en un seminario; todos los días, mientras acude a sus clases, contempla la apoteosis de horror que se enseñorea de las calles de Cracovia: muchos de sus compañeros son deportados a los campos de exterminio (Dachau se convertiría en el más poblado monasterio del mundo); otros -acaso más afortunados- son fusilados en plena calle, y sus cadáveres entregados como alimento a los perros. En este clima de vesania desatada y aprendizaje del dolor Karol Wojtyla entenderá el sentido primordial de su misión futura; es entonces cuando se propondrá dirigir sus desvelos contra las diversas formas de tiranía que se ejercen sobre el hombre. Pero la Providencia aún le reserva otras pruebas que acabarán de aquilatar su designio: otra burocracia de la muerte acaso aún más atroz oprimirá Polonia tras la conclusión de la Segunda Guerra Mundial, esta vez durante varias décadas, instaurando una represión que la Iglesia católica sufrirá con especial ensañamiento. Los comunistas entendieron, con esa lucidez gélida que alumbra a quienes hacen del exterminio un álgebra rutinaria, que la Iglesia, con su fermento de humanismo, era el principal enemigo a batir; no entendieron, en cambio, que su luz imperecedera no requería divisiones militares para incendiar el corazón de los hombres con la llama de la libertad. Mientras el régimen satélite de Moscú prohíbe a los sacerdotes el proselitismo entre la juventud, el padre Wojtyla comienza una labor pastoral clandestina: primero como párroco rural, después como capellán universitario, forma su Srodowisko, un «grupo» o «entorno» de jóvenes intelectuales comprometidos con el mensaje liberador del Evangelio. Con ellos se reúne en secreto, viaja a la montaña, celebra la Eucaristía; pronto empezarán a llamarlo cariñosamente Wujek, que en polaco significa «tío». La batalla más reñida que por aquellos años se entabla entre la Iglesia y el régimen gira en torno a la vida familiar: los comunistas saben que allá donde hay hombres y mujeres seguros de su amor y capaces de proyectar ese amor sobre su descendencia, germina la semilla de la rebelión. Por eso el padre Wojtyla encauzará sus esfuerzos en la catequesis matrimonial; cuando sea nombrado Obispo de Cracovia intensificará aún más su diálogo con los jóvenes obreros y universitarios: ellos serán la levadura del movimiento popular que algunos años más tarde debelará la tiranía.
Cuando, allá por el verano de 1979, en su primer viaje apostólico, el Papa visite Polonia, el comunismo se tambaleará sobre sus cimientos amasados de sangre. Un pueblo reducido a la más cabizbaja esclavitud hallará en la figura blanca y robusta de ese hombre que hace vibrar las palabras con una retórica fresquísima y candente el emblema de una nueva era. La verja de los astilleros Lenin, condecorada con retratos de Juan Pablo el Grande, constituye una de las imágenes más conmovedoras del siglo XX: es la imagen de la Verdad que se alza contra un imperio de mentiras. Cuando el sindicalista Walesa trepe esa verja, aupado por una multitud que corea el nombre de Karol Wojtyla, que ya se ha convertido en héroe nacional, para reunirse con los obreros en huelga, el comunismo empieza a desmoronarse: es la victoria del espíritu, que no requiere divisiones militares, sobre los tanques y sobre los trituradores de almas que los conducen; es la victoria de la dignidad humana sobre quienes anhelan sojuzgarla o consumirla por inanición. Naturalmente, los burócratas de la muerte se revolvieron con furia en su agonía; el KGB diseñó minuciosamente un atentado contra aquella figura blanca y robusta que hablaba por boca de Dios: pero las balas erraron su rumbo; y el Papa Wojtyla viviría para celebrar el naufragio de una ideología que seguramente hoy seguiría apacentando sombras y cadáveres si no hubiese mediado su intervención activa.
El hombre que había sufrido en sus propias carnes esas dos maquinarias impertérritas de mortandad no podía detenerse ahí, sin embargo. Tenía que llegar más lejos en su vindicación de la dignidad humana sobre las plurales tiranías que la fustigan y oprimen. Por eso execra el capitalismo degenerado que explota al trabajador y lo reduce a mero engranaje en la consecución obscena de una riqueza de la cual no se beneficia; por eso execra la guerra, que es una blasfemia contra Dios, porque usurpa al hombre su condición sagrada; por eso execra la eutanasia, el aborto, la contracepción y los excesos de la genética. La defensa obstinada e intransigente de la vida, y en especial de la vida más inerme, de la vida que avanza hacia sus postrimerías o se estrena a la actividad celular, no es una cuestión que admita compartimentos ideológicos, sino un compromiso con el progreso del hombre, una vocación irreductible que debe anidar en cualquier pecho humano, porque nuestra misión es rehuir la muerte, combatirla hasta la extenuación, con la entrega de la propia vida, si ello fuera necesario: a esta labor se ha entregado denodadamente, hasta rendir su último hálito, Juan Pablo el Grande. Nuestra época, al ignorar que la vida del feto o del agonizante son las vidas más merecedoras de una escrupulosa protección jurídica, ha entronizado una forma de aberración moral no menos monstruosa que las propugnadas por nazis y comunistas; estas vidas desamparadas que nuestra época ha desistido de proteger (quizá porque carecen de voz y de voto y, por lo tanto, son irrelevantes desde la perspectiva sórdidamente política) han hallado en Juan Pablo el Grande su más intrépido paladín. De este modo, Wojtyla ha llevado hasta sus últimas consecuencias aquel designio que se impuso en su juventud, mientras en su derredor las vidas eran segadas como mies de los campos.
El anciano que hoy navega hacia ultratumba nos deja el esplendor de una Verdad que las adscripciones ideológicas no pueden interpretar a su conveniencia: la revolución del amor no admite cortapisas; la dignidad del hombre, espejo donde se copia Dios, no permite excepciones. En esta hora luctuosa, quienes vimos en Karol Wojtyla el esplendor de una luz que derramaba Verdad sobre la tierra, ya empezamos a notar que su alma inmortal se posa sobre la nuestra, como un pájaro que busca su nido, para entablar juntas un coloquio inmortal que nos mantendrá eternamente unidos, eternamente jóvenes, eternamente vivos.

Comentarios

Populares

San Pablo en Atenas

San Pablo en el Areópago Rafael Sanzio  (1515-1516 )   Londres, Victoria & Albert Museum He releído recientemente el discurso de San Pablo en el Areópago de Atenas * y me ha fascinado su actualidad: es un ejemplo plenamente útil para la comunicación de la fe en el Occidente contemporáneo. Atenas Atenas. Año 52 d.C. 16 o 19 años después de la muerte y resurrección de Cristo. Algo así como si estos hechos fundamentales hubieran ocurrido en 2000 y Pablo llegase a Atenas hoy. En realidad, menos tiempo, porque entonces todo iba mucho más despacio que ahora, y 17 años entonces eran un ayer. Atenas era una ciudad en decadencia . Aún conservaba el aura de capital cultural del Mundo; pero el centro de poder y cultura se había desplazado hacia el oeste, a Roma. Un ejemplo con todas sus limitaciones, como si habláramos hoy de París y Nueva York. En Atenas se mezcla un materialismo desencantado y un sincretismo religioso que resulta en un relativismo muy parecido al de hoy día e

Aquí no hay quien viva

Así está la cosa, y lo que nos espera, porque parece ser que la Universidad Carlos III ha encargado a los guionistas de este engendro el manual de " Educación para la Ciudadanía "... Mofa de la Iglesia, apología del aborto y elogio del homomonio J.A Osca. Aquí no hay quien viva Cadena televisión: Antena 3 Hora de emisión: 22:00 Fecha emisión: 11/05/2006 Los dos últimos capítulos emitidos por Antena 3 de la serie “Aquí no hay quien viva” constituyeron un catálogo perfecto del pensamiento e ideología que pretenden imponernos en España desde el sector de la progresía más rancia y ultramontana. En una de las tramas, una de las dos lesbianas de la serie decide tener un niño, pero como necesita semen, se va con su otra amiga lesbiana al ‘banco de semen’ de la primera planta, donde viven dos gays porque “entre gays y lesbianas, el tráfico de espermatozoides es lo más normal del mundo”. De los dos, Fernando es el elegido (porque el otro, Mauri, ya prestó el suyo en otra ocasión) y le

Navidad 2023

 Llega la Navidad y llega la polémica. Ya dice el villancico que Dios bajó a la tierra "para padecer". Cada año se reproducen los que no soportan este tiempo navideño, los que felicitan "las fiestas" como si se dieran sentido a sí mismas, los neopaganos del solsticio de invierno, las saturnales, etc. -con menos sentido sobrenatural que los paganos originales-, los del fin del otoño, los de "santaclaus"... Están los que contraponen con buena intención y cierta lógica, las guerras, los asesinatos, los terremotos, los accicedentes, etc., a los deseos de paz, el reencuentro familiar y las buenas noticias, un poco ingenuamente.  Están esos vídeos "navideños" tan celebrados ( virales se dice ahora), en los que la Navidad propiamente dicha, el nacimiento del Niño Dios en Belén, brilla por su ausencia tanto como sí brilla la calidad artística, como el tradicional de Campofrío , de la Lotería , o el de este año de Suchard . Así que he decidido vengarme y