Por Juan Manuel DE PRADA
ANDO en estos días pergeñando una humilde antología que titularé El síndrome de Pierre Menard, en la que me dispongo a congregar a un puñado de escritores foráneos que, de un modo más o menos explícito, se han atrevido a contrariar aquel designio de Cervantes que conminaba a las generaciones venideras a abstenerse de exhumar los restos de su Ingenioso Hidalgo. El elenco de infractores del mandato cervantino reúne algunos de los más conspicuos nombres de la literatura contemporánea: Borges, Chesterton, Mann, Papini, Auster, Greene, Dos Passos; también algunos nombres ignotos cuyo rescate me está deparando momentos de inabarcable placer. Entre estos últimos se cuenta Leonardo Castellani (1899-1981), un polígrafo argentino, jesuita trabucaire que acabaría siendo expulsado de la Compañía por sus ideas incendiarias, lúcidas hasta la imprudencia y también a veces un poco energúmenas. En el volumen de relatos El gobierno de Sancho Panza, Castellani fustiga con sana ferocidad los vicios políticos de nuestra época. En el cuento titulado «El Fabril de Frases Hechas», Sancho Panza recibe la visita en Barataria de «un señor desvaído que traía colgado al cuello una especie de organillo titirimundi o máquina de calcular» que escupe topicazos a troche y moche. El inventor de la máquina explica al gobernador su utilidad: «Este aparato ahorra al pueblo el trabajo de pensar. Pensar, Excelencia, es la cosa más trabajosa del mundo y también la más peligrosa. En otro tiempo, a los pueblos les daba por pensar; y ¿quién podía gobernarlos en paz? Nosotros hemos arreglado el asunto. Con este aparato la plebe ignorante está dispensada de la tortura de la inteligencia. Mire las bestias, Excelencia, qué plácida y envidiable vida transcurren, libres de los tres gusanos del Por Qué, el Para Qué y el Hacia Dónde. Con este Fabril de Frases Hechas y la grande inhuible red de propaganda, nosotros damos a los grandes rebaños humanos su pasto mental diario ya cocinado y hasta mascado. Ellos lo engullen en grandes cantidades, unos con pimienta y otros con pachulí, según los gustos, y plácidamente se adormecen en sus almas las interrogadoras voces». De inmediato, el inventor de la máquina hace girar una manivela y muestra a Sancho algunas perlas del pensamiento perezoso: «Yo respeto todas las opiniones»; «Los males de la libertad se curan con más libertad», etcétera.Las frases hechas, convertidas en anestesia universal, se han convertido en la gangrena de nuestra época. Su repetición aturdidora, convenientemente aderezada de floripondios, ha convertido el tópico inerte en dogma sacrosanto. Nuestros políticos han hecho del «frasihechismo» un stock de recursos grandilocuentes y vacuos que disfraza sus tropelías de una como intangible respetabilidad. Así, por ejemplo, cada vez que alguien menciona campanudamente el «Estado de Derecho» (y no hay discurso político que no esté empedrado de tres o cuatro docenas de menciones), debemos sospechar que, tras la expresión reiterada, se embosca el propósito de vaciarla de significado. En esta Fiesta de la Constitución que adorna nuestro santoral laico oiremos muchas frases hechas que ensalzarán su vigencia y el caudal infinito de bienes que ha procurado a los españoles; desconfíen de esa facundia previsible, pues muchas de esas frasecitas las pronunciarán los mismos que se han propuesto ladinamente demoler el texto que celebran. Y como antídoto contra esa logomaquia que nos exime de la «tortura de la inteligencia», lean el texto tan pomposamente conmemorado, donde se tropezarán con multitud de afirmaciones que la actuación de los políticos refuta diariamente.No nos dejemos convertir en rebaños que ingieren su pasto diario ya cocinado y hasta masticado. No nos dejemos triturar por la máquina de las frases hechas.
ANDO en estos días pergeñando una humilde antología que titularé El síndrome de Pierre Menard, en la que me dispongo a congregar a un puñado de escritores foráneos que, de un modo más o menos explícito, se han atrevido a contrariar aquel designio de Cervantes que conminaba a las generaciones venideras a abstenerse de exhumar los restos de su Ingenioso Hidalgo. El elenco de infractores del mandato cervantino reúne algunos de los más conspicuos nombres de la literatura contemporánea: Borges, Chesterton, Mann, Papini, Auster, Greene, Dos Passos; también algunos nombres ignotos cuyo rescate me está deparando momentos de inabarcable placer. Entre estos últimos se cuenta Leonardo Castellani (1899-1981), un polígrafo argentino, jesuita trabucaire que acabaría siendo expulsado de la Compañía por sus ideas incendiarias, lúcidas hasta la imprudencia y también a veces un poco energúmenas. En el volumen de relatos El gobierno de Sancho Panza, Castellani fustiga con sana ferocidad los vicios políticos de nuestra época. En el cuento titulado «El Fabril de Frases Hechas», Sancho Panza recibe la visita en Barataria de «un señor desvaído que traía colgado al cuello una especie de organillo titirimundi o máquina de calcular» que escupe topicazos a troche y moche. El inventor de la máquina explica al gobernador su utilidad: «Este aparato ahorra al pueblo el trabajo de pensar. Pensar, Excelencia, es la cosa más trabajosa del mundo y también la más peligrosa. En otro tiempo, a los pueblos les daba por pensar; y ¿quién podía gobernarlos en paz? Nosotros hemos arreglado el asunto. Con este aparato la plebe ignorante está dispensada de la tortura de la inteligencia. Mire las bestias, Excelencia, qué plácida y envidiable vida transcurren, libres de los tres gusanos del Por Qué, el Para Qué y el Hacia Dónde. Con este Fabril de Frases Hechas y la grande inhuible red de propaganda, nosotros damos a los grandes rebaños humanos su pasto mental diario ya cocinado y hasta mascado. Ellos lo engullen en grandes cantidades, unos con pimienta y otros con pachulí, según los gustos, y plácidamente se adormecen en sus almas las interrogadoras voces». De inmediato, el inventor de la máquina hace girar una manivela y muestra a Sancho algunas perlas del pensamiento perezoso: «Yo respeto todas las opiniones»; «Los males de la libertad se curan con más libertad», etcétera.Las frases hechas, convertidas en anestesia universal, se han convertido en la gangrena de nuestra época. Su repetición aturdidora, convenientemente aderezada de floripondios, ha convertido el tópico inerte en dogma sacrosanto. Nuestros políticos han hecho del «frasihechismo» un stock de recursos grandilocuentes y vacuos que disfraza sus tropelías de una como intangible respetabilidad. Así, por ejemplo, cada vez que alguien menciona campanudamente el «Estado de Derecho» (y no hay discurso político que no esté empedrado de tres o cuatro docenas de menciones), debemos sospechar que, tras la expresión reiterada, se embosca el propósito de vaciarla de significado. En esta Fiesta de la Constitución que adorna nuestro santoral laico oiremos muchas frases hechas que ensalzarán su vigencia y el caudal infinito de bienes que ha procurado a los españoles; desconfíen de esa facundia previsible, pues muchas de esas frasecitas las pronunciarán los mismos que se han propuesto ladinamente demoler el texto que celebran. Y como antídoto contra esa logomaquia que nos exime de la «tortura de la inteligencia», lean el texto tan pomposamente conmemorado, donde se tropezarán con multitud de afirmaciones que la actuación de los políticos refuta diariamente.No nos dejemos convertir en rebaños que ingieren su pasto diario ya cocinado y hasta masticado. No nos dejemos triturar por la máquina de las frases hechas.
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