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Redacción 21/12/2004
Las 87 asociaciones que formamos el Pacto por la Vida y la Dignidad de las Personas afirmamos que la formación cultural religiosa y ética debe formar parte de los currículums educativos con el rango de asignatura fundamental. Esto comporta tres consecuencias irrenunciables: la primera que, ya sea desde una perspectiva confesional o aconfesional, necesariamente tiene que ser cursada por la totalidad de los alumnos; la segunda, que no puede quedar asumida "transversalmente" como parte de otras asignaturas como Historia o Sociales y la tercera que tiene que ser evaluada en igualdad de condiciones que el resto de asignaturas fundamentales.
Estas afirmaciones se justifican por cuatro razones objetivas, importantes y de diferente orden: cultural, de formación integral de la persona, de prevención y de convivencia social.
Respecto a la primera, el hecho religioso no es sólo "un factor más dentro de la cultura" sino que, a lo largo de la historia ha sido un factor nuclear y causal que afecta, informa e inspira a todas las ramas de la cultura y de la civilización: desde las artes, el pensamiento y la historia hasta las costumbres y las tradiciones. Un alumno sin cultura religiosa no puede entender las culturas ni las civilizaciones porque la religión ha sido un hecho configurador fundamental en la mayoría de las culturas y civilizaciones y particularmente en la nuestra.
En cuanto a la formación integral de la persona nuestro sistema educativo no puede quedar al margen, inhibiéndose, de las preguntas fundamentales de la existencia y de las respuestas que se han dado a ellas desde la religión y el pensamiento: "el minifòrum de las culturas" que tendría que ser cada centro educativo que debe abordar estas cuestiones desde el rigor cultural, la diversidad y el respeto.
Esta formación integral de la persona es el mejor antídoto y prevención contra toda clase de sectas o grupos manipuladores que encuentran su mercado en personas que, a causa justamente de su falta de cultura religiosa, pueden ser engañadas con mensajes atractivos y simplistas pero destructivos.
Por último, la convivencia entre gente de varias culturas y religiones, tanto a nivel nacional como internacional, sería más pacífica, respetuosa y adecuada si los individuos y grupos que forman la sociedad tuvieran un mutuo conocimiento de las motivaciones religiosas que informan sus actos, costumbres y tradiciones. En este sentido, la relación que se debería dar en los centros educativos entre religión y cultura ayudaría en gran manera a evitar los radicalismos y fanatismos de cualquier clase que tan mal hacen en nuestro tiempo, tanto en las calles de los nuestros pueblos como en las relaciones internacionales. Todas y cada una de las razones antes mencionadas y brevemente explicadas nos parecen lo suficiente importantes para formular la siguiente conclusión: La asignatura de religión, fundamental y evaluable, cursada desde una vertiente confesional o aconfesional según los casos, daría respuesta adecuada a las necesidades educativas que se derivan de las consideraciones anteriores y, además, respetaría la libre decisión de los padres que sus hijos reciban la educación conforme a la suyas propias y íntimas convicciones: todos los alumnos recibirían la cultura religiosa necesaria sin que nadie se pudiera sentir ofendido o marginado.
Redacción 21/12/2004
Las 87 asociaciones que formamos el Pacto por la Vida y la Dignidad de las Personas afirmamos que la formación cultural religiosa y ética debe formar parte de los currículums educativos con el rango de asignatura fundamental. Esto comporta tres consecuencias irrenunciables: la primera que, ya sea desde una perspectiva confesional o aconfesional, necesariamente tiene que ser cursada por la totalidad de los alumnos; la segunda, que no puede quedar asumida "transversalmente" como parte de otras asignaturas como Historia o Sociales y la tercera que tiene que ser evaluada en igualdad de condiciones que el resto de asignaturas fundamentales.
Estas afirmaciones se justifican por cuatro razones objetivas, importantes y de diferente orden: cultural, de formación integral de la persona, de prevención y de convivencia social.
Respecto a la primera, el hecho religioso no es sólo "un factor más dentro de la cultura" sino que, a lo largo de la historia ha sido un factor nuclear y causal que afecta, informa e inspira a todas las ramas de la cultura y de la civilización: desde las artes, el pensamiento y la historia hasta las costumbres y las tradiciones. Un alumno sin cultura religiosa no puede entender las culturas ni las civilizaciones porque la religión ha sido un hecho configurador fundamental en la mayoría de las culturas y civilizaciones y particularmente en la nuestra.
En cuanto a la formación integral de la persona nuestro sistema educativo no puede quedar al margen, inhibiéndose, de las preguntas fundamentales de la existencia y de las respuestas que se han dado a ellas desde la religión y el pensamiento: "el minifòrum de las culturas" que tendría que ser cada centro educativo que debe abordar estas cuestiones desde el rigor cultural, la diversidad y el respeto.
Esta formación integral de la persona es el mejor antídoto y prevención contra toda clase de sectas o grupos manipuladores que encuentran su mercado en personas que, a causa justamente de su falta de cultura religiosa, pueden ser engañadas con mensajes atractivos y simplistas pero destructivos.
Por último, la convivencia entre gente de varias culturas y religiones, tanto a nivel nacional como internacional, sería más pacífica, respetuosa y adecuada si los individuos y grupos que forman la sociedad tuvieran un mutuo conocimiento de las motivaciones religiosas que informan sus actos, costumbres y tradiciones. En este sentido, la relación que se debería dar en los centros educativos entre religión y cultura ayudaría en gran manera a evitar los radicalismos y fanatismos de cualquier clase que tan mal hacen en nuestro tiempo, tanto en las calles de los nuestros pueblos como en las relaciones internacionales. Todas y cada una de las razones antes mencionadas y brevemente explicadas nos parecen lo suficiente importantes para formular la siguiente conclusión: La asignatura de religión, fundamental y evaluable, cursada desde una vertiente confesional o aconfesional según los casos, daría respuesta adecuada a las necesidades educativas que se derivan de las consideraciones anteriores y, además, respetaría la libre decisión de los padres que sus hijos reciban la educación conforme a la suyas propias y íntimas convicciones: todos los alumnos recibirían la cultura religiosa necesaria sin que nadie se pudiera sentir ofendido o marginado.
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