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Prensa y conformación de la opinión pública

Por Jorge Trias Sagnier. analisisdigital 08/05/2005


1- En una mesa redonda de estas características creo que lo que más puede interesarles, y por lo que seguro que he sido llamado a participar en ella, es mi experiencia personal como escritor en prensa diaria, es decir, como escritor efímero o, como normalmente se nos denomina debido al formato en forma de columna de nuestros escritos, mi experiencia como columnista conformador de opinión pública.

Mi formación profesional no proviene del periodismo sino que consiste en el ejercicio de la abogacía, aunque también podría decir que soy escritor-periodista, ya que llevo más de mil quinientos artículos publicados desde que comencé a escribir en los periódicos a principios de 1975, en el desaparecido “Diario de Barcelona”. Desde ese año no he dejado nunca de publicar; y mi contacto con los medios de comunicación, tanto con las empresas como con las redacciones, ha sido creciente. Del “Diario de Barcelona” pasé a “La Vanguardia” y de ahí, a principios de los ochenta, ya me asenté en el “ABC”, de donde no me he movido desde entonces. Hoy, a mi condición de columnista sumo la de consejero del Consejo de Administración de ese periódico.

Me confieso católico... y desde que, animado por el gran Papa Juan Pablo II, perdí el miedo a proclamar sin rubor mi fe y mi lealtad a la Iglesia como depositaria de la doctrina cristiana y fiel intérprete de la palabra de Jesucristo, procuro que todo cuanto escribo, con mayor o menor fortuna, tenga el sello de esa fe cristiana, como expresión de aquel axioma que se resume en el amor al prójimo como máxima manifestación del amor a uno mismo.

Y es aquí, en este axioma moral, donde, para mí, comienza la acción, la proyección exterior, pues para amarse a uno mismo y como consecuencia de ello amar a los demás, es imprescindible creer en uno mismo. Y en el caso de quienes escribimos, es preciso estar convencidos de que somos los primeros en creernos lo que sale de nuestras plumas o de nuestros ordenadores, intentando desbarrar lo menos posible, teniendo muy claras nuestras propias creencias, en suma. Y esas creencias no deberán nunca asumirse de forma acrítica y desprovistas de debate interno, sino sometiéndolas al temple del contraste con la Verdad. Verdad que, como dijo Benedicto XVI en la Misa de inicio del Cónclave cuando todavía era Cardenal Ratzinger, no puede estar sometida a la dictadura del relativismo.

2- Quien escribe en prensa, si pretende influir en la opinión pública, debe, ante todo, tener un axioma muy claro: sólo influye verdaderamente, sólo transmite convicción, aquel que está previamente convencido de lo que dice. Toda opinión es el fruto maduro de una convicción, de una creencia; y sólo las creencias fuertes son capaces de transmitir ilusión. Existe una cierta idea, a mi juicio profundamente cínica, que consiste en creer que los periódicos, y en general los medios de comunicación, deberían transmitir lo que se denomina, perversamente, “ecuanimidad”. Quienes eso sostienen entienden por ecuanimidad la apertura de las páginas, las pantallas, los correos o las ondas de los medios que no les son afines a todas las opiniones, entre otras, a las de ellos. Son quienes sostienen que la Verdad, tal y como la entendemos los cristianos, no existe. Por el contrario, dicen, habría muchas verdades, cada uno tendría la suya y todas habría que medirlas por el mismo rasero.

Normalmente, quienes opinan así, son aquellos que han hecho del relativismo un dogma, son los que pretenden imponernos esa dictadura del relativismo a la que se ha referido el Papa Benedicto XVI. En España, esa dictadura relativista que pretende imponer sus criterios al resto de los medios de comunicación, tendría su “iglesia laica” en el grupo PRISA y su “templo” en el diario “El País”. Hace poco me decía un Obispo que si él leyese durante todo un año, solamente, el diario “El País”, probablemente perdería la fe. La expresión de ese pensamiento consiste en la afirmación de que no hay una verdad, a lo sumo habrá varias verdades, y en el mejor de los casos algunas serán más poderosas que otras, precisamente aquellas que mayor respaldo popular tengan. Esa voluntad popular, expresada en número de votos o en grados de aceptación, es la que elevan los relativistas a irrefutable categoría moral.

3- Ante esa forma de contemplar la “verdad”, creo que sólo cabe proclamar la Verdad y no caer en la trampa del pensamiento débil. Pienso que la opinión sólo se conforma a través de los periódicos desde ideas-fuerza; y un periódico sólo tiene credibilidad cuando existe una coherencia entre la línea editorial, la línea de opinión y la línea de información. De poco serviría si los editoriales de un diario caminasen por una determinada dirección, si luego la opinión de los columnistas del periódico, haciendo un alarde de relativismo disfrazado de ecuanimidad, fuese por otra distinta.

Creo que deberíamos aprender de la coherencia informativa del diario “El País” que se ha ido configurando, con machacona insistencia, a lo largo de treinta años. Ahí nada desentona, ni siquiera los que desentonan. Los editoriales, las páginas de deportes, las informaciones y opiniones jurídicas o económicas, las fotografías escogidas, las viñetas, la opinión, los columnistas que vertebran esa opinión, el tamaño de las noticias, las esquelas, incluso la forma, el cuando y el porqué de publicar opiniones divergentes, todo tiene como único objetivo confundir relativismo con independencia de criterio, como si lo primero fuese una condición necesaria para lo segundo. Si a eso se le suman los mensajes radiofónicos de la radio más potente de España y, de aquí a unos meses, una televisión en abierto regalada por el actual gobierno, quedará configurado un grupo mediático eficacísimo para transmitir una ideología, paradigma del relativismo.

4- Pues bien, frente a ese poder político y mediático, que se ha ido configurando en estos pasados treinta años, no hemos sido capaces de oponer casi nada desde otros ámbitos. Hasta el momento, no hemos sabido o no hemos querido construir grupos de medios coherentes con nuestro pensamiento cristiano. Y entendería por coherente un grupo que defendiese estas ideas sin fisuras ni complejos. El “¡No tengáis miedo!” de Juan Pablo II desde luego no ha llegado a los grandes grupos de comunicación españoles. Porque no nos olvidemos que el negocio de los medios de comunicación y, particularmente, de la prensa, es el comercio de las ideas. Nosotros, desde los periódicos, somos eso, nada más pero nada menos que eso: vendedores de ideas. Y yo no conozco ninguna idea atractiva que pueda venderse con miedo o sin convicción.

Personalmente echo bastante en falta un mayor grado de compromiso en la inmensa mayoría de nuestros periódicos. Y echo en falta, también, un mayor grado de coherencia ideológica, coherencia y compromiso de la que ahora carecen casi todos los grupos mediáticos a excepción del grupo PRISA. Creo que se equivocan aquellos empresarios de medios de comunicación que piensan que la falta de compromiso abre puertas, sobre todo cuando el poder político no es favorable, y que en situaciones como las que vive ahora España, lo mejor y más rentable es no definirse excesivamente, manteniendo una línea de pensamiento débil que pueda acomodarse a cualquier situación. A mi me parece esa una línea empresarial equivocada. Por el contrario, creo que el comercio de las ideas-fuerza es uno de los buenos negocios en los que un grupo mediático podría apostar. Un buen negocio porque, en primer lugar, no hay mejor negocio que aquel que produce tranquilidad de conciencia o, al menos, no la perturba. Y buen negocio porque, además, está demostrado que da dinero.

Y esto no es una afirmación más o menos voluntarista, sino la expresión palpable de una realidad. Ahí tienen el apasionante experimento de la COPE en estos dos últimos años, con una radio de mensajes fuertes y extraordinariamente coherentes en todas sus versiones: la de la mañana, la de la tarde y la de la noche. No es ésta una afirmación que yo me saque de la manga por simpatía, que sin duda les tengo a todos sus artífices, sino que son datos objetivos de la OJD.

Mientras tanto, mientras nos damos cuenta de que ese es el camino que deben seguir los medios si pretenden enarbolar la Verdad, y de paso ganar dinero, continuaremos unos cuantos expresándonos más o menos libremente, desde diferentes periódicos, invitando a los lectores a que, también, caminen con nosotros, proporcionándoles temas para la reflexión, sugiriéndoles dudas, invitando a que cada uno pueda reconocer por sí mismo el indiscutible camino del bien o del mal, incluso tropezando, junto a nosotros en errores y equivocaciones. Por esa razón, ahora, cuando el director de mi periódico, el “ABC”, me invitó a que pusiese un lema a mi columna, no se me ocurrió otro mejor que el de “Vade Mecum”, camina conmigo, ya que eso es lo que procuro sugerir, semana tras semana, a quienes me leen.

Mi único propósito semanal, desde esa esquina par del “ABC” es ir descubriendo, junto a mis lectores, lunes a lunes, el camino de la Verdad, de forma machacona e insistente, que es la única manera de que calen los mensajes. No conozco mejor sistema para conformar la opinión pública. Yo trato, no se si lo consigo, de que mis columnas tengan un sello inconfundible, el sello inconfundible que ha hecho creíble a “ABC” a lo largo de más de cien años y que puede resumirse, hoy, en los siguientes puntos:

1º Aceptación y propagación de la doctrina de la Iglesia Católica.
2º Defensa de la Monarquía Constitucional como garantía de la unidad de la Nación española.
3º Defensa de la Unión Europea y de los vínculos atlánticos.
4º Defensa de la economía libre. Y,
5º Todo ello en un cuadro de excelencia literaria y rigor informativo.

Por todo esto merece la pena luchar, con el fin de reforzar la coherencia de algunos proyectos empresariales ya existentes o de embarcarse, quizás, en otras singladuras que refuercen nuestro pensamiento cristiano.

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