He repasado los dos propósitos que hice al comienzo del año pasado respecto a los libros, y he comprobado que no he podido cumplirlos. Uno, sumergirme en la biblioteca paterna, era un deseo más que un propósito, y ya no se qué pasará con ella, la verdad. Vivir tan lejos de esos amados libros y no tener espacio para adoptarlos se antojan obstáculos insuperables.
El segundo propósito consistió en abordar ciertas lecturas descubiertas al azar en la biblioteca de mi casa, Momentos estelares de la humanidad, Carta al Duque de Norfolk, El hombre que fue Chesterton, La revista Arbor (1944-2014) y Sobre Dios, la Iglesia y el mundo. Solo he leído el primero, una vieja deuda contraída con Stefan Zweig, del que solo había leído hasta ahora el retrato de Fouché. Ha sido una lectura deliciosa, en una vieja y barata edición de la Editorial Juventud (254 págs.).
Dentro de este capítulo que podríamos llamar «histórico», está la lectura de El hecho inesperado. Mujeres en el Opus Dei (1930-1950). Escrita por Inmaculada Alva y Mercedes Montero (Rialp, 321 págs.), ha reemplazado a otro de los libros que quería haber leído, Expansión, que tengo previsto abordar ya. Feminismo constructivo, del bueno.
Mis intereses están dejando muy poco hueco a la lectura de novelas; pero he encontrado el tiempo para disfrutar con dos muy distintas, en el contenido, el tiempo, el estilo y la duración. Una es un clásico de esos que califico como imprescindibles para un europeo culto, y que me ha proporcionado momentos de verdadero placer, aunque la edición sea tan antigua: Las llaves del reino, de Archibald Joseph Cronin (Reino Unido. 1896. Juventud. 351 págs.). Un «novelón» de una introspección psicológica asombrosa. La segunda es la afamada Feria, de Ana Iris Simón (1991. Círculo de tiza. 220 págs.), que me ha parecido fascinante, por el estilo y el contenido, a pesar de algunas partes -pocas- excesivamente desinhibidas.
El primero, con no llegar a las 200 páginas, es difícil de leer, pues es profundo y requiere una lectura atenta. Me ha servido para fundamentar una convicción, que la verdad nos hace libres, y que la batalla cultural se centra en la defensa de esta postura frente a los que postulan que la libertad nos hace verdaderos. Vivir sin mentiras es una CTA (call to action), una llamada a la acción. Dreher, muy conocido por su libro La opción benedictina, entrevista a multitud de resistentes del comunismo para aprender de ellos y proponer sus lecciones y experiencias a los cristianos que nos encontramos, y va a más, confrontados con la ideología dominante, más conocida como «lo políticamente correcto», aunque el nombre que a mí más me gusta es el de «capitalismo vigilante», que me parece más descriptivo. Woke es una crítica descacharrante y a veces impúdica de la cultura derivada de la ideología de género y sus adherencias, llevando la cultura «woke» (del despertar o de la justicia social) a su reducción al absurdo.
Como siempre, he mantenido con constancia diaria la lectura de libros de espiritualidad (católica, nada de libros de autoayuda y esas zarandajas), que considero la más importante. El año ha dado para cuatro obras, pacientemente meditadas: Sin que él sepa cómo, de Julio Diéguez (España. Letra Grande. 209 págs.), El poder oculto de la amabilidad, de Lawrence G. Lovasik (EEUU. Rialp. 256 págs.) y dos pequeños libros de Jaques Philippe, La paz interior (Ediciones Rialp. 105 págs.) y La Libertad interior (Ediciones Rialp. 164 págs.). Ha sido un empeño por afianzar el convencimiento teórico y práctico de que hay que liberarse del empeño de hacer por Dios y dejar que Dios haga en nosotros. No es que lo haya conseguido; pero sí me permite recuperar antes la paz cuando la pierdo.
El duodécimo libro, con el que he cubierto el objetivo de libro por mes, es estrictamente profesional, una maravilla, sobre todo en su primera mitad, Comunicación efímera. De la cultura de la huella a la cultura del impacto, de Montse Doval Avendaño (Edición propia. 261 págs.). Un manual estupendo para entender la cultura de la comunicación que nos envuelve y poder escapar al torbellino que amenaza con tragarnos -en el caso de que no lo haya hecho ya-.
En fin, doce libros y 2.726 páginas, poco más de la mitad de lo que leí el año pasado, siempre hablando de libros, sin contar artículos. Me sucedió hace un par de meses, que al despertar por la mañana me vino el pensamiento siguiente: «tengo sesenta años y nunca había tenido tanto trabajo». Los libros sufren este trajín.
La parte del león se la han llevado tres libros que han hecho que me especialice -junto con un montón de artículos de las agencias ACEPRENSA y Mercatornet-, en la cultura «woke» o de la cancelación. Son ¿La verdad nos hace libres o la libertad nos hace verdaderos? Una controversia, de Karl-Heinz Menke (Alemania, 1950. ed. Didaskalos. 191 páginas), Vivir sin mentiras. Manual para la disidencia cristiana, de Rod Dreher (USA 1967. Ediciones Encuentro. 236 págs) y Woke, de Titania McGrath, seudónimo del cómico inglés Andrew Doyle (Gran Bretaña. Alianza Editorial. 158 págs.).
Veremos qué nos depara 2022. De momento lo he inaugurado con Cien años de literatura a la sombra del Gulag, de Adolfo Torrecilla, pendiente desde que salió en 2017.
Que disfruten el año que comienza, y recuerden: Leer y escribir son los fundamentos del pensar.
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