Vaya por delante que aún no tengo muy clara mi postura ante el llamado cambio climático, porque los datos científicos arrojan muchas dudas al respecto: que el planeta esté calentándose, que -en su caso- eso sea o no perjudicial, que de ser real y perjudicial cuáles sean las causas, y determinadas las causas, cuáles sean las soluciones.
En cualquier caso, considero que la existencia de ecologistas extremistas siempre viene bien para que prestemos algo de atención al medio ambiente -y siempre que no se les haga demasiado caso-, porque de otra forma no haríamos nada; y me parece fantástico que se tomen medidas para consumir y contaminar menos, porque no sólo preserva el ecosistema sino también la dignidad humana.
Pero ¿qué quieren que les diga? Cuando veo y leo las poses y las palabras de los apóstoles de la amenaza climática, siento la reacción instintiva de temerme lo peor. Basta ver a la ONU y a los Premios Nobel de la mano para tener la certeza de que van a combatir el cambio climático a base de control de la población, es decir, matando personas.
Lo más reciente es la labor proselitista de Al Gore, esa especie de Dalai Lama laico, al que el periódico más influyente de mi atribulado país dedicaba ayer portada y doble página central bajo los titulares "La ciencia aún tiene enemigos" y "Al Gore, contra los negacionistas".
Ambos titulares tienen toda la intención del mundo, pero es el segundo el que más me llama la atención (el primero responde a un discurso ya antiguo). Como sabrán, el "negacionismo" -palabrita inexistente en el DRAE que manejo-, se inventó el siglo pasado para designar a cuantos ponen en duda la veracidad o relevancia histórica del holocausto judío, constituyendo un delito en algunos países y un mal absoluto en el resto en los que impere la corrección política. Por eso, tildar de "negacionistas" a los que dudan o se oponen al discurso de Gore sobre el cambio climático persigue condenarlos al desprecio cósmico y, eventualmente, a la cárcel. Una vez más, pensamiento único, represión del disidente.
Estos temores y estas actitudes, ver quién se sube con fervor al carro, es lo que me lleva a recelar de esta nueva fe y a ponerme en el bando contrario, consciente de que va a caer sobre mí toda la ignominia y quien sabe si, cualquier día, la policía climática. A ver si por lo menos Exxon-Mobil me patrocina un poquito...
Por cierto, y dicho sea de paso, como curiosidad, basta pasar a la página anterior a las del reportaje central del periódico más influyente de mi atribulado país, para encontrarse con un artículo a toda página titulado "La bomba demográfica".
¿Casualidad?
En cualquier caso, considero que la existencia de ecologistas extremistas siempre viene bien para que prestemos algo de atención al medio ambiente -y siempre que no se les haga demasiado caso-, porque de otra forma no haríamos nada; y me parece fantástico que se tomen medidas para consumir y contaminar menos, porque no sólo preserva el ecosistema sino también la dignidad humana.
Pero ¿qué quieren que les diga? Cuando veo y leo las poses y las palabras de los apóstoles de la amenaza climática, siento la reacción instintiva de temerme lo peor. Basta ver a la ONU y a los Premios Nobel de la mano para tener la certeza de que van a combatir el cambio climático a base de control de la población, es decir, matando personas.
Lo más reciente es la labor proselitista de Al Gore, esa especie de Dalai Lama laico, al que el periódico más influyente de mi atribulado país dedicaba ayer portada y doble página central bajo los titulares "La ciencia aún tiene enemigos" y "Al Gore, contra los negacionistas".
Ambos titulares tienen toda la intención del mundo, pero es el segundo el que más me llama la atención (el primero responde a un discurso ya antiguo). Como sabrán, el "negacionismo" -palabrita inexistente en el DRAE que manejo-, se inventó el siglo pasado para designar a cuantos ponen en duda la veracidad o relevancia histórica del holocausto judío, constituyendo un delito en algunos países y un mal absoluto en el resto en los que impere la corrección política. Por eso, tildar de "negacionistas" a los que dudan o se oponen al discurso de Gore sobre el cambio climático persigue condenarlos al desprecio cósmico y, eventualmente, a la cárcel. Una vez más, pensamiento único, represión del disidente.
Estos temores y estas actitudes, ver quién se sube con fervor al carro, es lo que me lleva a recelar de esta nueva fe y a ponerme en el bando contrario, consciente de que va a caer sobre mí toda la ignominia y quien sabe si, cualquier día, la policía climática. A ver si por lo menos Exxon-Mobil me patrocina un poquito...
Por cierto, y dicho sea de paso, como curiosidad, basta pasar a la página anterior a las del reportaje central del periódico más influyente de mi atribulado país, para encontrarse con un artículo a toda página titulado "La bomba demográfica".
¿Casualidad?
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