Estoy leyendo Historia de Ediciones Rialp. Orígenes y contexto, aciertos y errores (Ediciones Rialp, 2019), de la "peligrosa" Mercedes Montero.
Digo "peligrosa" en el sentido de que va dejando sus apreciaciones personales aquí y allá, aportando picante al relato rigurosamente histórico y documentado, no necesariamente al gusto del lector; pero siempre de forma estimulante.
El caso es que , al abordar la famosa polémica intelectual entre Laín Entralgo y Calvo Serer (hablamos de 1949), a cuenta de sus respectivas obras España como problema y España sin problema, Montero escribe: "Contemplado el debate, o la polémica, desde el siglo XXI, lo que asombra es esa España de mediados del siglo XX, enzarzada en agrias disputas cuyas raíces se adentraban en planteamientos ideológicos del XIX. Es como si unos y otros intentaran construir el futuro con todos los materiales caducos del pasado".
Casualmente, o no, justo después de leer estas letras, un amigo deslizó de pasada, al hilo de la actual política, una idea que podría transcribirse con solo modificar, muy poco, los números romanos de los siglos; algo así como: contemplado el debate, o la polémica, de estos comienzos del siglo XXI, lo que asombra es esta España enzarzada en agrias disputas cuyas raíces se adentran en planteamientos ideológicos del XIX, heredados por el XX. Es como si unos y otros intentaran construir el futuro con todos los materiales caducos del pasado.
Seguimos enraizados en el siglo XIX: la identidad de España, los nacionalismos, la asunción -e interpretación- o rechazo de nuestra Historia...
El capítulo más reciente, cuando esto escribo, es la trifulca entre Cayetana Álvarez de Toledo y Pablo Iglesias (diputada de la oposición y vicepresidente segundo del Gobierno, respectivamente), a cuenta de la condición aristocrática o terrorista de sus antepasados directos.
Estos enganches entre políticos a cuenta de sus ancestros y de sus vidas fuera de la política, me indignan muchísimo. Porque les pago el sueldo para que resuelvan problemas, no para pelearse, porque convierten el noble arte de la política en disputas de corral de vecinos, porque, mientras tanto, no se ocupan de la res publica y tapan con gritos de taberna barata sus ineficacias, vagancias y trapisondas.
La política se convierte en lo que dicen y se dicen los políticos, y no en lo que hacen, o no hacen. Dejamos de tener política para pasar a tener "políticos". La desafección del ciudadano medio no es hacia la política, sino hacia los trileros que ocupan los innumerables y crecientes puestos de trabajo como políticos.
Esta manía auto referencial se está extendiendo al periodismo. Cada vez más, el periodismo, en lugar de servir a la democracia, se mimetiza con la partitocracia. Cada vez más, la información gira alrededor de los periodistas y menos de la noticia; como gira alrededor de los políticos en lugar de la política.
Por esto, cada vez más se hace necesario fijarse en si la información versa sobre los que la hacen o sobre una noticia, y luego, en este segundo caso, hay que ver quién da la noticia. Los periodistas deberían desaparecer detrás de la información, como los políticos detrás de la administración de los asuntos públicos; pero ahora, unos y otros se erigen en protagonistas, hasta el punto de que, con frecuencia, no sabemos de qué va la película, ni parece que importe.
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Foto atarifa CC
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