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No congeléis embriones

foto atarifa CC
Ayer estuve con un grupo de profesionales liberales -arquitectos, abogados, ingenieros y gente así-, en el despacho de uno de ellos, para hablar de Iglesia y comunicación, en concreto de la técnica de la reformulación. Para ilustrar la idea de  la ampliación de la perspectiva, me acordé del caso de los embriones congelados.

Hace años, al llegar el Partido Popular (PP) al poder en España, se propuso limitar el número de embriones en las técnicas de reproducción asistida in vitro. Entre otras polémicas, surgió la de los embriones sobrantes durante la aplicación de la ley aprobada por el Partido Socialista (PSOE), que preveía su congelación, sin más aclaraciones.

Este problema existía -y existe- en otros países europeos, como Italia y estaba dando lugar a toda clase de propuestas: destruirlos, mantenerlos congelados, descongelarlos y dejar que muriesen, darlos en adopción.

Interesado, busqué la opinión de la Iglesia católica al respecto, estudié la cuestión y concluí que su propuesta era -y supongo que sigue siendo-: "no congeléis embriones".

-Y con los congelados, ¿qué hacemos?
-No congeléis embriones.
-Si vale; pero ¿y los ya congelados?
-No congeléis más embriones.

Sucede muy a menudo que a la Iglesia se la pone a debatir una cuestión peliaguda no desde el principio sino cuando ya se han dado unos cuantos pasos en la putrefacción de la cuestión. Es como si saliera en una carrera con un handicap, unos cuantos minutos -u horas- después que sus antagonistas.

Por la tarde del mismo día mantuve una interesante conversación con un catedrático de psiquiatría sobre bioética y, en concreto, la cuestión del aborto, que acababa de tratar en una de sus clases. El punto científico nuclear parece consistir en la determinación del momento en que un embrión alcanza la categoría de ser humano o persona. Partiendo de este punto, la postura de la Iglesia (y del PP, pese a sus enjuagues) sobre el absoluto respeto a la vida humana desde el mismo momento de la concepción es el enemigo que batir.

Caí en la cuenta de la trampa saducea en que se pone a los que defendemos un planteamiento más amplio y respetuoso de la vida: dar por supuesta la valoración de ciertos comportamientos anteriores a la concepción. Por ejemplo, en el caso del aborto, ampliar la perspectiva podría consistir en retrotraer el debate hacia el valor de las relaciones sexuales y su ordenación natural a la procreación.

-¿Qué hacemos con los embarazos no deseados?
-No embaracéis sin desearlo.

El último tirón del hilo -por ahora- me vino esta mañana en la ducha. Tiene que ver con el debate de moda -¡otra vez!-: la eutanasia y el suicidio asistido. Hay personas que quieren morir y no tienen el valor de o no pueden suicidarse.

Otra vez, un planteamiento torticero de una cuestión de fondo sobre unos casos particulares ya enmarañados. Ampliemos la perspectiva volviendo a la casilla de salida:

-¿Qué hacemos con los que quieren morir?
-Cuidad de los enfermos, fortaleced la familia, educad en la solidaridad y la generosidad con los demás, organizad los cuidados paliativos
-Ya; pero los que piden que les quitemos la vida?
-Cuidad de los enfermos (...), organizad los cuidados paliativos.


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