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Peregrino en Tierra Santa. Capítulo V. Monte de los Olivos. Caná. Nazareth

Foto MJN
Nunca me había parado a pensar en la cantidad de cosas que sucedieron en el Monte de los Olivos. Por supuesto, ahí está el Huerto de Getsemaní, el lugar de la oración agónica de Jesús la víspera de su muerte. Pero también donde lloró por la ceguera, estupidez, superficialidad o como se quiera llamar del género humano, de cada uno, representado por la ciudad de Jerusalén; donde enseñó a los discípulos, que no sabían, a rezar: "Padre nuestro que estás en los Cielos...". Tierra Santa se puede resumir en una palabra: "hic", "aquí": aquí nació, aquí lloró, aquí vivió, aquí rezó, aquí comió, aquí enseñó, aquí murió, aquí ya no está: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, sino que ha resucitado”, recoge Lucas que dijo el ángel a las dos Marías y a Salomé. Tengo delante la foto-plano de la Quassem Company -lo primero que te venden al llegar a Israel y cuya compra recomiendo-, que es como estar de nuevo en el mirador del Monte de los Olivos y regresar y permanecer de peregrinación, evocando lo vivido sobre las huellas del que es la Vida.

Foto MJN
A veces, las visitas a los lugares santos no te dejan meditar con tranquilidad y puedes pasar como un tropel atolondrado. La mucha gente, el poco tiempo o tantas cosas a las que atender. ¡Prendan el aparato!, el grito de guerra de Ramzis, preludio de tantas explicaciones que no llegas a retener. Es miércoles 2 de mayo, fiesta en Madrid, víspera de la fiesta de la Cruz en Granada; pero nosotros estamos transportados no solo a otro lugar sino a otro tiempo, un tiempo, sin embargo, actual y eterno (esas paradojas del cristianismo). Hace bueno sobre Jerusalén, sopla una brisa refrescante al descender por la ladera del Monte de los Olivos. A nuestra izquierda se abre el cementerio judío, donde el pueblo elegido espera en primera fila la venida definitiva del Mesías. Enterrarse en el valle de Josafat es caro, serán los primeros en resucitar al final de los tiempos, preven aglomeración y, además, ya se sabe: "prior tempore, potior iure". Sin embargo, es un cementerio de sorprendente austeridad, como abandonado, con sus sencillas tumbas dejadas caer en la ladera, con sus piedras sobre la losa, para que los muertos no descansen y sigan en vela, esperando el gran acontecimiento, esas losas y esas piedras que pusieron los vivos, porque los muertos ya saben que la plenitud de los tiempos sucedió hace dos mil dieciocho años.

A nuestra derecha, fincas con huerto. En frente, al otro lado del torrente Cedrón, como un espejo, el cementerio musulmán, protegiendo la cegada Puerta Dorada, en un ejercicio más de los inútiles intentos humanos de detener la mano de Dios.

Foto MA
Dominus flevit. Jesús descendía la ladera del Monte de los Olivos, como nosotros ahora, y al ver la ciudad lloró por ella, diciendo: "Si conocieras también tú en este día lo que te lleva a la paz! Sin embargo, ahora está oculto a tus ojos", cuenta Lucas. Te reciben los restos de una necrópolis cristiana (aquí no hay negocio -dice Manolo, nuestro funerario-, no cabe una caja), y nos acoge la capilla en forma de lágrima, que tiene a Jerusalén como retablo. Allí la Misa actualiza la presencia de Cristo a lo largo de todos los tiempos ("Jerusalén, Jerusalén!, que matas a los profetas y lapidas a los que te son enviados. Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus polluelos bajo las alas, y no quisiste.”), y la Cruz se inserta en la Cúpula de la Roca, el nuevo templo edificado en tres días, que es el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

No hay tiempo para detenerse más, nos espera Getsemaní, el Huerto de los
Olivos, “¿Por qué dormís? Levantaos y orad para no caer en tentación."; la Piedra de la Agonía. Otra vez el fiel testimonio de Lucas“Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.” Arrodillado al pie de la roca regada con la sangre humana de Dios pienso, ¿por qué tanta pereza, tanto malgastar una vida tan corta y tan preciosa?

La mañana está resultando llena de reproches, así que supone un cierto alivio regresar a la cima del Monte de los Olivos, al sitio de la oración dominical. Resultó un lugar de contrastes. Por una parte, la emoción de recitar el Padrenuestro, la oración enseñada por el mismo Dios, tan sencilla (perdona nuestras deudas, danos el pan de cada día, líbranos del mal); por otra los azulejos con el texto en más de setenta idiomas -algunos que ni sabía que existían- y tantas personas de todo el mundo, reflejo de la universalidad de la Iglesia y del cristianismo. ¡Qué mezquinas y ridículas se descubren aquí algunas actitudes pueblerinas! (venga a nosotros Tu Reino, hágase Tu Voluntad así en la Tierra como en el Cielo). Y a la capilla de la Ascensión, donde se venera la roca en la que algunos llegan a ver la huella del pie del Resucitado: "mientras ellos lo observaban, se elevó, y una nube lo ocultó a sus ojos".

Estando allí pareció sucedernos como a aquellos atónitos apóstoles: "Estaban mirando atentamente al cielo mientras él se iba, cuando se presentaron ante ellos dos hombres con vestiduras blancas que dijeron: — Hombres de Galilea, ¿qué hacéis mirando al cielo?". Y nosotros, en lugar de regresar a la ciudad, como hicieron ellos, regresamos al origen de esta bella historia, la historia de nuestra salvación.

Camino del Norte. Nazareth. Campos cultivados con esmero. La mitad de las casas a medio hacer, como esperando el dinero para continuar. País en construcción, en el que parece que nadie trabaja. Tejados de teja pálida coloreando la piedra blanca. Vemos los primeros Kibutz, desde la carretera.

Nazareth era una aldea de unas cien familias; hoy es una ciudad. Visitamos la Fuente de la Virgen, de la que aún mana agua, coincidiendo con la visitas de unos escolares. Los niños son iguales en todas partes; chocamos las manos al salir. Para ellos todo es nuevo, incluso en un lugar con tanta historia.

foto atarifa CC
Caná. La primera revelación pública del Dios hecho hombre fue discreta, en una boda y convirtiendo el agua en buen vino. Y como resultado de la intercesión de su Madre. No se puede decir más con menos. O quizá sí: "No tienen vino. (...) Haced lo que Él os diga". Allí renovaron los compromisos matrimoniales los casados del grupo, en una sala pequeña, calurosa y fea; pero daba igual, la emoción se cortaba. Una por una, ella y él, él y ella, como el primer día, o aún mejor, con la solera de años de frío y de calor, de luna y sol; después del vino malo, el bueno. Me contagié y renové también, en mi interior, mis propios compromisos. Pensé, por mí y por aquellos matrimonios, que el vino nuevo no puede guardarse en odres viejos, porque se rompen los odres y se pierde el vino. El vino bueno de la gracia necesita recipientes renovados por esa misma gracia.

Caná. Implete hydrias aqua. Se conserva una tinaja que podría ser. Pero no el vino. Los caldos de Caná siguen siendo malos. Si uno se plantea un viaje turístico-gastronómico que no vaya a Galilea: un Pez de San Pedro con vino de Caná es un castigo, si no media un milagro con el segundo y no aparece una moneda de plata en el primero.

Foto MJN
La basílica de la Anunciación es el santuario más grande de Tierra Santa. Un edificio grande para albergar el recuerdo de algo inmenso que, sin embargo, tuvo la sencillez y hermosura de lo más simple y pequeño. "Ecce ancilla Domini; fiat mihi secundum verbum tuum", anota Lucas; "Al encanto de estas palabras virginales el Verbo se hizo carne", comenta san Josemaría. Por eso conviene bajar deprisa hasta la cripta que custodia la gruta donde María acogió a Dios en su corazón y en sus entrañas. Verbum caro hic factum est. Agarrado a la verja, de rodillas, al fin pude hacer oración por todos y por todo. Y la primera romería de mayo.

En el patio exterior los mosaicos de devociones marianas de todas partes muestran la extensión del amparo de la doncella de Nazareth: Montserrat, Candelaria, Guadalupe, Desamparados..., de España, y así del resto del mundo.

Golden Crown. El hotel está en el Monte del Precipicio, descrito tan concisamente como siempre por Lucas: "Y levantándose, le echaron fuera de la ciudad, y le llevaron hasta la cumbre del monte sobre el cual estaba edificada la ciudad de ellos, para despeñarle. Mas él pasó por en medio de ellos, y se fue". Esa noche, después de la cena, nos asomamos al precipicio. Más pacíficos que los parientes de Jesús, nos sentamos un rato de tertulia a comentar tantas emociones, como esos discípulos que le acompañaban, por los caminos de Galilea.

Continuará...

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