Esta tarde he vuelto a acercarme a la Plaza del Carmen, donde está #acampadagranada, a la hora en que se cuece lo sustancioso. De camino, me topo con un candidato del PP a concejal, que aborda directamente la cosa de los indignados: "¿Qué, vas donde los indignados?". No debe seguir mucho mi blog, porque me traslada un retrato apocalíptico del movimiento 15M, como si yo no supiera nada; me dan pena estas cegueras y sorderas, estas reacciones furibundas que descalifican rotundas en lugar de escuchar y ver, por si se aprende algo. Percibo cierta incomodidad en mi amigo -somos amigos-, al comprobar que no comparto su diatriba, y eso que no entro a discutir la cuestión, solo gasto un poco de broma y quito hierro. Le pregunto si le preocupa: afirma contundente que no; pero me da la impresión de que sí le preocupa.
Llego a la plaza, soy malo para los números, ¿300, 400 personas? El número va creciendo con el tiempo, eso sí, muchos curiosos, observadores como yo, supongo; pero en las conversaciones de los corros más amplios se oyen comentarios sobre la necesidad de reformas, un mensaje central que parece que cala. En el centro, sentados, los más comprometidos. Me sitúo en la primera fila de a pie, apoyado en un contenedor de basura, una joven lleva la voz cantante y explica cómo funciona la asamblea, el mecanismo tiene su complejidad; pero ya están bastante bien organizados, hay equipos de trabajo, ha mejorado la megafonía, hay turnos, hay limpieza, hay orden y amabilidad. No voy a contar detalles, fáciles de encontrar en Internet. Hubo un conato de resabio anti clerical (¿o es anti religioso?) en forma de tenue abucheo cuando la conductora empleó una frase hecha que menciona la palabra "misa", que la llevó a querer justificarse: mala señal. También olfateé algún que otro porro; pero mucho más olía a canuto dulzón en la reunión de críos junto al embarcadero del Genil unos minutos más tarde, cuando pasé por allí.
Se acordó seguir a otras ciudades y no hacer caso a la Junta Electoral Central, que ha declarado ilegales las concentraciones mañana y pasado, días de reflexión y votación respectivamente. La acampada sigue.
Cenando con unos amigos he apostado fuerte a que el gobierno no hará nada por desalojarlos. Se repasaron acuerdos anteriores, como no permitir que -NOS-LGTB hicieran propaganda de lo suyo; aunque con un guiño de simpatía- y se quiso repasar el manifiesto de Madrid, aprobado aquí con un anexo; pero cuando me fui aún no habían encontrado el texto.
Me he marchado en el momento en que trataban el crucial asunto de qué hacer después del domingo; la primera intervención abogaba por seguir, porque si lo dejaban sin lograr sus objetivos, dijo un joven, "no habremos hecho nada".
Al salir del corro veo en la terraza del bar de la esquina a un famoso periodista de la ciudad, antiguo enfant terrible de pluma afilada, comentando con otros tres individuos lo que sucedía a sus espaldas, confortablemente sentados en torno a sendas bebidas. Unos pasos más allá la ciudad sigue girando según los ritos de un viernes de primavera a las nueve de la noche, ignorante del momento histórico que vive una minoría a pocos pasos (¿o no?).
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Llego a la plaza, soy malo para los números, ¿300, 400 personas? El número va creciendo con el tiempo, eso sí, muchos curiosos, observadores como yo, supongo; pero en las conversaciones de los corros más amplios se oyen comentarios sobre la necesidad de reformas, un mensaje central que parece que cala. En el centro, sentados, los más comprometidos. Me sitúo en la primera fila de a pie, apoyado en un contenedor de basura, una joven lleva la voz cantante y explica cómo funciona la asamblea, el mecanismo tiene su complejidad; pero ya están bastante bien organizados, hay equipos de trabajo, ha mejorado la megafonía, hay turnos, hay limpieza, hay orden y amabilidad. No voy a contar detalles, fáciles de encontrar en Internet. Hubo un conato de resabio anti clerical (¿o es anti religioso?) en forma de tenue abucheo cuando la conductora empleó una frase hecha que menciona la palabra "misa", que la llevó a querer justificarse: mala señal. También olfateé algún que otro porro; pero mucho más olía a canuto dulzón en la reunión de críos junto al embarcadero del Genil unos minutos más tarde, cuando pasé por allí.
Se acordó seguir a otras ciudades y no hacer caso a la Junta Electoral Central, que ha declarado ilegales las concentraciones mañana y pasado, días de reflexión y votación respectivamente. La acampada sigue.
Cenando con unos amigos he apostado fuerte a que el gobierno no hará nada por desalojarlos. Se repasaron acuerdos anteriores, como no permitir que -NOS-LGTB hicieran propaganda de lo suyo; aunque con un guiño de simpatía- y se quiso repasar el manifiesto de Madrid, aprobado aquí con un anexo; pero cuando me fui aún no habían encontrado el texto.
Me he marchado en el momento en que trataban el crucial asunto de qué hacer después del domingo; la primera intervención abogaba por seguir, porque si lo dejaban sin lograr sus objetivos, dijo un joven, "no habremos hecho nada".
Al salir del corro veo en la terraza del bar de la esquina a un famoso periodista de la ciudad, antiguo enfant terrible de pluma afilada, comentando con otros tres individuos lo que sucedía a sus espaldas, confortablemente sentados en torno a sendas bebidas. Unos pasos más allá la ciudad sigue girando según los ritos de un viernes de primavera a las nueve de la noche, ignorante del momento histórico que vive una minoría a pocos pasos (¿o no?).
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