En ALFA y OMEGA Nº 439/24-II-2005
Por José Francisco Serrano (redactorjefe@planalfa.es)
(...) El País. Hermann Tertsch, libre entre los no tan libres, publicó, el pasado sábado, una columna en El País, con el título La religión en la era moderna, en la que afirma: «Nuestra confusión moral, que en algunos países europeos, y desde luego en ciertas partes de España, es ya patología social, parece llevarnos siempre a un fatalismo en el que ser el débil parece un mérito. Hacer malabarismos con convicciones y principios, para adecuarlos a la voluntad del violador, criminal o fanático, se supone un ejercicio de tolerancia y galantería política. Ya no son sólo políticos incapaces o directamente traidores a sus promesas de defender los principios y las leyes que los llevaron a sus cargos, sino amplios sectores sociales, los que han aceptado el lema de hablando se entiende la gente, que hace que las leyes y la capacidad de autodefensa de la sociedad democrática sea dinamitada a diario. Si se acepta supeditar las leyes al diálogo con el agresor que, desde la minoría más escuálida, hace valer sus razones de fuerza, casi resulta más digno enterrar las leyes previamente. En este panorama desolador, resulta especialmente doloroso que estemos asistiendo a lo que parece ya la última gran agonía del Papa Juan Pablo II. Quien levantó a Europa oriental contra la resignación de Yalta no podrá ayudar en el rearme moral ante las nuevas amenazas. Si hay algún fenómeno que ha alimentado el desarme de nuestras sociedades modernas ante sus enemigos es la incomprensión radical y, por tanto, el desprecio y hostilidad hacia el pensamiento religioso. Lo que no tiene nada que ver con creer o no. Es en el respeto al concepto individual de la trascendencia donde radica la más profunda tolerancia, la firmeza y la dignidad, bases de una sociedad no dedicada a la experimentación social, sino a fomentar la vocación del ser humano a ser feliz. Por eso, el primer deber del gobernante es hacer frente a los enemigos del individuo libre en la sociedad abierta, y dejar claro a las víctimas que tienen un valor incondicional». (...)
Por José Francisco Serrano (redactorjefe@planalfa.es)
(...) El País. Hermann Tertsch, libre entre los no tan libres, publicó, el pasado sábado, una columna en El País, con el título La religión en la era moderna, en la que afirma: «Nuestra confusión moral, que en algunos países europeos, y desde luego en ciertas partes de España, es ya patología social, parece llevarnos siempre a un fatalismo en el que ser el débil parece un mérito. Hacer malabarismos con convicciones y principios, para adecuarlos a la voluntad del violador, criminal o fanático, se supone un ejercicio de tolerancia y galantería política. Ya no son sólo políticos incapaces o directamente traidores a sus promesas de defender los principios y las leyes que los llevaron a sus cargos, sino amplios sectores sociales, los que han aceptado el lema de hablando se entiende la gente, que hace que las leyes y la capacidad de autodefensa de la sociedad democrática sea dinamitada a diario. Si se acepta supeditar las leyes al diálogo con el agresor que, desde la minoría más escuálida, hace valer sus razones de fuerza, casi resulta más digno enterrar las leyes previamente. En este panorama desolador, resulta especialmente doloroso que estemos asistiendo a lo que parece ya la última gran agonía del Papa Juan Pablo II. Quien levantó a Europa oriental contra la resignación de Yalta no podrá ayudar en el rearme moral ante las nuevas amenazas. Si hay algún fenómeno que ha alimentado el desarme de nuestras sociedades modernas ante sus enemigos es la incomprensión radical y, por tanto, el desprecio y hostilidad hacia el pensamiento religioso. Lo que no tiene nada que ver con creer o no. Es en el respeto al concepto individual de la trascendencia donde radica la más profunda tolerancia, la firmeza y la dignidad, bases de una sociedad no dedicada a la experimentación social, sino a fomentar la vocación del ser humano a ser feliz. Por eso, el primer deber del gobernante es hacer frente a los enemigos del individuo libre en la sociedad abierta, y dejar claro a las víctimas que tienen un valor incondicional». (...)
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