Rafael Ordóñez
La Opinión de Málaga, martes 8 de marzo de 2005
Dicen que no hay nadie imprescindible. Esto es una majadería de las muchas que vamos repitiendo los que no levantamos un palmo por encima de la vulgaridad. Es una frasecilla que nos ayuda a sobrellevar nuestra insoportable mediocridad. Ha muerto un hombre imprescindible, universal y que, casi sin saberlo, tenía Málaga incrustada en los repliegues de su baqueteado corazón. El caballero en cuestión es el señor Peter Benenson, fundador de Amnistía Internacional, premio Nobel de la Paz de 1977. Cuando tenía 40 años, esa edad en la que nos plantamos tan rica y fácilmente sin haber vendido todavía un peine, el señor Benenson pensó que tenía que dejar de ser un culí parlante de rebotica londinense y ponerse manos a la obra de ayudar al prójimo. Corría el año de 1960. Servidor de ustedes velaba armas en un colegio malagueño ante el día de su primera comunión. En Roma, centenares de clérigos católicos, entre ellos nuestro recién desaparecido don José María González Ruiz, acudían a la llamada del Papa Roncalli para darle a la Iglesia la mayor sacudida que ha recibido en su bimilenaria historia. En los Estados Unidos, JFK estaba en puertas de convertirse en el 35 presidente de la nación. Y en Londres, Peter Benenson leía un artículo en el que se comentaba una de las siniestras fantochadas de la dictadura salazarista. Un año completito. Salía Benenson de la preciosa iglesia londinense de St. Martín in the Fields cuando desplegó el periódico y leyó la historia de dos estudiantes portugueses que habían sido apresados por haber brindado por la libertad en un restaurante de Lisboa. Se dio media vuelta, volvió a entrar en la iglesia, se arrodilló, oró, sintió la Presencia y salió de allí con la determinación de fundar Amnistía Internacional. Un católico británico había puesto en marcha una organización que se implantaría en más de 150 países y que contaría con casi dos millones de afiliados en todo el mundo. Y lo que es más importante: antes de morir, Benenson había visto la liberación de miles de torturados, la excarcelación de decenas de miles de presos de conciencia y la conmutación de la pena de muerte a otros tantos seres humanos.
Mis casi veinte años de presencia en la organización que Benenson fundó me han llevado a muchos momentos difíciles, ruptura incluida. Pero siempre vuelvo para apoyar la idea que una mañana de 1960 tuvo Benenson en la iglesia de Trafalgar Square. Amnistía es imprescindible. Con aciertos y con errores; si no existiera Amnistía habría que inventarla. A nadie le escondo que mi grano de crítica viene del desigual hincapié que la organización ha hecho contra unas y contra otras dictaduras. Es cierto, certísimo, que en esto de la lucha antitiránica, Amnistía no ha dejado muñeco con cabeza. Pero a unos un poco más que a otros. Y aquí es donde, de soslayo, entra Málaga en toda esta historia.
Peter Benenson fue desde su juventud un convencido antifascista. Con dieciséis años estaba ayudando a los huérfanos de republicanos españoles buscándoles cobijo y escuela. Tiempo después, un libro lo cambiaría de arriba a abajo: el `Testamento Español´ de Arthur Koestler. Y a este sí lo conocemos por aquí. Corresponsal en la guerra de España, recaló por Málaga. Aquí vivió el abandono de la ciudad por las autoridades frentepopulistas, la huida de miles de malagueños hacia el Este y la entrada de las tropas nacionales. Detenido y encarcelado, lo contó después y Benenson lo leyó. Málaga en el corazón de Amnistía.
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