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Un feminismo católico

NUEVA YORK, sábado, 19 febrero 2005 (ZENIT.org).- Las Naciones Unidas celebrarán del 28 de febrero al 11 de marzo, en el décimo aniversario de la Conferencia de Pekín sobre la mujer, una sesión especial convocada por la Comisión para el Estatus de las Mujeres. Su nombre en clave es «Pekín+10».

Recientemente, la versión semanal inglesa de «L'Osservatore Romano» publicaba algunos artículos explicando la posición de la Iglesia sobre el tema de la mujer. En la edición del 5 de enero, Mary Ann Glendon, presidenta de la Academia Pontificia para las Ciencias Sociales y profesora de derecho de Harvard, consideraba el tema de la discriminación y las mujeres.

Observaba que el pasado 18 de diciembre se cumplía el 25 aniversario de la Convención de Naciones Unidas sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW, por sus siglas en inglés). Reflexionando sobre este evento, Glendon reconocía la contribución realizada por Naciones Unidas al proclamar la dignidad e igualdad de las mujeres, comenzando con la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948.

No obstante, la aplicación del principio de igualdad en la sociedad y en el derecho ha presentado difíciles desafíos, añadía. Glendon observaba que Eleanor Roosevelt, que presidió la comisión que redactó la declaración de 1948, defendía la igualdad de oportunidades para las mujeres. «Pero sostenía con igual firmeza que había ciertas áreas, como el cuidado de los hijos y el servicio militar, donde se debían tener en cuenta las diferencias entre los sexos». Asimismo, Roosevelt indicaba, paralelamente a la doctrina católica, que el hogar familiar es donde «hombres y mujeres viven como hombres y mujeres y se complementan unos a otros».

Pero Glendon observaba que cuando se redactó el borrador de la CEDAW, dominaba otra visión de las mujeres. El documento estaba influenciado por la tirantez del feminismo que estaba marcado por actitudes negativas hacia los hombres, el matrimonio y la maternidad. Por eso, el CEDAW «contiene algunos caracteres problemáticos», observaba Glendon.

Prohibir el Día de la Madre
Entre los elementos negativos de la convención de 1979 hay fragmentos que se han interpretado de forma que se desalienta la especial protección para las madres. Además, favorece la promoción de la igualdad de forma que se crean graves tensiones con otros derechos básicos, como la libertad de expresión y de creencias.

El comité constituido para supervisar el cumplimiento del CEDAW ha seguido esta línea. Critica, por ejemplo, a los países que no proporcionan un acceso abierto al aborto y condena que se celebre el Día de la Madre.

Mientras tanto, la mayoría de las mujeres ha abandonado este «feminismo anticuado», sostenía Glendon. Aunque todavía defienden activamente la campaña por la igualdad, se sienten ajenas a las actitudes anti hombres y anti familia de la primera generación del feminismo.

La doctrina católica, por el contrario, tiene mucho que ofrecer a las mujeres en su búsqueda de un auténtico feminismo, sostenía Glendon. La encíclica de Juan Pablo II, «Laborem Exercens», afirma la importancia de la familia y la necesidad de que las mujeres puedan progresar en sus puestos de trabajo sin tener que sacrificar su papel de madres. En otros escritos, el Papa ha pedido un cambio en las actitudes de la sociedad, para que las mujeres puedan utilizar todos sus talentos, también en casa.

Esto no debería sorprender a nadie, añadía Glendon. Los Evangelios revelan cómo Jesús rompe radicalmente con las tradiciones de su tiempo confraternizando con las mujeres y confiándoles algunas de sus enseñanzas. Y el cristianismo, a través de su promoción de la monogamia y de la indisolubilidad del matrimonio, «ha hecho probablemente más que cualquier otra fuerza en la historia para liberar a las mujeres de las costumbres que negaban su dignidad».

Feminismo católico
El tema del papel de los hombres y las mujeres en la sociedad fue objeto de un artículo de Janne Haaland Matlary en la edición del día 12 de L'Osservatore Romano. La profesora del departamento de ciencias políticas de la Universidad de Oslo tomó como trasfondo de sus reflexiones la carta de la Congregación para la Doctrina de la Fe del pasado 31 de julio, sobre la «Colaboración de Hombres y Mujeres en la Iglesia y en el Mundo».

Aquella carta, observaba la profesora noruega, mantenía que la diferencia entre los sexos va más allá de lo biológico; la divergencia se extiende a los niveles psicológicos y ontológicos. De esta forma, la antropología católica evita el error del reduccionismo biológico, que reduce a las mujeres a un papel de criadoras de niños. También deja a un lado el error de adoptar una visión basada en factores sociales, que reduce las diferencias entre los sexos a una «construcción social».

Matlary resumía lo que ella considera como el marco de un «feminismo católico» contenido en el texto publicado por la congregación vaticana. La carta busca sobre todo enfocar la relación entre los sexos basándola en la imitación de Cristo a través del darse uno mismo y del servicio a los demás. El ideal de darse uno mismo tiene especial relevancia para las mujeres, que a través de la maternidad tienen y crían a los hijos.

Sobre el tema del trabajo frente a vida familiar, Matlary explicaba que la carta da una prioridad mayor a la familia. Por eso, no es suficiente con aprobar leyes que aseguren la igualdad para las mujeres en su puesto de trabajo. «Se ha permitido a las mujeres que imitaran a los hombres», observaba Matlary. «Pero las mujeres no han logrado políticas que tengan en cuenta realmente la maternidad y que reflejen el hecho de que las mujeres, si son fieles al ideal cristiano de servicio, trabajan y ejercitan su liderazgo de una forma muy diferente a los hombres».

Cambiar actitudes
La carta vaticana insiste en la importancia de cambiar actitudes para obtener una forma correcta de cooperación entre hombres y mujeres. Matlary afirmaba que las actuales actitudes se oponen con mucha frecuencia a la vida familia así como a las mujeres que quieren dedicarse a sus hogares. El feminismo se ha concentrado en una visión individualista de los derechos, reduciendo radicalmente la importancia de la familia como unidad, observaba.

En este individualismo basado en derechos, la familia, y el papel de la mujer en ella, no cuentan para nada, escribe Matlary. En su lugar, lo que se vuelve importante es que las mujeres tengan al menos el 50% de todos los puestos públicos de la sociedad. Desde esta perspectiva, la vida familiar obstaculiza a las mujeres que desarrollen sus talentos, y tener hijos es una carga.

Esta actitud ha comenzado a cambiar en algunos países - se da más énfasis a ayudar a las mujeres a lograr un equilibrio entre trabajo y familia, observa Matlary. Sin embargo, indicaba, normal y erróneamente, se da mayor prioridad a la igualdad de las mujeres en el puesto de trabajo, en vez de a la familia.

La perspectiva católica ofrece una visión alternativa. Considera el trabajo como un servicio a los demás, no como una forma de buscar el poder en el puesto de trabajo. En la vida familiar, defiende la complementariedad de hombres y mujeres, que significa dar el valor suficiente al papel de la madre para con los hijos cuando son pequeños. Y el estado, en vez de asegurar sólo derechos individuales, tiene la obligación de apoyar la familia y la maternidad, puesto que la familia es el bloque constructivo fundamental de la sociedad.

Un feminismo católico, continúa Matlary, debe tener como su principio básico la convicción de que la familia es lo primero en orden de importancia personal y social. Combinar esto con la visión del trabajo como un darse uno mismo y un servicio permitirá que se dé al papel de la mujer en la familia la importancia que merece. Y añadía que aceptar y vivir estos principios, y comprender que «esta es la clase de poder del que habló y enseñó Nuestro Señor», es el desafío al que se enfrentan los católicos.

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