Ya sé, ya sé, ¿otra de DE PRADA? ¿Qué queréis, si dice justamente lo que pienso, y lo dice maravillosamente? Que conste que no le conozco...
JUAN MANUEL DE PRADA
ABC, 20 de agosto de 2005
AFIRMABA Chesterton, refutando a quienes sostienen que la religión católica abruma y aflige a los hombres, que los únicos países de Europa en los que todavía se canta y se baila son aquellos donde aún es fuerte la influencia de la Iglesia de Roma. «La doctrina y la disciplina católicas son muros, si se quiere -escribía en Ortodoxia-; pero son muros de un teatro de regocijos». Y, a continuación, esbozaba una alegoría de plena vigencia: «Imaginémonos que un corro de niños juega sobre la florida cumbre de una isla eminente: mientras haya un muro que cerque la cumbre, pueden entregarse a sus locos juegos y poblar el sitio de rumores. Supongamos ahora que el muro se derrumba, dejando a la vista los precipicios: los niños no caen necesariamente; pero cuando, poco después, venimos a buscarlos, los hallamos amontonados en el vértice de la isla cónica, mudos de horror. Ya no se les oye cantar». Esa imagen de unos niños asomados a un abismo de angustias que nos proponía Chesterton representa como ninguna al hombre contemporáneo, más concretamente al hombre occidental. Ha derribado los muros que cimentaban su existencia, creyendo que así accedería a una forma de vida más libre; pero, en su lugar, se ha topado con ese indescifrable malestar que nos corroe cuando nos hallamos a la intemperie, sin vínculos ni asideros que nos ayuden a combatir ese hastío metafísico que empieza a ser el principal signo de identidad de los países prósperos, ensimismados en su bienestar.
Hay quienes sostienen que el cristianismo encarna una mentalidad premoderna, atrasada, que nos devuelve a las eras de oscuridad. Si la gente, en lugar de leer las majaderías que escriben los «modernos», se dedicara a leer un poco a los maestros, descubriría que el cristianismo fue la luz que impidió que Europa se extinguiese, como antes se extinguieron Asiria o Babilonia. En una época de decadencia y acabamiento como la nuestra, el pensamiento cristiano vuelve a erigirse en muro de salvación que nos abriga de la intemperie. Frente al inventario caótico de dulces incertidumbres con que nos anestesia el relativismo, frente a esa convicción cada día más extendida según la cual el hombre se convierte en un ser desvinculado (de Dios, de la moral, de la Historia), el cristianismo nos enseña que no estamos necesariamente condenados a vivir en un mundo fragmentario, ininteligible, sin vínculos con el pasado. El humanismo cristiano muestra una forma diversa y más exigente de ser moderno, una nueva «vinculación» con la realidad -revitalizada por el encuentro con Cristo- que restituye al hombre su genealogía espiritual.
Intentar comprender la realidad sin contar con la trascendencia, como pretende el relativismo, es un despropósito. La historia humana, a la postre, se resume en la búsqueda afanosa de Dios; todo lo demás es cronología y tedio. Una época como la nuestra, que se pavonea de haber desterrado la trascendencia, es como una casa sin ventilación: quizá vista desde fuera, su fachada resulte muy lustrosa e incitante; pero en su interior se retuercen las serpientes de la asfixia. Los muros del cristianismo quizá parezcan ásperos, inexpugnables en su grosor milenario; pero son muros, como nos enseñaba Chesterton, de un teatro de regocijos. La aventura de la ortodoxia cristiana es una magnífica alternativa al hastío metafísico que el relativismo nos vende como marchamo de modernidad (cuando en realidad es síntoma de rigor mortis); y se trata, además, de la única aventura moderna que aún podemos vivir en una Europa marchita, vetusta, podrida, decrépita, fiambre.
Esos chicos que se han reunido en Colonia, en torno a un hombre vestido de blanco, encarnan la esperanza de una resurrección.
JUAN MANUEL DE PRADA
ABC, 20 de agosto de 2005
AFIRMABA Chesterton, refutando a quienes sostienen que la religión católica abruma y aflige a los hombres, que los únicos países de Europa en los que todavía se canta y se baila son aquellos donde aún es fuerte la influencia de la Iglesia de Roma. «La doctrina y la disciplina católicas son muros, si se quiere -escribía en Ortodoxia-; pero son muros de un teatro de regocijos». Y, a continuación, esbozaba una alegoría de plena vigencia: «Imaginémonos que un corro de niños juega sobre la florida cumbre de una isla eminente: mientras haya un muro que cerque la cumbre, pueden entregarse a sus locos juegos y poblar el sitio de rumores. Supongamos ahora que el muro se derrumba, dejando a la vista los precipicios: los niños no caen necesariamente; pero cuando, poco después, venimos a buscarlos, los hallamos amontonados en el vértice de la isla cónica, mudos de horror. Ya no se les oye cantar». Esa imagen de unos niños asomados a un abismo de angustias que nos proponía Chesterton representa como ninguna al hombre contemporáneo, más concretamente al hombre occidental. Ha derribado los muros que cimentaban su existencia, creyendo que así accedería a una forma de vida más libre; pero, en su lugar, se ha topado con ese indescifrable malestar que nos corroe cuando nos hallamos a la intemperie, sin vínculos ni asideros que nos ayuden a combatir ese hastío metafísico que empieza a ser el principal signo de identidad de los países prósperos, ensimismados en su bienestar.
Hay quienes sostienen que el cristianismo encarna una mentalidad premoderna, atrasada, que nos devuelve a las eras de oscuridad. Si la gente, en lugar de leer las majaderías que escriben los «modernos», se dedicara a leer un poco a los maestros, descubriría que el cristianismo fue la luz que impidió que Europa se extinguiese, como antes se extinguieron Asiria o Babilonia. En una época de decadencia y acabamiento como la nuestra, el pensamiento cristiano vuelve a erigirse en muro de salvación que nos abriga de la intemperie. Frente al inventario caótico de dulces incertidumbres con que nos anestesia el relativismo, frente a esa convicción cada día más extendida según la cual el hombre se convierte en un ser desvinculado (de Dios, de la moral, de la Historia), el cristianismo nos enseña que no estamos necesariamente condenados a vivir en un mundo fragmentario, ininteligible, sin vínculos con el pasado. El humanismo cristiano muestra una forma diversa y más exigente de ser moderno, una nueva «vinculación» con la realidad -revitalizada por el encuentro con Cristo- que restituye al hombre su genealogía espiritual.
Intentar comprender la realidad sin contar con la trascendencia, como pretende el relativismo, es un despropósito. La historia humana, a la postre, se resume en la búsqueda afanosa de Dios; todo lo demás es cronología y tedio. Una época como la nuestra, que se pavonea de haber desterrado la trascendencia, es como una casa sin ventilación: quizá vista desde fuera, su fachada resulte muy lustrosa e incitante; pero en su interior se retuercen las serpientes de la asfixia. Los muros del cristianismo quizá parezcan ásperos, inexpugnables en su grosor milenario; pero son muros, como nos enseñaba Chesterton, de un teatro de regocijos. La aventura de la ortodoxia cristiana es una magnífica alternativa al hastío metafísico que el relativismo nos vende como marchamo de modernidad (cuando en realidad es síntoma de rigor mortis); y se trata, además, de la única aventura moderna que aún podemos vivir en una Europa marchita, vetusta, podrida, decrépita, fiambre.
Esos chicos que se han reunido en Colonia, en torno a un hombre vestido de blanco, encarnan la esperanza de una resurrección.
Comentarios
Esta vez, como no podia ser menos da en la diana, espero que la gente le lea, cuantos mas mejor.
Saludos
Mi blog Asivaelpais no es ejemplo de nada y crece de la antiguedad necesaria para ejercer de gurú pero me he sentido en la necesidad de hacerte esta sugerencia con mi mejor intención.
No se puede negar la realidad, y Dios es la realidad. Todos esos jovenes, y no tan jovenes, en Colonia lo demuestran.
Un saludo
Para Hispanicus: te recomiendo también C.S. Lewis (que no era católico; aunque casi).
Un saludo para warrior, si eres amigo de caraacara, bienvenido. Y gracias por tus consejos: tienes toda la razón, mi blog no es el típico blog, ya lo sé, hacerlo mejor lleva un tiempo (o requiere una paciencia y/o unos conocimientos) que a veces no tengo. Por otra parte, a veces pienso que si pones el texto sin que haya que abrir otra ventanita... Pero estoy dispuesto a aprender; he visto tu bitácora y me ha gustado una barbaridad, por el contenido... y las fotos (¡vaya fotos, tío!).
Para Legionarius: Es tal y como dices, ni más ni menos. Creo que es mi admirado Chesterton quien viene a decir que los hombres, cuando dejan de creer en la verdad, empiezan a creer en cualquier tontería. Una encuesta reciente asegura que los que creen en horóscopos y cosas por el estilo son, mayoritariamente, gente con estudios: ¡TOMA!
Salu2