Soy catalán porque nací en Barcelona; soy español porque nací en Cataluña; soy europeo porque nací en España.
Soy catalán, hijo de catalán, nieto de catalana, bisnieto, tataranieto... de catalanes. Tengo mucho que decir sobre el órdago independentista en Cataluña; pero voy a procurar ser claro y conciso. Lo que sigue es mi opinión personal, que doy solo por lo excepcional del momento histórico.
Primero: quiero que Cataluña siga formando parte de España. Juntos nos va mejor, somos más fuertes, más capaces. Con la separación todos nos empobreceríamos (en todos los sentidos, no solo económicamente) y perderíamos influencia. Además, claro está, amo a Cataluña como es, una parte de España.
Segundo: quiero una Cataluña abierta, generosa. El independentismo se asienta en el nacionalismo, cerrado y egoísta por definición. Quiero una España rica, variada, asentada sobre el denominador común de nuestra historia conjunta y con un numerador muy diverso, con la diversidad que nos caracteriza, que es una riqueza.
Tercero: me parece importante respetar las leyes y los mecanismos legales. España es un país democrático y tiene una Constitución que nos hemos dado entre todos. Si no gusta, se cambia, como está previsto que se cambie. A mi no me gusta esta Constitución, no la voté por ser menor de edad (faltaron unos meses); pero de haberlo hecho habría votado que no. Pero la aprobó el 87,78% de votantes que representaba el 58,97% del censo electoral, siendo así la única de la historia de España que ha sido refrendada y aprobada por los españoles mediante referéndum. Así que la he acatado aún cuando su espíritu y su letra han sido forzados en contra de mis opiniones en varias ocasiones. Si el Parlamento catalán no respeta la Constitución de la que procede su legitimidad, no se cómo espera que los ciudadanos respetemos sus leyes, si no es con la violencia.
Cuarto: La apuesta independentista se asienta en una presión social que recuerda la de episodios muy tristes de la Historia. Puedo respetar que alguien esté a favor de la independencia de Cataluña, aunque no lo comparta; pero no puedo respetar el clima de falta de libertad que el independentismo ha creado atornillando sucesivamente a los catalanes, asfixiando todo desacuerdo. El seny de la burguesía catalana se ha echado en manos de la rauxa anti sistema con una inconsistencia suicida.
Quinto: Cataluña tiene una autonomía más que suficiente. ¿Por qué no basta? Pienso que la autonomía debería basarse en el principio de subsidiariedad, y no en replicar estructuras estatales hasta los reinos de taifas. Sí, quizá haya que reformar la Constitución después de 40 años; pero no para romper y separar, sino para que todos los españoles volvamos a ser iguales, con los mismos derechos, los mismos servicios públicos, las mismas leyes.
Y sexto: Solo si España tiene un proyecto que pueda ser compartido por la mayoría, que vaya más allá del crecimiento económico, que pueda proyectarse en el mundo, permaneceremos unidos. La ley y el orden no bastan para detener las corrientes históricas; estamos más que hartos de verlo por todas partes. Y España, hoy día, no lo tiene. Mi propuesta se fundamenta en el Humanismo cristiano y la Doctrina social de la Iglesia, porque es la más acorde con nuestra Historia, y porque me parece la más conforme con la dignidad humana. Debería ser la base de un gran acuerdo permanente.
Escrito está. Ahora solo queda esperar que pase el mal trago sin dejar demasiadas cicatrices, y que sigamos unidos. Juntos es mejor.
Soy catalán, hijo de catalán, nieto de catalana, bisnieto, tataranieto... de catalanes. Tengo mucho que decir sobre el órdago independentista en Cataluña; pero voy a procurar ser claro y conciso. Lo que sigue es mi opinión personal, que doy solo por lo excepcional del momento histórico.
Primero: quiero que Cataluña siga formando parte de España. Juntos nos va mejor, somos más fuertes, más capaces. Con la separación todos nos empobreceríamos (en todos los sentidos, no solo económicamente) y perderíamos influencia. Además, claro está, amo a Cataluña como es, una parte de España.
Segundo: quiero una Cataluña abierta, generosa. El independentismo se asienta en el nacionalismo, cerrado y egoísta por definición. Quiero una España rica, variada, asentada sobre el denominador común de nuestra historia conjunta y con un numerador muy diverso, con la diversidad que nos caracteriza, que es una riqueza.
Tercero: me parece importante respetar las leyes y los mecanismos legales. España es un país democrático y tiene una Constitución que nos hemos dado entre todos. Si no gusta, se cambia, como está previsto que se cambie. A mi no me gusta esta Constitución, no la voté por ser menor de edad (faltaron unos meses); pero de haberlo hecho habría votado que no. Pero la aprobó el 87,78% de votantes que representaba el 58,97% del censo electoral, siendo así la única de la historia de España que ha sido refrendada y aprobada por los españoles mediante referéndum. Así que la he acatado aún cuando su espíritu y su letra han sido forzados en contra de mis opiniones en varias ocasiones. Si el Parlamento catalán no respeta la Constitución de la que procede su legitimidad, no se cómo espera que los ciudadanos respetemos sus leyes, si no es con la violencia.
Cuarto: La apuesta independentista se asienta en una presión social que recuerda la de episodios muy tristes de la Historia. Puedo respetar que alguien esté a favor de la independencia de Cataluña, aunque no lo comparta; pero no puedo respetar el clima de falta de libertad que el independentismo ha creado atornillando sucesivamente a los catalanes, asfixiando todo desacuerdo. El seny de la burguesía catalana se ha echado en manos de la rauxa anti sistema con una inconsistencia suicida.
Quinto: Cataluña tiene una autonomía más que suficiente. ¿Por qué no basta? Pienso que la autonomía debería basarse en el principio de subsidiariedad, y no en replicar estructuras estatales hasta los reinos de taifas. Sí, quizá haya que reformar la Constitución después de 40 años; pero no para romper y separar, sino para que todos los españoles volvamos a ser iguales, con los mismos derechos, los mismos servicios públicos, las mismas leyes.
Y sexto: Solo si España tiene un proyecto que pueda ser compartido por la mayoría, que vaya más allá del crecimiento económico, que pueda proyectarse en el mundo, permaneceremos unidos. La ley y el orden no bastan para detener las corrientes históricas; estamos más que hartos de verlo por todas partes. Y España, hoy día, no lo tiene. Mi propuesta se fundamenta en el Humanismo cristiano y la Doctrina social de la Iglesia, porque es la más acorde con nuestra Historia, y porque me parece la más conforme con la dignidad humana. Debería ser la base de un gran acuerdo permanente.
Escrito está. Ahora solo queda esperar que pase el mal trago sin dejar demasiadas cicatrices, y que sigamos unidos. Juntos es mejor.
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