Ayer asistí a los actos académicos de inauguración de curso de la universidad de Granada. Hace ya dos o tres años el laicismo obtuvo una victoria pírrica al lograr que se quitara la Misa (tradicionalmente llamada "del Espíritu Santo") del programa oficial de actos. La Misa, no obstante, se sigue celebrando, y allí acudí para comprobar que la iglesia de los santos Justo y Pastor -sede de la capellanía universitaria- sigue llenándose. Me dio alegría ver a la nueva rectora, Dª Pilar Aranda, acudir -en coche oficial- a la ceremonia oficiada por el Arzobispo de Granada. Por poner un pero; me hubiera gustado que la Misa fuera un poco más solemne: la liturgia de la Iglesia suma siglos de belleza en todas las artes, y esta era una ocasión magnífica de mostrarlos: al fin y al cabo, la belleza es un trascendental del ser.
Para acabar con la ceremonia religiosa, se ve que además de formación doctrinal, conviene dar algunas nociones de urbanidad de la piedad a algunos profesores universitarios, y eso que la mayoría de los allí presentes deben de estar familiarizados con los lugares sagrados.
La procesión académica partió este año del Colegio Mayor San Bartolomé y Santiago, contiguo al templo; única referencia a los Colegios Mayores en toda la jornada, pues no se les menciona -salvo error- en ningún apartado de la Memoria que leyó luego el Secretario General, ni en ninguno de los parlamentos de la rectora y del Consejero de Economía y Conocimiento: una gran riqueza de la Universidad de Granada que sigue siendo olvidada, y otro aspecto en el que avanzar. Sin hacer un análisis detallado, sí quiero apuntar dos cosas: me alegró la declaración de convertir en referencia los conceptos cultura y ciudad; y que cuando comentamos en casa la Memoria, hubo quien descubrió -al fin- el peso de nuestra Universidad dentro del espacio universitario nacional e internacional.
Compartí procesión con un superior (miembro de la dirección) del Colegio Mayor decano de Granada, doctorando en Derecho Mercantil, sometido a los rigores de una veste tan antigua como abrigada. Como los de los Colegios Mayores abrimos la procesión, pude comprobar la expectación que las tradiciones producen en pleno siglo XXI: nunca he sido tan fotografiado como ayer.
Por fin en el Hospital Real, lleno a rebosar, tuvo lugar el acto solemne de inauguración de curso -en nombre de Su Majestad el Rey-, que contiene la siempre emocionante ceremonia de imposición de birretes a los nuevos doctores y el brillante discurso de apertura, y concluye con el entrañable canto del Gaudeamus igitur. En cuanto a las palabras de la rectora, además de lo que ya han destacado los medios, me llamó la atención el énfasis que puso en las políticas de implantación transversal de la perspectiva de género; aunque supongo que no debería extrañarme: una vez más la universidad aparece como agente de cambio social según el sesgo ideológico dominante, y no como institución abierta al estudio y a la formación de ciudadanos que sean los que hagan ese cambio social según su propio criterio.
En resumen, una mañana muy agradable, muy universitaria y esperanzadora, que haría bien -en mi opinión-, en recuperar más elementos de su rancio abolengo, en estos tiempos en que la globalización introduce una desleída homogeneidad.
Para acabar con la ceremonia religiosa, se ve que además de formación doctrinal, conviene dar algunas nociones de urbanidad de la piedad a algunos profesores universitarios, y eso que la mayoría de los allí presentes deben de estar familiarizados con los lugares sagrados.
La procesión académica partió este año del Colegio Mayor San Bartolomé y Santiago, contiguo al templo; única referencia a los Colegios Mayores en toda la jornada, pues no se les menciona -salvo error- en ningún apartado de la Memoria que leyó luego el Secretario General, ni en ninguno de los parlamentos de la rectora y del Consejero de Economía y Conocimiento: una gran riqueza de la Universidad de Granada que sigue siendo olvidada, y otro aspecto en el que avanzar. Sin hacer un análisis detallado, sí quiero apuntar dos cosas: me alegró la declaración de convertir en referencia los conceptos cultura y ciudad; y que cuando comentamos en casa la Memoria, hubo quien descubrió -al fin- el peso de nuestra Universidad dentro del espacio universitario nacional e internacional.
Compartí procesión con un superior (miembro de la dirección) del Colegio Mayor decano de Granada, doctorando en Derecho Mercantil, sometido a los rigores de una veste tan antigua como abrigada. Como los de los Colegios Mayores abrimos la procesión, pude comprobar la expectación que las tradiciones producen en pleno siglo XXI: nunca he sido tan fotografiado como ayer.
Por fin en el Hospital Real, lleno a rebosar, tuvo lugar el acto solemne de inauguración de curso -en nombre de Su Majestad el Rey-, que contiene la siempre emocionante ceremonia de imposición de birretes a los nuevos doctores y el brillante discurso de apertura, y concluye con el entrañable canto del Gaudeamus igitur. En cuanto a las palabras de la rectora, además de lo que ya han destacado los medios, me llamó la atención el énfasis que puso en las políticas de implantación transversal de la perspectiva de género; aunque supongo que no debería extrañarme: una vez más la universidad aparece como agente de cambio social según el sesgo ideológico dominante, y no como institución abierta al estudio y a la formación de ciudadanos que sean los que hagan ese cambio social según su propio criterio.
En resumen, una mañana muy agradable, muy universitaria y esperanzadora, que haría bien -en mi opinión-, en recuperar más elementos de su rancio abolengo, en estos tiempos en que la globalización introduce una desleída homogeneidad.
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