Este verano he tenido ocasión de ver unas cuantas películas en compañía de amigos; profesores de universidad, profesionales liberales, empresarios de pymes, gente así, universitaria, con inquietudes. Antes quedábamos más para hacer deporte; pero los años y la falta de un mal pádel nos ha dejado más tiempo para el cine.
Como no he tenido nada que ver con la elección de las películas, y como, por lo general, han tenido un éxito mayoritario y hasta entusiasta, me he quedado francamente preocupado. Peor, he calado más en el convencimiento de que estamos en una sociedad enferma, muy enferma.
En este caso, mi reflexión gira en torno a la violencia. Las películas que hemos visto son violentas, muy violentas. Nada que ver con las escenas de acción de Las uvas de la ira, que vi ayer, que son brevísimas; en el cine de ahora las escenas de acción son largas, regodeantemente largas..., y violentas.
Porque la nómina fílmica incluye títulos como Jack Reacher, Asesinos de élite, Sin límites, Salt, El inmortal o La noche más oscura. Todas buenas, incluso excelentes, pero en todas ellas, la Justicia se aplica de modo violento, recurriendo a métodos fuera de la Ley y, en varios casos, los buenos son unos malos menos malos que los malos de verdad, que son tan malísimos que dejan mucho margen para que otros malos parezcan buenos a base de matar un poco menos y con más cuidado. Es la cultura del rifle que impera en Estados Unidos; por eso, cuando el Papa Francisco nos convocó a una vela de oración por la paz, ante el riesgo de ataque a Siria, acudí sin mucho convencimiento: ¡poderosa es la oración, que aún no se ha llevado a cabo ese ataque!
Pero con ser esta una cultura del otro lado del charco, las salpicaduras nos inundan. Primero, porque la cultura norteamericana es la cultural global de hoy; después, porque filmes como El inmortal y Les Lyonnais, que también he visto hace poco, son franceses; finalmente, porque gente educada y culta aplaudió con satisfacción que a los malos los quitaran de en medio por la vía expeditiva, y se fue a dormir con una sonrisa en la boca.
¡Es ficción! No es para ponerse así. Quizá; pero a mí esto me huele mal. Me gustó mucho más Lincoln, que sí programé yo, en casa, antes del verano, por muchos motivos. Por lo menos podríamos haber alternado géneros, para dar tiempo a que se ventilara el olor a pólvora.
Como no he tenido nada que ver con la elección de las películas, y como, por lo general, han tenido un éxito mayoritario y hasta entusiasta, me he quedado francamente preocupado. Peor, he calado más en el convencimiento de que estamos en una sociedad enferma, muy enferma.
En este caso, mi reflexión gira en torno a la violencia. Las películas que hemos visto son violentas, muy violentas. Nada que ver con las escenas de acción de Las uvas de la ira, que vi ayer, que son brevísimas; en el cine de ahora las escenas de acción son largas, regodeantemente largas..., y violentas.
Porque la nómina fílmica incluye títulos como Jack Reacher, Asesinos de élite, Sin límites, Salt, El inmortal o La noche más oscura. Todas buenas, incluso excelentes, pero en todas ellas, la Justicia se aplica de modo violento, recurriendo a métodos fuera de la Ley y, en varios casos, los buenos son unos malos menos malos que los malos de verdad, que son tan malísimos que dejan mucho margen para que otros malos parezcan buenos a base de matar un poco menos y con más cuidado. Es la cultura del rifle que impera en Estados Unidos; por eso, cuando el Papa Francisco nos convocó a una vela de oración por la paz, ante el riesgo de ataque a Siria, acudí sin mucho convencimiento: ¡poderosa es la oración, que aún no se ha llevado a cabo ese ataque!
Pero con ser esta una cultura del otro lado del charco, las salpicaduras nos inundan. Primero, porque la cultura norteamericana es la cultural global de hoy; después, porque filmes como El inmortal y Les Lyonnais, que también he visto hace poco, son franceses; finalmente, porque gente educada y culta aplaudió con satisfacción que a los malos los quitaran de en medio por la vía expeditiva, y se fue a dormir con una sonrisa en la boca.
¡Es ficción! No es para ponerse así. Quizá; pero a mí esto me huele mal. Me gustó mucho más Lincoln, que sí programé yo, en casa, antes del verano, por muchos motivos. Por lo menos podríamos haber alternado géneros, para dar tiempo a que se ventilara el olor a pólvora.
Comentarios
Feliz domingo...