Por Emili Avilés Cutillas, profesor especialista en Pedagogía Terapéutica y Educación Familiar, en Análisis Digital, el 30 de abril de 2010.
Ya hace muchos años que oí hablar sobre una economía con rostro humano y, aunque no sea experto me asomo a los diarios económicos para ver cómo los que más saben de números son capaces de conseguir ese necesario equilibrio. Creo que es muy posible y creo que es muy urgente. Y existen los mimbres necesarios, todos ustedes conocerán personas de referencia para ello.
De los que suelo leer, se me ocurre, a bote pronto, hablarles del profesor Rafael Pampillón que, con una singular clarividencia sobre los diversos afanes e inquietudes que nos ocupan a todos, nos recuerda en un magistral artículo que “nadie es más bueno que otro por disfrutar de más bienes físicos como tener más propiedades, hartura de comida, salud, paz o libertad, ni nadie es más malo que otro por no tenerlos y padecer hambre, enfermedad, guerra o cautiverio. En cambio los bienes morales son patrimonio de los virtuosos y la ausencia de esos bienes morales…”
Lee el artículo completo
No puedo estar más de acuerdo con él, no hay otra manera mejor de estar en el mundo que la de buscar el bien moral, propio y de los demás. Pero ¿qué nos ocurre cuando la doblez, el sectarismo, la avaricia o la envidia campan a sus anchas por los territorios del pensar y el hacer de tanta gente?
La rapidez de los cambios es el gran signo de los tiempos y para encajarlos es preciso ampliar la densidad cultural de nuestro país. ¡Y fortalecer la educación, claro! A ver si los políticos se convierten por fin en seres “raciocinantes” que no pongan trabas a las reformas necesarias.
Reconozcámonos todos del mismo riñón, concretemos a diario esas ansias de perpetuación y de conquista que late en el corazón de hombres y mujeres. Veinte de cada cien personas que podrían trabajar y no lo pueden hacer necesitan respuestas, tienen un derecho básico por el que no estamos luchando lo suficiente.
Es verdad que intento últimamente ser más comprensivo que crítico, pero qué sano será siempre el sarcasmo como crítica al poder. O evidenciar, aunque nos dé vergüenza ajena, las corruptelas y chalaneos que nos asfixian. Que nadie rompa el factor confianza, tan distintivo de nuestra transición a la democracia, tan necesario para un buen desarrollo personal y colectivo. Pero que tampoco nadie convierta nuestro país en su cortijo.
Por cierto, el último criterio moral sobre lo que cada uno hace no lo dicta ni el alcalde, ni el presidente de ningún gobierno o comunidad autónoma. Además, no olvidemos que quien no distingue entre poder y moralidad es claramente un totalitario.
En fin, no nos engañemos, somos la gente de la calle quienes, sobre todo en lo que toca a educación y familia, hemos de hacer ver de manera práctica el nexo entre verdad y libertad. Y necesitamos cierta tensión sobre las autoridades, para garantizar la posibilidad de un juicio moral sobre las decisiones políticas.
Por eso, después de leerlo con detalle, qué difícil es para los amantes de la libertad estar de acuerdo con el Pacto Educativo propuesto por el ministro Sr. Gabilondo. Y lo grave es que ese estancamiento legislativo, como en lo del Estatut, o la necesaria reforma laboral, hace perder fuerzas a un Estado de Derecho que tiembla, sin poder ofrecer lo más básico a sus ciudadanos: libertad y oportunidades.
Wikio
Ya hace muchos años que oí hablar sobre una economía con rostro humano y, aunque no sea experto me asomo a los diarios económicos para ver cómo los que más saben de números son capaces de conseguir ese necesario equilibrio. Creo que es muy posible y creo que es muy urgente. Y existen los mimbres necesarios, todos ustedes conocerán personas de referencia para ello.
De los que suelo leer, se me ocurre, a bote pronto, hablarles del profesor Rafael Pampillón que, con una singular clarividencia sobre los diversos afanes e inquietudes que nos ocupan a todos, nos recuerda en un magistral artículo que “nadie es más bueno que otro por disfrutar de más bienes físicos como tener más propiedades, hartura de comida, salud, paz o libertad, ni nadie es más malo que otro por no tenerlos y padecer hambre, enfermedad, guerra o cautiverio. En cambio los bienes morales son patrimonio de los virtuosos y la ausencia de esos bienes morales…”
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No puedo estar más de acuerdo con él, no hay otra manera mejor de estar en el mundo que la de buscar el bien moral, propio y de los demás. Pero ¿qué nos ocurre cuando la doblez, el sectarismo, la avaricia o la envidia campan a sus anchas por los territorios del pensar y el hacer de tanta gente?
La rapidez de los cambios es el gran signo de los tiempos y para encajarlos es preciso ampliar la densidad cultural de nuestro país. ¡Y fortalecer la educación, claro! A ver si los políticos se convierten por fin en seres “raciocinantes” que no pongan trabas a las reformas necesarias.
Reconozcámonos todos del mismo riñón, concretemos a diario esas ansias de perpetuación y de conquista que late en el corazón de hombres y mujeres. Veinte de cada cien personas que podrían trabajar y no lo pueden hacer necesitan respuestas, tienen un derecho básico por el que no estamos luchando lo suficiente.
Es verdad que intento últimamente ser más comprensivo que crítico, pero qué sano será siempre el sarcasmo como crítica al poder. O evidenciar, aunque nos dé vergüenza ajena, las corruptelas y chalaneos que nos asfixian. Que nadie rompa el factor confianza, tan distintivo de nuestra transición a la democracia, tan necesario para un buen desarrollo personal y colectivo. Pero que tampoco nadie convierta nuestro país en su cortijo.
Por cierto, el último criterio moral sobre lo que cada uno hace no lo dicta ni el alcalde, ni el presidente de ningún gobierno o comunidad autónoma. Además, no olvidemos que quien no distingue entre poder y moralidad es claramente un totalitario.
En fin, no nos engañemos, somos la gente de la calle quienes, sobre todo en lo que toca a educación y familia, hemos de hacer ver de manera práctica el nexo entre verdad y libertad. Y necesitamos cierta tensión sobre las autoridades, para garantizar la posibilidad de un juicio moral sobre las decisiones políticas.
Por eso, después de leerlo con detalle, qué difícil es para los amantes de la libertad estar de acuerdo con el Pacto Educativo propuesto por el ministro Sr. Gabilondo. Y lo grave es que ese estancamiento legislativo, como en lo del Estatut, o la necesaria reforma laboral, hace perder fuerzas a un Estado de Derecho que tiembla, sin poder ofrecer lo más básico a sus ciudadanos: libertad y oportunidades.
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