Artículo de Enrique García-Máiquez en Diario de Sevilla, miércoles 10 de febrero de 2010
Practicamente todos los periódicos traen en sus ediciones digitales una ventanita con el escalafón de "Lo más leído" o "Lo más visto". Y efectivamente es para verlo… y no creérselo. Qué contraste con las noticias principales que campan con letras enormes como gritos. Los medios resaltan muy responsablemente sus informaciones más graves, pero los lectores casi siempre se abalanzan a buscar las más frívolas y anecdóticas con una impresionante preferencia por las cosas del corazón, los sucesos truculentos y las minucias deportivas. La bolsa se hunde, el paro se dispara, Irán enriquece uranio, y las noticias más vistas son el perfil de Emmanuelle Chiriqui, al que le echo -clic- un ojo, algo que no huele nada bien en la nariz de Belén Esteban, que miro por encima del hombro, arrugando la nariz (la mía), y no sé qué pase o pose de Beckham, del que paso.
Esto lo explica la sociología con la pirámide de necesidades o intereses. Los asuntos más básicos atraen a todos -véase Emmanuelle Chiriqui, para andar sobre seguro-. Pero a medida que vamos abandonando estos niveles elementales, parte del público no despega y los demás lo hacen especializándose sin remedio. Mientras que todos tenemos cierto interés por lo simple, las noticias más complejas sólo llegan a un público reducido y segmentado.
La explicación es impecable y nos calma, pero sus consecuencias son implacables y nos inquietan. Teniendo en cuenta que el mercado busca (últimamente con más ansia, si cabe) el mayor número posible de clientes y que la popularidad, además, se retroalimenta, hay en la fuerza de gravedad de lo frívolo un elemento de atracción irresistible para los publicistas, los estrategas de la comunicación y, ay, los políticos, que viven en campaña continua. Cuando se persigue el éxito masivo, la presión hacia abajo resulta aplastante.
Lo he comprobado en mis propias carnes. Titulé un artículo "Top-less" y tuve muchísimos lectores. Señores muy venerables cruzaban la calle de un salto para decirme que me habían leído con mucho gusto. Un clamor como aquel yo no lo he vuelto a despertar. Sin embargo, como no pienso concentrarme en los top-less, la solución para uno es fácil: paciencia y barajar, que éste es mi oficio, como se dice en El Quijote y se repetía un resignado Luis Rosales (del que este año celebramos, dicho sea de paso, el centenario, por si le interesa a alguno). La solución general pasa por no valorar sólo el número, sino conjugarlo con criterios de mérito e importancia. Parece una cuestión minúscula, pero armonizar lo vertical y lo horizontal es uno de los grandes temas de nuestro tiempo.
Wikio
Practicamente todos los periódicos traen en sus ediciones digitales una ventanita con el escalafón de "Lo más leído" o "Lo más visto". Y efectivamente es para verlo… y no creérselo. Qué contraste con las noticias principales que campan con letras enormes como gritos. Los medios resaltan muy responsablemente sus informaciones más graves, pero los lectores casi siempre se abalanzan a buscar las más frívolas y anecdóticas con una impresionante preferencia por las cosas del corazón, los sucesos truculentos y las minucias deportivas. La bolsa se hunde, el paro se dispara, Irán enriquece uranio, y las noticias más vistas son el perfil de Emmanuelle Chiriqui, al que le echo -clic- un ojo, algo que no huele nada bien en la nariz de Belén Esteban, que miro por encima del hombro, arrugando la nariz (la mía), y no sé qué pase o pose de Beckham, del que paso.
Esto lo explica la sociología con la pirámide de necesidades o intereses. Los asuntos más básicos atraen a todos -véase Emmanuelle Chiriqui, para andar sobre seguro-. Pero a medida que vamos abandonando estos niveles elementales, parte del público no despega y los demás lo hacen especializándose sin remedio. Mientras que todos tenemos cierto interés por lo simple, las noticias más complejas sólo llegan a un público reducido y segmentado.
La explicación es impecable y nos calma, pero sus consecuencias son implacables y nos inquietan. Teniendo en cuenta que el mercado busca (últimamente con más ansia, si cabe) el mayor número posible de clientes y que la popularidad, además, se retroalimenta, hay en la fuerza de gravedad de lo frívolo un elemento de atracción irresistible para los publicistas, los estrategas de la comunicación y, ay, los políticos, que viven en campaña continua. Cuando se persigue el éxito masivo, la presión hacia abajo resulta aplastante.
Lo he comprobado en mis propias carnes. Titulé un artículo "Top-less" y tuve muchísimos lectores. Señores muy venerables cruzaban la calle de un salto para decirme que me habían leído con mucho gusto. Un clamor como aquel yo no lo he vuelto a despertar. Sin embargo, como no pienso concentrarme en los top-less, la solución para uno es fácil: paciencia y barajar, que éste es mi oficio, como se dice en El Quijote y se repetía un resignado Luis Rosales (del que este año celebramos, dicho sea de paso, el centenario, por si le interesa a alguno). La solución general pasa por no valorar sólo el número, sino conjugarlo con criterios de mérito e importancia. Parece una cuestión minúscula, pero armonizar lo vertical y lo horizontal es uno de los grandes temas de nuestro tiempo.
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