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Educación o vulgaridad

Por Emili Avilés, Profesor especialista en Pedagogía Terapéutica y Educación Familiar. En Análisis Digital, 31 de diciembre de 2009

A nadie se le oculta que la calidad de nuestro sistema educativo es una de las asignaturas pendientes de nuestro país y que la falta de competitividad es uno de los principales problemas que tenemos en España. Esa conjunción fatal provoca, entre otras muchas cosas, el enquistamiento del gravísimo desempleo que padecemos. Por lo que a la educación respecta, creo que algunas causas de esta difícil situación son: insuficiente motivación creadora, poca laboriosidad e inadecuada preparación, que intentan compensarse en muchas ocasiones con agresividad, individualismo y vulgaridad.

Cuando digo vulgaridad, no me refiero exactamente –aunque la rechazo- a la poca finura de los “reality shows” ni a comunicadores-conversadores (¿?) que recurren a la fórmula escatológica y genital para conseguir la risotada fácil y el máximo “share”. Pero sí, a un clamor animal persistente que nos rebaja en nuestros objetivos y proyectos.

O sea, podríamos hablar de la vulgaridad de espíritu, frente a la cual es preciso responder con una educación de mayor nivel, que atienda, desde pequeños y especialmente en la familia, la formación integral, también en virtudes y valores, gracias a un trato asiduo con la verdad, el bien, la belleza… No tengamos, pues, apuro en denunciar la vulgaridad, que es como una cuchillada trapera a la buena convivencia y al desarrollo de un país. Sin esta reivindicación, los pactos educativos que se avecinan, necesarios desde hace ya muchos años, no van a ser suficientes para llegar de forma capilar y eficaz a todos los ciudadanos.

Para que un hombre sea de valor para el mundo, ha de tener educación. Pero también ha de haber aprendido a amar con obras: Eso es lo más culto, lo más alejado de la vulgaridad, sin buscar rentas inmediatas de tipo material o económico, superando superficialidades y relaciones sólo a nivel de epidermis.

No saldremos de ninguna crisis hasta que todos –o al menos un gran mayoría- nos desvivamos por conocer y comprender mejor, poner el alma y convertir “en oro” cultura y aprendizajes, virtudes y defectos, belleza y dolor.

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Ortega y Gasset tituló “Azorín: Primores de lo vulgar”, a uno de sus magníficos ensayos, pero con el fin de elogiar la hermosura de lo pequeño y sencillo, no de la tontería. Por eso pudo escribir también que: “La masa arrolla lo diferente, egregio, individual, calificado y selecto. Quien no sea como todo el mundo, quien no piense como todo el mundo, corre el riesgo de ser eliminado”.

Entonces, ¿en qué posición nos colocamos la gente de la calle, que paga sus impuestos y las facturas a veces a contrapelo, que nunca vamos a ser noticia? Pues, considero que nos valdrá de mucho por lo menos evitar la mediocridad moral, las estupideces y las bellaquerías que se reparten, gratis total, al por mayor.

Cuando alguien es vulgar, desgraciadamente que casi seguro lo es en todo. La vulgaridad es aburrida, es enemiga del riesgo, aunque sólo fuera el de atreverse a pensar. Es posible denunciarla, incluso en uno mismo, pero a menudo raya con la tontuna por lo que no se reconoce ni en el espejo más sincero de la amistad o del cariño. Por eso hace falta mucha humildad, mucho respeto mutuo, abrir el corazón, mucha paciencia…

Considero que quienes han de liderar la organización educativa de un país, e incluso la economía, también necesitan saber a fondo qué es el hombre, dando ellos mismos estímulos de ejemplaridad y capacidad de sacrificio. Y es que, los primeros “niños caprichosos” han sido precisamente quienes deberían haber puesto prudencia y remedio en la lamentable situación a la que nos enfrentamos desde ya hace varios años. Es tiempo de rectificar, de una vez por todas.

Con ese fin, sean bienvenidos los acuerdos educativos de gran calado entre PP y PSOE. Por mi parte, les animo a los responsables públicos a tener en cuenta medidas que ayuden a revitalizar la reflexión personal desde jóvenes. Y para eso necesitamos conocer a fondo la herencia humanística de Europa, pues será fortaleza para las crisis de este nuevo siglo. Sí amigos, recuperemos las Humanidades clásicas, sin descafeinar, en Secundaria, Bachillerato y en la Universidad. Superemos al “hombre-masa”, niño mimado y pretencioso, que sólo piensa en derechos pero no en deberes.

Tal vez la clave estará en aprender a ver el bien a nuestro alrededor, saber contemplar la belleza. Como dice el filósofo de la juventud, mi gran amigo José Ramón Ayllón, parafraseando a Platón: “En realidad la belleza es la llamada de otro mundo para despertarnos, desperezarnos y rescatarnos de la vulgaridad”.

Pues, ¡ea!, que la atracción de esa belleza no nos falte tampoco en el 2010. ¡Feliz Año Nuevo!

http://www.wikio.es

Comentarios

sinretorno ha dicho que…
Querido Alberto, ya tienes más blogs que Pepiño Blanco. Feliz y santa Navidad y que el año que ya es, te sea pródigo en cambiar el mundo, yo aspiro a cambiarme un poco a mí mismo. A ver si nos vemos. Un fuerte abrazo.
Querido Dani, cambiarse uno mismo es el secreto para cambiar el mundo entero, por ahí se empieza.
Un abrazo,

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