A veces sucede que los verdaderos tesoros se encuentran en los lugares más insospechados. Este artículo, incisivo y veraz, lo encontré al ir a tirar a la papelera una revista de una asociación universitaria de mi ciudad de acogida, Recogidas 35. El autor, Antonio Barnés, lo tiene también en su blog, The Lecturer.
En esta vida hay que creer en algo. Se puede creer, por ejemplo, -como sucede a muchos-, en un Dios misericordioso y justo, que premia a los buenos y castiga a los malos; o se puede creer en la propia nación, y en tal caso es el gobierno de turno el que premia a los nacionales y castiga a los extranjeros, quien beneficia a los hablantes de la lengua y perjudica a los que no la emplean.
Se puede creer en un equipo de fútbol, y se está feliz cuando gana y triste cuando pierde.
Se puede creer en la salud, y se aspira a incrementarla, y la vida pierde sentido cuando falta.
Pero hay que creer en algo.
Se puede creer en la psicología, y se piensa que ella resolverá todos los problemas.
Se puede creer en la cultura, y se desprecia a los ignorantes.
Se puede creer en la gastronomía, y se hace de la comida un rito.
Se puede creer en el cuerpo danone y hay que torturarse en el gimnasio para lograrlo.
Se puede creer en el sexo y se convierte en un fin en sí mismo, trasformando el erotismo en una religión de enorme barroquismo, donde el instinto se disfraza de estética posmoderna.
En algo hay que creer.
Si creemos en Dios, podemos dejar en sus manos la justicia final, sin abandonar la justicia terrena.
Si no, es fácil que se implante la justicia primitiva: vivan los de mi pueblo, mueran los del otro. Arriba los de mi raza, abajo los de la otra. Se distingue así entre ciudadano y paria; entre amigo y enemigo; entre seres “con calidad de vida” y seres que más vale dejar en los brazos plácidos de la muerte.
En algo hay que creer. Y el pecado es lo que se opone al objeto de la creencia. Si se cree en la salud, el pecado es fumar; si se cree en la democracia, el pecado es disentir; si se cree en el sexo, el pecado es poner coto a las fantasías eróticas; si se cree en el trabajo, el pecado es “perder” el tiempo con la familia.
Pero en algo hay que creer, y algo ha de ser pecado.
Si se cree en la ecología, el pecado será verter crudo en el mar y, quizás, el aborto una elección.
Si no se quiere creer en nada, lo mejor es no pensar, y para ello, lo adecuado es la juerga nocturna y la dormida diurna. (A la juerga la llaman ahora movida). El tiempo que se tarda en dormir se vuelve peligroso: incita a meditar, y se evita con el reproductor de mp3.
Pero no pensar es otro tipo de creencia, cuya religión se denomina superficialidad. Las tardes pueden consumirse entre el chat y la teleserie. Los Serrano es una bonita forma de no usar de la inteligencia y de convertirse en un frívolo. El ritual puede proporcionar el piercing y la vestimenta unisex.
En algo hay que creer. Como decía Chesterton, unos creen en los dogmas cristianos, y lo saben. Y otros creen también en dogmas, pero no lo saben: el dogma del horóscopo, el dogma de la era acuario, el dogma de la pitonisa televisiva, el dogma del último telepredicador, el dogma ilustrado, el dogma de un racionalismo que produce monstruos.
En algo hay que creer. ¿Tú en qué crees?
En esta vida hay que creer en algo. Se puede creer, por ejemplo, -como sucede a muchos-, en un Dios misericordioso y justo, que premia a los buenos y castiga a los malos; o se puede creer en la propia nación, y en tal caso es el gobierno de turno el que premia a los nacionales y castiga a los extranjeros, quien beneficia a los hablantes de la lengua y perjudica a los que no la emplean.
Se puede creer en un equipo de fútbol, y se está feliz cuando gana y triste cuando pierde.
Se puede creer en la salud, y se aspira a incrementarla, y la vida pierde sentido cuando falta.
Pero hay que creer en algo.
Se puede creer en la psicología, y se piensa que ella resolverá todos los problemas.
Se puede creer en la cultura, y se desprecia a los ignorantes.
Se puede creer en la gastronomía, y se hace de la comida un rito.
Se puede creer en el cuerpo danone y hay que torturarse en el gimnasio para lograrlo.
Se puede creer en el sexo y se convierte en un fin en sí mismo, trasformando el erotismo en una religión de enorme barroquismo, donde el instinto se disfraza de estética posmoderna.
En algo hay que creer.
Si creemos en Dios, podemos dejar en sus manos la justicia final, sin abandonar la justicia terrena.
Si no, es fácil que se implante la justicia primitiva: vivan los de mi pueblo, mueran los del otro. Arriba los de mi raza, abajo los de la otra. Se distingue así entre ciudadano y paria; entre amigo y enemigo; entre seres “con calidad de vida” y seres que más vale dejar en los brazos plácidos de la muerte.
En algo hay que creer. Y el pecado es lo que se opone al objeto de la creencia. Si se cree en la salud, el pecado es fumar; si se cree en la democracia, el pecado es disentir; si se cree en el sexo, el pecado es poner coto a las fantasías eróticas; si se cree en el trabajo, el pecado es “perder” el tiempo con la familia.
Pero en algo hay que creer, y algo ha de ser pecado.
Si se cree en la ecología, el pecado será verter crudo en el mar y, quizás, el aborto una elección.
Si no se quiere creer en nada, lo mejor es no pensar, y para ello, lo adecuado es la juerga nocturna y la dormida diurna. (A la juerga la llaman ahora movida). El tiempo que se tarda en dormir se vuelve peligroso: incita a meditar, y se evita con el reproductor de mp3.
Pero no pensar es otro tipo de creencia, cuya religión se denomina superficialidad. Las tardes pueden consumirse entre el chat y la teleserie. Los Serrano es una bonita forma de no usar de la inteligencia y de convertirse en un frívolo. El ritual puede proporcionar el piercing y la vestimenta unisex.
En algo hay que creer. Como decía Chesterton, unos creen en los dogmas cristianos, y lo saben. Y otros creen también en dogmas, pero no lo saben: el dogma del horóscopo, el dogma de la era acuario, el dogma de la pitonisa televisiva, el dogma del último telepredicador, el dogma ilustrado, el dogma de un racionalismo que produce monstruos.
En algo hay que creer. ¿Tú en qué crees?
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nos vemos!!!