Como ya he contado, estoy leyendo -pausadamente- El hechizo de la comprensión. En el capítulo dedicado a la obra seguramente más emblemática de Hannah Arendt, La condición humana, Teresa Gutiérrez de Cabides se detiene en el concepto de acción en la vida pública como factor humanizador, y de la palabra como acción eximia. Es uno de mis temas favoritos, el de la participación de los ciudadanos en la vida pública, por eso copio el siguiente párrafo de la obra citada:
Con esos materiales Arendt dibuja un paisaje en el que la esfera pública ocupa el culmen de las actividades inherentes a la condición humana, porque es donde se actualiza la potencialidad política, por medio de la palabra y la acción. Respecto a la acción, el énfasis de Arendt alcanza formulaciones bellísimas, con resonancias clásicas: “Sólo la acción es prerrogativa exclusiva del hombre; ni una bestia ni un dios son capaces de ella y sólo ésta depende por entero de la constante presencia de los demás”. La guerra que Arendt había declarado al determinismo histórico, estaba presente también en esta obra: “Dejados sin control, los asuntos humanos no pueden más que seguir la ley de la mortalidad, que es la más cierta y la única digna de confianza de una vida que transcurre entre el nacimiento y ]a muerte. La facultad de la acción es la que se interfiere en esta ley, ya que interrumpe este inexorable curso de la vida cotidiana, que a su vez, como vimos, se interfería e interrumpía el ciclo del proceso de la vida biológica”. Frente a ese determinismo mortífero, Arendt defiende lo radicalmente opuesto: “El milagro que salva al mundo, a la esfera de los asuntos humanos, de su ruina normal y 'natural' es en último término el hecho de la natalidad, en el que se enraíza ontológicamente la facultad de la acción”. Respecto a la palabra, acción hablada, sus expresiones son también elocuentes: “O sea, que encontrar las palabras oportunas en el momento oportuno es acción, dejando aparte la información o comunicación que lleven. Sólo la pura violencia es muda, razón por la que nunca puede ser grande”. No eran simples formulaciones retóricas, sino apelaciones al ser individual concreto: “Una vida sin acción ni discurso [...] está literalmente muerta para el mundo; ha dejado de ser una vida humana porque ya no la viven los hombres”, escribe Arendt, y más adelante añade un matiz esclarecedor: “Mediante la acción y el discurso los hombres muestran quiénes son, revelan su única y personal identidad y hacen su aparición en el mundo humano”.
Con esos materiales Arendt dibuja un paisaje en el que la esfera pública ocupa el culmen de las actividades inherentes a la condición humana, porque es donde se actualiza la potencialidad política, por medio de la palabra y la acción. Respecto a la acción, el énfasis de Arendt alcanza formulaciones bellísimas, con resonancias clásicas: “Sólo la acción es prerrogativa exclusiva del hombre; ni una bestia ni un dios son capaces de ella y sólo ésta depende por entero de la constante presencia de los demás”. La guerra que Arendt había declarado al determinismo histórico, estaba presente también en esta obra: “Dejados sin control, los asuntos humanos no pueden más que seguir la ley de la mortalidad, que es la más cierta y la única digna de confianza de una vida que transcurre entre el nacimiento y ]a muerte. La facultad de la acción es la que se interfiere en esta ley, ya que interrumpe este inexorable curso de la vida cotidiana, que a su vez, como vimos, se interfería e interrumpía el ciclo del proceso de la vida biológica”. Frente a ese determinismo mortífero, Arendt defiende lo radicalmente opuesto: “El milagro que salva al mundo, a la esfera de los asuntos humanos, de su ruina normal y 'natural' es en último término el hecho de la natalidad, en el que se enraíza ontológicamente la facultad de la acción”. Respecto a la palabra, acción hablada, sus expresiones son también elocuentes: “O sea, que encontrar las palabras oportunas en el momento oportuno es acción, dejando aparte la información o comunicación que lleven. Sólo la pura violencia es muda, razón por la que nunca puede ser grande”. No eran simples formulaciones retóricas, sino apelaciones al ser individual concreto: “Una vida sin acción ni discurso [...] está literalmente muerta para el mundo; ha dejado de ser una vida humana porque ya no la viven los hombres”, escribe Arendt, y más adelante añade un matiz esclarecedor: “Mediante la acción y el discurso los hombres muestran quiénes son, revelan su única y personal identidad y hacen su aparición en el mundo humano”.
Comentarios