Ha empezado a salir el sol con algunas de las declaraciones de intenciones de los nuevos ministros. Este blog pretende estar atento a las cuestiones de la res pública en sentido amplio, y no político, con el significado restrictivo que suele darse a la palabra. Por eso, quiero solo comentar dos cuestiones que deberían estar por encima de la política strictu sensu: las relacionadas con la vida y con la educación.
Tengo que hacer la salvedad de que mi información está basada en una lectura demasiado rápida de elaboraciones periodísticas, es decir, sin gafas y con niebla; pero no quiero dejar pasar la oportunidad del comentario, aunque tenga que ser provisional y acelerado.
La primera cuestión, cronológicamente, es la del aborto. Bien está que se elimine la posibilidad de que una menor aborte sin el permiso de sus padres o tutores; aunque eliminar una aberración jurídica y social es lo menos que se podía pedir, y ya es triste que haya que hacerlo. Afortunadamente, la reforma apunta a aspectos de más calado, como la vuelta a un sistema de supuestos, en lugar del de plazos, primer paso para dejar claro que el aborto no es un derecho sino un delito, y devolver las cosas a su realidad. La mención a la doctrina del Tribunal Constitucional como inspiradora de la reforma es también buena señal, porque en la famosa sentencia del 85 que despenalizó ciertos supuestos hay muchas cosas muy aprovechables, como la obligación de los poderes públicos de velar por la defensa de la vida desde el momento de la concepción. Un buen punto de partida para avanzar en la línea de la abolición del último holocausto.
La segunda es de ayer y hoy mismo. La transformación de la denostada y tiránica asignatura Educación para la Ciudadanía en otra llamada Educación Cívica y Constitucional, que soslayaría los "temas más controvertidos". Poco viaje para tanta alforja. De la misma manera que EpC podía acabar dándose según el librillo de cada maestrillo, ECyC podrá acabar conteniendo cualquier cosa, como hemos visto que le pasa a la Constitución española, que contiene cualquier cosa, incluida su contraria, según el humor del Tribunal Constitucional y sus padrinos. Pienso que aquí no hubiera costado nada suprimir sin más EpC y dedicar el precioso tiempo que ocupa a que los chavales aprendan a leer, escribir, hablar y, por tanto, pensar.
Ha empezado a salir el sol; pero sigue haciendo mucho frío.
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Tengo que hacer la salvedad de que mi información está basada en una lectura demasiado rápida de elaboraciones periodísticas, es decir, sin gafas y con niebla; pero no quiero dejar pasar la oportunidad del comentario, aunque tenga que ser provisional y acelerado.
La primera cuestión, cronológicamente, es la del aborto. Bien está que se elimine la posibilidad de que una menor aborte sin el permiso de sus padres o tutores; aunque eliminar una aberración jurídica y social es lo menos que se podía pedir, y ya es triste que haya que hacerlo. Afortunadamente, la reforma apunta a aspectos de más calado, como la vuelta a un sistema de supuestos, en lugar del de plazos, primer paso para dejar claro que el aborto no es un derecho sino un delito, y devolver las cosas a su realidad. La mención a la doctrina del Tribunal Constitucional como inspiradora de la reforma es también buena señal, porque en la famosa sentencia del 85 que despenalizó ciertos supuestos hay muchas cosas muy aprovechables, como la obligación de los poderes públicos de velar por la defensa de la vida desde el momento de la concepción. Un buen punto de partida para avanzar en la línea de la abolición del último holocausto.
La segunda es de ayer y hoy mismo. La transformación de la denostada y tiránica asignatura Educación para la Ciudadanía en otra llamada Educación Cívica y Constitucional, que soslayaría los "temas más controvertidos". Poco viaje para tanta alforja. De la misma manera que EpC podía acabar dándose según el librillo de cada maestrillo, ECyC podrá acabar conteniendo cualquier cosa, como hemos visto que le pasa a la Constitución española, que contiene cualquier cosa, incluida su contraria, según el humor del Tribunal Constitucional y sus padrinos. Pienso que aquí no hubiera costado nada suprimir sin más EpC y dedicar el precioso tiempo que ocupa a que los chavales aprendan a leer, escribir, hablar y, por tanto, pensar.
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