* Es más, yo diría que hay un gran consenso social sobre la vida.
Por JUAN MANUEL DE PRADA, en ABC, hoy Lunes, 19 de octubre de 2009
LA manifestación en defensa de la vida que el sábado abarrotó las calles de Madrid no fue promovida ni auspiciada por ningún partido político. Fue, de hecho, una expresión de vitalidad jubilosa de una parte nada exigua de la sociedad que antepone convicciones de orden superior sobre las diversas posturas ideológicas en liza; y que aspira, antes que a influir sobre tal o cual partido, a promover una transformación social que devuelva la salud a nuestra época. Quienes asistieran a la manifestación pudieron comprobar que allí no se congregaban «partidarios», sino gente que anhela el despertar de ese meollo de humanidad, previo a cualquier disputa ideológica, que nos permite abrazar y acoger a toda vida gestante que llama a las puertas de la gran familia humana. Que esa manifestación se caracterizase, además, por su entusiasmo juvenil, por la llamativa presencia de millares de jóvenes y adolescentes que proclamaban sin rebozo su adhesión a la vida nos reconforta y alienta a quienes hemos empeñado nuestro esfuerzo en la lucha contra el aborto. Sabemos que otros tendrán que recoger nuestro testigo, porque la empresa de transformación social que promovemos no se completará de la noche a la mañana, sino que requerirá el concurso de varias generaciones. Y en la manifestación del sábado pudimos comprobar que la entrega del testigo está asegurada.
Como nuestro afán no es «partidario», quienes nos declaramos contrarios al aborto creemos que la gente puede cambiar; creemos que nuestro testimonio puede convencer a los tibios, a los conniventes, a los estólidos; creemos que quienes hasta ayer mismo han amparado el aborto por sinrazones de conveniencia política o por anestesia de las convicciones pueden mañana albergar ese «cambio de mente» que facilite una transformación social. Por eso, la presencia en la manifestación del sábado de representantes políticos de la derecha no podía interpretarse sino como un signo esperanzador. Durante los ocho años que permanecieron en el Gobierno, no movieron un solo dedo por promover ese «cambio de mente»; más bien al contrario, permitieron que ley vigente se convirtiera en un coladero fraudulento que, por la vía de hecho, consagraba el «aborto libre», además de financiar con dinero público a diversas organizaciones abortistas. Pero lo que hicieran en el pasado no importa tanto como lo que puedan empezar a hacer en el futuro; y su presencia en la manifestación parecía augurar que estaban dispuestos a reparar los daños causados.
Pero me ha bastado escuchar unas declaraciones de la señora Cospedal para entender que tal disposición no existe; o que, al menos, no existe en algunos de los políticos que ayer se sumaron a la manifestación. Cospedal dijo que estaba allí para mostrar su oposición a la ley promovida por el Gobierno, que tildó de innecesaria puesto que la vigente «tiene un gran consenso social». Al escucharla, se me han revuelto las tripas; porque lo que la manifestación del sábado demostraba, precisamente, era que tal «consenso social» no existe, o dicho con mayor exactitud: que ningún «consenso social» puede legitimar el aborto, porque «cada vida importa», porque arrojar vidas gestantes al cubo de la basura no es algo que pueda decretarse mediante «consenso social». Un consenso que, por lo demás, jamás podrá producirse: pues aunque existiera una sociedad tan degradada como para «consensuar» tal injusticia, las vidas gestantes arrojadas al cubo de la basura jamás participarán de ese sórdido consenso. Las obscenas declaraciones de Cospedal nos demuestran, en fin, que la transformación social que promovemos quienes defendemos la vida no puede contar con esa patulea de hipócritas redomados que anida en la política; la próxima vez que nos los encontremos en una manifestación tendremos que echarlos a patadas. Consensuadamente, pero a patadas.
Por JUAN MANUEL DE PRADA, en ABC, hoy Lunes, 19 de octubre de 2009
LA manifestación en defensa de la vida que el sábado abarrotó las calles de Madrid no fue promovida ni auspiciada por ningún partido político. Fue, de hecho, una expresión de vitalidad jubilosa de una parte nada exigua de la sociedad que antepone convicciones de orden superior sobre las diversas posturas ideológicas en liza; y que aspira, antes que a influir sobre tal o cual partido, a promover una transformación social que devuelva la salud a nuestra época. Quienes asistieran a la manifestación pudieron comprobar que allí no se congregaban «partidarios», sino gente que anhela el despertar de ese meollo de humanidad, previo a cualquier disputa ideológica, que nos permite abrazar y acoger a toda vida gestante que llama a las puertas de la gran familia humana. Que esa manifestación se caracterizase, además, por su entusiasmo juvenil, por la llamativa presencia de millares de jóvenes y adolescentes que proclamaban sin rebozo su adhesión a la vida nos reconforta y alienta a quienes hemos empeñado nuestro esfuerzo en la lucha contra el aborto. Sabemos que otros tendrán que recoger nuestro testigo, porque la empresa de transformación social que promovemos no se completará de la noche a la mañana, sino que requerirá el concurso de varias generaciones. Y en la manifestación del sábado pudimos comprobar que la entrega del testigo está asegurada.
Como nuestro afán no es «partidario», quienes nos declaramos contrarios al aborto creemos que la gente puede cambiar; creemos que nuestro testimonio puede convencer a los tibios, a los conniventes, a los estólidos; creemos que quienes hasta ayer mismo han amparado el aborto por sinrazones de conveniencia política o por anestesia de las convicciones pueden mañana albergar ese «cambio de mente» que facilite una transformación social. Por eso, la presencia en la manifestación del sábado de representantes políticos de la derecha no podía interpretarse sino como un signo esperanzador. Durante los ocho años que permanecieron en el Gobierno, no movieron un solo dedo por promover ese «cambio de mente»; más bien al contrario, permitieron que ley vigente se convirtiera en un coladero fraudulento que, por la vía de hecho, consagraba el «aborto libre», además de financiar con dinero público a diversas organizaciones abortistas. Pero lo que hicieran en el pasado no importa tanto como lo que puedan empezar a hacer en el futuro; y su presencia en la manifestación parecía augurar que estaban dispuestos a reparar los daños causados.
Pero me ha bastado escuchar unas declaraciones de la señora Cospedal para entender que tal disposición no existe; o que, al menos, no existe en algunos de los políticos que ayer se sumaron a la manifestación. Cospedal dijo que estaba allí para mostrar su oposición a la ley promovida por el Gobierno, que tildó de innecesaria puesto que la vigente «tiene un gran consenso social». Al escucharla, se me han revuelto las tripas; porque lo que la manifestación del sábado demostraba, precisamente, era que tal «consenso social» no existe, o dicho con mayor exactitud: que ningún «consenso social» puede legitimar el aborto, porque «cada vida importa», porque arrojar vidas gestantes al cubo de la basura no es algo que pueda decretarse mediante «consenso social». Un consenso que, por lo demás, jamás podrá producirse: pues aunque existiera una sociedad tan degradada como para «consensuar» tal injusticia, las vidas gestantes arrojadas al cubo de la basura jamás participarán de ese sórdido consenso. Las obscenas declaraciones de Cospedal nos demuestran, en fin, que la transformación social que promovemos quienes defendemos la vida no puede contar con esa patulea de hipócritas redomados que anida en la política; la próxima vez que nos los encontremos en una manifestación tendremos que echarlos a patadas. Consensuadamente, pero a patadas.
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