Voy a procurar ser mesurado en esta entrada, y no soltar sapos y culebras, que es lo que me sale; aunque he dejado pasar tiempo para enfriar el ánimo.
El añadido por la puerta de atrás a la ley de universidades supuso muchos quebraderos de cabeza para los responsables de colegios mayores de España, muchas horas de trabajo sustraídas a su verdadera tarea y, en muchos casos, un cambio radical en la orientación de su servicio, gastos en infraestructuras, «puntos morados» -esos que han fallado en Más Madrid, Más País, Sumar y toda la patulea de la estantería de productos averiados que la conforman-, etc., etc.
Desde hace tiempo estoy convencido de que los políticos viven en un Matrix sin contacto con la realidad. Hablan, pontifican, denuncian y, lo que es peor, legislan con total desprecio de las consecuencias en el mundo real.
Estoy hasta las narices de esa presunción de que todo lo que hacen los ciudadanos es malo porque está viciado por el interés individual y de que solo lo «estatal» es bueno y mea colonia.
No se dan cuenta, porque no lo saben o lo han olvidado, cuánto cuesta sacar adelante cualquier iniciativa social y cuántos obstáculos pone el Estado. Ignoran las repercusiones de cada medida que toman, de cada cosa que dicen, en las personas reales cuyo bien dicen perseguir, y que efectivamente «persiguen» para perjudicarlo.
Iñigo Errejón, Más País, son un ejemplo palmario. Un tipo dogradicto y lujurioso, auto proclamado adalid de la defensa de las mujeres (Matrix), que se ha demostrado todo lo contrario en su actuación personal (mundo real), y un entorno que ha mirado para otro lado con una hipocresía indescriptible.
Este tipo y este partido se mostraron «indignadísimos», al minuto siguiente, por una costumbre de un colegio mayor, ciertamente desagradable, que no ofendió a nadie; pero que les sirvió en bandeja la oportunidad de mostrarse como lo que no son y ponerse una medalla más falsa que Judas Iscariote en su mundo virtual.
La medalla, para los olvidadizos, consistió en prohibir a la universidad pública conveniar con colegios mayores que no fueran mixtos, buscando perjudicar a los que nos son públicos.
Voy a dejar de lado lo absurdo de la medida, que para «proteger a las mujeres» se las obligue a compartir alojamiento con varones; lo tiránico de imponer a personas mayores de edad cómo han de alojarse o no; y el hecho de que la universidad pública haya tragado con semejante intronisión en su autonomía. Por cierto, ¿cuánto hace ya que no se habla de la, en tiempos, tan cacareada y sacro santa «autonomía universitaria»?
Vaya vaya, esto es lo que decía Errejón en Octubre de 2022, hace 2 meros añitos, de los chavales del Elías Ahuja.
— oso carbunco (@EmperorOfSand) October 25, 2024
(Parte 1/2) pic.twitter.com/WzziroFXli
Por cierto, en esas fechas ya hacia un año de eso de que se le acusa."Lo primero es que yo me pregunto si es posible que haya algunas chicas que si se sientan incomodadas, amenazadas, y no se atrevan a dar su palabra, porque van a tener que seguir conviviendo todos los dias"
— oso carbunco (@EmperorOfSand) October 25, 2024
LOL.
(Parte 2/2) pic.twitter.com/yGNFQiXKbx
La normalización del acoso y el abuso sexual no es ninguna broma, es violencia machista y debemos trabajar para erradicarla. pic.twitter.com/C9kl5rHnen
— Íñigo Errejón (@ierrejon) March 25, 2017
Los colegios mayores son unas de las instituciones más importantes de las universidades españolas, una riqueza de nuestra cultura y un servicio muy concreto y eficiente a las familias y, por extensión, a tota la sociedad española. Sobre esto ya he escrito, por ejemplo, aquí. Las entidades y las personas que promueven y gestionan colegios mayores trabajan con un meritorio sacrificio para que sean lugares de convivencia, de vida universitaria, de cultura, de aprendizaje y, bastantes de ellos, de formación cristiana (ya saben: no robar, no matar, respetar al prójimo...).
Un colegio mayor es infinitamente más que una mera residencia, y resulta indignante que unos políticos indecentes pongan palos en las ruedas con sonrojante frivolidad, cuando deberían apoyarlos, mimarlos y premiarlos con todo tipo de ventajas.
O, por lo menos, dejarlos hacer su trabajo en paz.
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Foto: atarifa CC
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