Escritores Conversos. La inspiración espiritual en una época de incredulidad.
Joseph Pierce. Ed. Palabra, Madrid, 2006.
Sencillamente apasionante miscelánea de la conversión al catolicismo romano de una sorprendentemente extensa pléyade de escritores ingleses durante el convulso siglo XX. Sobre la tierra abonada por John Henry Newman y el Movimiento de Oxford, desfilan figuras de la talla de Ronald Knox, G.K. Chesterton y T.S. Elliot, junto a muchas otras no tan conocidas pero igualmente interesantes. Entre la larga lista de intelectuales conversos, he podido descubrir personajes arrebatadores como Dorothy L. Sayers -que no llegó a "pasarse al Papa"- y el poeta Roy Campbell, que luchó en nuestra Guerra Civil defendiendo la fe católica contra el comunismo. Pero, sobre todo, ha aumentado una enormidad mi admiración por Evelyn Waugh, el escritor al que mejor conocía de todos con diferencia, por su apasionada labor proselitista: "no entiendo cómo no se hacen todos católicos", exclamaba.
Joseph Pierce hace una labor de titanes para mostrar la obra literaria y el proceso de conversión de tantos escritores, destacando las relaciones e influencias que se dieron entre unos y otros. A veces me he perdido un poco entre tantos nombres, que aparecen, desaparecen y vuelven a aparecer, pero el orden básicamente cronológico hace que uno vuelva a situarse.
El libro es delicioso porque recoge textos breves magníficos de la producción literaria y epistolar de estos autores, y provocador por cuanto todos ellos llegan a la Iglesia Católica Romana después de un largo proceso profundamente racional. Es revelador que lo que más les atrajo y les sirvió de garantía de autenticidad fue, junto con la liturgia anterior al Vaticano II, la seguridad de un dogma cierto y la existencia en la Iglesia de una autoridad firme, para que ahora vengan algunos y mamoneen.
Por encima de todos -o quizá haya que decir por debajo-, descuella la figura del propio Pearce, converso él mismo, que deja hablar maravillosamente a sus biografiados, dirigiendo la escena con absoluta delicadeza y con un admirable tino para resaltar virtudes y defectos, consiguiendo momentos de enorme emoción y la total complicidad del lector.
Un libro absolutamente recomendable para quienes quieran pensar un poco y disfrutar muchísimo, y para quienes quieran seguir el consejo de Sayers, que en tono exhortativo incluía en una «nota para una lectura creativa» añadida como apéndice a su libro Empezar ahora:
Joseph Pierce. Ed. Palabra, Madrid, 2006.
Sencillamente apasionante miscelánea de la conversión al catolicismo romano de una sorprendentemente extensa pléyade de escritores ingleses durante el convulso siglo XX. Sobre la tierra abonada por John Henry Newman y el Movimiento de Oxford, desfilan figuras de la talla de Ronald Knox, G.K. Chesterton y T.S. Elliot, junto a muchas otras no tan conocidas pero igualmente interesantes. Entre la larga lista de intelectuales conversos, he podido descubrir personajes arrebatadores como Dorothy L. Sayers -que no llegó a "pasarse al Papa"- y el poeta Roy Campbell, que luchó en nuestra Guerra Civil defendiendo la fe católica contra el comunismo. Pero, sobre todo, ha aumentado una enormidad mi admiración por Evelyn Waugh, el escritor al que mejor conocía de todos con diferencia, por su apasionada labor proselitista: "no entiendo cómo no se hacen todos católicos", exclamaba.
Joseph Pierce hace una labor de titanes para mostrar la obra literaria y el proceso de conversión de tantos escritores, destacando las relaciones e influencias que se dieron entre unos y otros. A veces me he perdido un poco entre tantos nombres, que aparecen, desaparecen y vuelven a aparecer, pero el orden básicamente cronológico hace que uno vuelva a situarse.
El libro es delicioso porque recoge textos breves magníficos de la producción literaria y epistolar de estos autores, y provocador por cuanto todos ellos llegan a la Iglesia Católica Romana después de un largo proceso profundamente racional. Es revelador que lo que más les atrajo y les sirvió de garantía de autenticidad fue, junto con la liturgia anterior al Vaticano II, la seguridad de un dogma cierto y la existencia en la Iglesia de una autoridad firme, para que ahora vengan algunos y mamoneen.
Por encima de todos -o quizá haya que decir por debajo-, descuella la figura del propio Pearce, converso él mismo, que deja hablar maravillosamente a sus biografiados, dirigiendo la escena con absoluta delicadeza y con un admirable tino para resaltar virtudes y defectos, consiguiendo momentos de enorme emoción y la total complicidad del lector.
Un libro absolutamente recomendable para quienes quieran pensar un poco y disfrutar muchísimo, y para quienes quieran seguir el consejo de Sayers, que en tono exhortativo incluía en una «nota para una lectura creativa» añadida como apéndice a su libro Empezar ahora:
Les ruego no sigan la indolente y desmoralizadora costumbre de coger un libro «para distraerse» («distraer», esa es la palabra) o «matar el tiempo» (ya es muy poco el tiempo que nos queda, y acabará con nosotros demasiado pronto). La única razón honesta para leer un libro es querer saber qué es lo que contiene.
Comentarios
Un Saludo y bienvenido a la blogosfera.