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Dignidad infinita

La Declaración del Dicasterio para la Doctrina de la Fe "Dignitas infinita sobre la dignidad humana", publicada el pasado 8 de abril, ha merecido menos atención de la que esperaba y, por supuesto, de la que merece.

Siendo este un blog que quiere promover la dignidad del hombre, hice el propósito de leerla y comentarla enseguida; pero como suelo procastinar el cumplimiento de estas decisiones en caliente, José María Carabante se me ha adelantado con su artículo en Aceprensa “Dignitas infinita”, un texto que reivindica el valor inconmensurable de todo ser humano.

Sin abandonar mi propósito primero, extraigo algunas ideas del comentario de Carabante, para curarme en salud.

La intención del documento

La declaración recoge los principios fundamentales de la doctrina social de la Iglesia, que arraiga en el valor inconmensurable del hombre. Su intención no es elaborar un catálogo de todas las formas en que este se ve herido, sino arrojar luz sobre algunos fenómenos que, por motivos culturales o sociales, pueden pasar inadvertidos, a pesar de contradecir la dignidad humana.

El texto responde a la invitación del Papa Francisco, que sugirió en Fratelli tutti prestar atención a las lesiones de la dignidad humana. El Dicasterio subraya que la dignidad humana es un valor cristiano clave y que no se puede separar la fe de su defensa, ni de la promoción de una vida a la altura del ser humano.

La publicación de este documento coincide con el 75 aniversario de la Declaración Universal de Derechos Humanos, cumplido en diciembre pasado. Y es aquí donde se atisba la importancia de su contenido, puesto que reafirma no solo que esos derechos se fundan en la dignidad de hombre y mujer, sino algo mucho más relevante: que esta no es un invento o un supuesto convencional, sino un rasgo que dimana de su naturaleza.

La dignidad es intrínseca a la persona, no conferida ‘a posteriori’, previa a todo reconocimiento y no puede perderse.

 La dignidad es la misma para todos

Esta dignidad corresponde a todos los seres humanos, con independencia de cualquier criterio y con independencia de que sean capaces de expresarla adecuadamente. Esa universalidad es un dato que viene apoyado por la revelación, porque la fe descubre que el ser humano no solo es creado “a imagen y semejanza de Dios”, sino que procede de la voluntad –la decisión– amorosa del Creador. “Todo ser humano es amado y querido por Dios mismo y, por esta razón, es inviolable”.

Otra de las grandes aportaciones de la Declaración es deshacer los equívocos en torno a la noción de dignidad. Frente a las nocioners constructivista e individualista, parte de la dignidad ontológica, la intrínseca y propia de todo hombre, de la que pende el resto, y que se asienta en su condición de “creatura” y en la verdad de su naturaleza. Distingue, después, la dignidad moral, relacionada con los actos del sujeto, y la dignidad social, referida a las condiciones materiales en las que viven las personas, e introduce también una nueva modalidad: la dignidad “existencial”, con la que se refiere al entorno espiritual y psicológico del ser humano.

Las violaciones de la dignidad

Más que detectar determinados fenómenos o advertir de su gravedad, el Dicasterio quiere promover la sensibilidad del cristiano ante las heridas contra la naturaleza e integridad personal. Aun así, la relación de violaciones graves es larga: la pena de muerte, la pobreza (no solo la imposibilidad de vivir dignamente, sino la laceración que supone la indiferencia con que los más necesitados son tratados a menudo), la guerra, las vejaciones que sufren los migrantes, tanto en sus países de origen como en los de destino, la trata de personas, los ultrajes sexuales o los más específicos dirigidos contra la mujer. 

La declaración, además de recordar el valor de la maternidad, dedica un apartado al aborto, en el que se afirma lo equívocos que son los eufemismos –como “interrupción del embarazo”– y que su empleo recurrente por la opinión pública no atenúa para nada la gravedad de ese crimen. Asimismo, la maternidad subrogada, que viola la dignidad del hijo, que es cosificado, y la de la madre gestante. 

El ser humano “tiene derecho, en virtud de su dignidad inalienable, a tener un origen plenamente humano y no inducido artificialmente, y a recibir el don de una vida que manifieste, al mismo tiempo, la dignidad de quien la da y de quien la recibe”.

Ha sorprendido la introducción de la “violencia digital”, con la que se refiere a la facilidad con que se difunden calumnias o mentiras en la red, el ciberacoso, la pornografía, la explotación o los juegos de azar.

El valor del cuerpo

La Declaración subraya que la dignidad del ser humano implica reconocer que este es también “cuerpo”, y que el respeto a la dimensión física o biológica es indispensable para protegerlo unitariamente. Es grave la negación del “don” de la diferencia sexual, pues supone una mutación antropológica. Así, “toda operación de cambio de sexo, por regla general, corre el riesgo de atentar contra la dignidad única que la persona ha recibido”.

Lo más sobresaliente de todo el texto es la defensa de la vulnerabilidad. Al subrayar de qué modo, por ejemplo, la eutanasia o “el descarte de las personas con discapacidad” ponen en riesgo lo que el hombre es, la declaración da en el clavo y explica que la naturaleza humana no se puede defender parcialmente, sino en su conjunto y globalidad.

Ni el sufrimiento ni la discapacidad disminuyen el valor del ser humano, que es digno desde su concepción hasta su muerte natural. Y no lo hacen porque en el sufrimiento, la debilidad y la vulnerabilidad resplandece de un modo mucho más marcado el amor de Dios. 

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Imagen de Alexa en Pixabay

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