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Os lo voy a explicar


Porque es bastante sencillo.

Hace un tiempo tuve una revelación en forma de tuit. Lamento muchísimo no haberlo conservado. Decía más o menos así: «Las dos Españas, ahora, son la privada y la pública».

No se si tengo que explicar qué son «las dos Españas». Voy a suponer que no; aunque me han enseñado a no dar nada por supuesto. Pero es que dar muchas explicaciones es cansino, y yo solo quiero explicar una cosa: por qué pasa lo que pasa en España (y en muchas partes del mundo).

Vaya por delante que los Estados me parecen una gran creación del hombre para vivir en sociedad. Durante su formación provocaron muchas guerras, de unos Estados contra otros, e incluso dentro de sí mismos; pero parecía que habían alcanzado la madurez con el «Estado del bienestar».

Parecía.

Porque el Estado se ha puesto, como diría Ana Iris Simón, «chulito». «Como funciono tan bien, dejad, ciudadanos, todo en mis manos».

El Estado es, en realidad, mucha gente. Más gente cuanto más abarca el Estado. Más gente que cobra de la riqueza que crea cada vez menos gente. Porque el Estado no crea riqueza, la consume. Como mucho, si la consume bien, facilita condiciones adecuadas para que otros, los «privados», creen riqueza.

Básicamente es esto: la «España privada» (Epr en adelante) crea riqueza con la que paga los impuestos de los que vive la «España pública» (Epu), que es la que la administra, sin dar demasiada cuenta de su administración.

Mis parvos conocimientos de economía política de primero de Derecho me alcanzan para entender que una Epu creciente absorbe a una Epr menguante. Atentos a esto: la riqueza de un país se mide, simplificando, por lo que es capaz de generar la Epr; en estos momentos, la Epu gasta más del doble de la riqueza de España, y subiendo.

En un pasaje dickensiano le explican a Oliver Twist -si no recuerdo mal-, el secreto de la felicidad: si tienes 100 peniques y gastas 99, eres feliz. Si gastas 101, eres desgraciado. Imagínense el colmo de la desgracia gastando 230, con 130 engordando todos los días por sus intereses.

Estamos en la ruina; pero aquí sigue la fiesta. Que no pare la música de la orquesta del Titanic.

Ustedes pensarán que esto no se puede sostener... Pues sí, se puede.

Para entenderlo hay que fijarse en lo que se pretende: la Epu quiere acabar con la Epr hasta hacerla desaparecer. Veamos:

1. Engordar la Epu: organismos políticos (gobiernos y parlamentos autonómicos, ministerios...), organismos administrativos y para-administrativos (observatorios, chiringuitos y todo eso), etc. Pagar todo esto obliga a subir los impuestos y el endeudamiento. Cada ley que emana de esta administración gigante crea nuevos y costosos organismos y sustrae cada vez más personas de la Epr que produce riqueza hacia la Epu que la dilapida.

2. Invadir el ámbito público, primero, y el privado después, hasta que todo sea espacio estatal. La regulación estatal alcanza ya el nivel tóxico: la educación, la vida y la muerte, la salud y la enfermedad, los pequeños placeres como las cervecitas y las salidas al campo o a la playa, las reuniones familiares y las relaciones íntimas, el ejercicio físico, la movilidad... ¿Para qué seguir? Basta pensar en cómo la «pandemia» ha llegado a tenernos encerrados en casa y cómo nos limita ahora y nos mantiene amordazados, en sentido literal y en sentido amplio.

3. Mientras reduce a la Epr a los balcones, la Epu invade hasta el último rincón, social y político: el gobierno y la oposición, el sistema y el anti sistema, los partidos y los sindicatos, el legislativo, el ejecutivo, el judicial y el medio pensionista, la prensa-radio-televisión y el IBEX, la religión y las ONG, el BOE y el fact checking.

4. Las herramientas fundamentales son dos, junto con la propaganda: la inversión (perversión) del principio de subsidiariedad, de forma que la Epr se convierte en subsidiaria de la Epu y no al revés, como se había entendido hasta ahora; y la subvención, que otorga todo el poder económico a la Epu y convierte a la Epr -que es la que crea la riqueza, repito- en mendiga.

Hace años, en una cena, un amigo manifestó muy contento que Hacienda le había «devuelto dinero». No se por qué estás tan contento -le dije-, Hacienda ha estado usando ese dinero que es tuyo durante x tiempo y ahora te lo devuelve sin intereses siquiera.

Voy terminando. A medida que la Epu sube impuestos y se endeuda, la Epr se va empobreciendo y perdiendo autonomía, hasta que deje de ser este un país de ciudadanos y se convierta en un país de súbditos subvencionados y, por tanto, amarrados al pesebre. Si no lo es ya.

¿Cómo puede sobrevivir semejante sistema? Muy fácil, cuanto más pobres seamos, menos necesidades tendremos. Este chicle los saben estirar muy bien en países como Venezuela y Cuba, por ejemplo. 

Y ahora, la coda perversa.

Quien plantee en unas elecciones recuperar de verdad la Epr y re dimensionar la Epu -hay quien lo hace; pero a la hora de la verdad se les encoge el ombligo-, devolver al principio de subsidiariedad su genuino sentido, disminuir la fiscalidad para que aumente la riqueza, sacar al Estado de la esfera privada y de gran parte de la pública, eliminar impuestos y subvenciones y favorecer donaciones y fundaciones...; tiene las de perder.

Porque el Estado es, en realidad, mucha gente, cada día más gente, es decir, muchos votantes nada dispuestos a perder su sitio en el pesebre; y porque en la «España privada» hay mucho miedo a ser libre.

Porque ser libre es un riesgo.

El Estado lo sabe.

Estamos perdidos.

O no.

En un famoso discurso que la encumbró a líder de los Tories, Margaret Thatcher defendió que la participación ciudadana en el gobierno no consistía en establecer cauces para que la gente pudiera penetrar en la maraña estatal, sino en que el Estado retrocediera lo máximo razonable y dejara el mayor espacio posible a la libre actuación de los ciudadanos.

Pero hace falta valor para votar a la Dama de Hierro y sus ideas. ¿lo tenemos?

Foto atarifa CC. Álbum grafitti 

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