Al fin encontré el hueco, ayer por la mañana, de visitar
en la sala de temporales del Museo de la Memoria de Andalucía. Un repaso a la brutal revolución de formas, materiales, conceptos, etc. de la escultura española durante el pasado siglo.
Como no se mucho de arte, y menos de los "ismos" del XX, dejo los comentarios a los entendidos y voy a contar un par de anécdotas tontas, que sirvan, en cualquier caso, para animar a aprovechar esta exposición, que viene por primera vez a Granada, y vaya usted a saber si volverá, porque mucha aglomeración no había para ser un sábado por la mañana.
Hice la prueba de ir en bicicleta, arriesgándome a perderla y/o a mojarme: prueba superada, había dónde aparcarla con cierta seguridad (sujetarla con candado, una cámara intimidatoria de esas que ahora quieren poner por todas partes y esa clase de cosas), y no llovió.
Como habitualmente, Luis estaba de guardia a pie de sala, quien me advirtió muy amablemente que podía fotografiar las piezas; pero sin flash. Eso fue después de que echara los rayos a la siguiente placa:
Se comprende que los catalanes tengamos un tanto -tampoco hay para exagerar- la sensación de que en el resto de España no se nos acaba de ubicar. Se comprueba, además, que Reus es un lugar peligroso para los artistas (las placas relativas a Gaudí situaban la ciudad correctamente en Tarragona).
En fin, una visita detenida, agradable y sorprendente, como pretendían estos experimentadores del arte, según la máxima de Vasari: El escultor saca todo lo superfluo y reduce el material a la forma que existe dentro de la mente del artista.
Me impuse la tarea de identificar mi obra favorita y me decidí por esta cabeza de Francisco Leiro titulada Lameira, sobre la que campeaba la siguiente declaración: Me interesa más la memoria del cuerpo que su representación.
Un par de horas refrescantes para la mente y la sensibilidad estética, con el premio de poder contemplar también la colección de la propia CajaGranada.
Hasta enero hay tiempo; pero ojo, éste, el tiempo, pasa muy deprisa.
en la sala de temporales del Museo de la Memoria de Andalucía. Un repaso a la brutal revolución de formas, materiales, conceptos, etc. de la escultura española durante el pasado siglo.
Como no se mucho de arte, y menos de los "ismos" del XX, dejo los comentarios a los entendidos y voy a contar un par de anécdotas tontas, que sirvan, en cualquier caso, para animar a aprovechar esta exposición, que viene por primera vez a Granada, y vaya usted a saber si volverá, porque mucha aglomeración no había para ser un sábado por la mañana.
Hice la prueba de ir en bicicleta, arriesgándome a perderla y/o a mojarme: prueba superada, había dónde aparcarla con cierta seguridad (sujetarla con candado, una cámara intimidatoria de esas que ahora quieren poner por todas partes y esa clase de cosas), y no llovió.
Como habitualmente, Luis estaba de guardia a pie de sala, quien me advirtió muy amablemente que podía fotografiar las piezas; pero sin flash. Eso fue después de que echara los rayos a la siguiente placa:
Se comprende que los catalanes tengamos un tanto -tampoco hay para exagerar- la sensación de que en el resto de España no se nos acaba de ubicar. Se comprueba, además, que Reus es un lugar peligroso para los artistas (las placas relativas a Gaudí situaban la ciudad correctamente en Tarragona).
En fin, una visita detenida, agradable y sorprendente, como pretendían estos experimentadores del arte, según la máxima de Vasari: El escultor saca todo lo superfluo y reduce el material a la forma que existe dentro de la mente del artista.
Me impuse la tarea de identificar mi obra favorita y me decidí por esta cabeza de Francisco Leiro titulada Lameira, sobre la que campeaba la siguiente declaración: Me interesa más la memoria del cuerpo que su representación.
Un par de horas refrescantes para la mente y la sensibilidad estética, con el premio de poder contemplar también la colección de la propia CajaGranada.
Hasta enero hay tiempo; pero ojo, éste, el tiempo, pasa muy deprisa.
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