Cuentan que en Granada había hace timepo un ladrón escurridizo al que llamaban «el Feo», de tanto que debía serlo.
Sucedió una madrugada que un probo policía creyó verlo y se abalanzó sobre él, lo derribó boca abajo en la fría calzada y lo esposó enérgicamente al grito de «¡ya te tengo, Feo!». Cuando el policía por fin giró la cabeza del detenido con un movimiento brusco, exclamó: «¡ahí va, si no eres el Feo!». A lo que el pobre hombre respondió jadeante: «y aunque lo fuera».
Y aunque lo fuera. Esta anécdota me viene a la mente cada vez que contemplo un caso de linchamiento de una persona, presunta o condenada, que lo mismo da. Se le llama «pena de telediario» con sospechosa indulgencia.
En realidad se trata del mayor destrozo que se ha producido en siglos en nuestro ordenamiento jurídico. Presumimos de un sistema judicial civilizado, garantista, alejado de tiempos oscuros e «inquisitoriales»; pero hemos retrocedido milenios en lo que al amparo judicial se refiere.
El «ojo por ojo» del pueblo judío fue un adelanto formidable en la aplicación de la justicia, respecto a la vengaza que aplicaban sin límites los demás pueblos de la Tierra. Al mismo aclamado Derecho romano le llevó tiempo llegar a la idea de la justicia del proceso y la proporcionalidad de la pena.
Siglos de cristianismo han ido depurando la justicia hasta poner a la persona y su dignidad en el centro, presumiendo su inocencia y buscando su reinserción.
La consolidación del Estado moderno, he de reconocerlo, ha permitido la limitación del uso de la fuerza, la garantía procesal y probatoria y la desaparición de la pena de muerte e, incluso, de la cárcel perpetua.
Todos estos logros se han ido al carajo.
Hoy impera en no pocos casos la presunción de culpabilidad, el escarnecimiento público, el linchamiento y la venganza con ensañamiento a perpetuidad. Ni los pueblos más primitivos o desestructurados llegaron a semejante salvajismo.
Justo hoy leo que la Fiscalía descarta el delito de odio contra el cabecilla del cántico soez del Colegio Mayor Elías Ahuja de Madrid. Sin embargo, la misma noticia recoge algunas de las consecuencias que ya ha sufrido el chaval, inocente, por culpa de la «pena de telediario»: le acosaron, le quitaron la beca y se tuvo que volver a su pueblo; fue portada nacional, el Gobierno le puso en el punto de mira e incluso el presidente Pedro Sánchez le dedicó una intervención pública. La prensa difundió datos personales y familiares, y algunos medios le persiguieron durante semanas.
Ni siquiera con personas condenadas deberían repetirse atrocidades así. Porque estos linchamientos comienzan antes de que haya una condena, con el gravísimo y muy cierto peligro -y la clara intención de algunos- de influir en los jueces. Porque una vez condenada ya tiene su condena. Y porque una vez cumplida, ya es una persona nueva.
Pero esto no pasa. Pasa que a la pena en Derecho le antecede, acompaña y sucede un linchamiento bárbaro, público, persistente, una venganza siciliana atroz, desmedida, salvaje, que busca destrozar a su víctima, alimentarse con sus despojos.
No estoy reseñando una novela. Lo cuenta en su blog José María Martínez, que lo ha sufrido en primera persona, lo está sufriendo y no parece que vaya a cabar nunca. Acoso mediático, abuso de poder, venganza atávica.
Él, José María, insiste en que no es «el Feo». Pero ni aunque lo fuera.
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Foto: atarifa CC
Comentarios
Otra posibilidad es que los políticos fueran respetuosos con la dignidad de los ciudadanos; aunque supongo que esto ya es pedir demasiado.
Más fácil puede ser; aunque ya no se, que los jueces sean más cuidadosos con el secreto del sumario.