El 20 de julio de 2012, James Eagan Holmes irrumpió armado hasta los dientes en un cine de Aurora, Colorado. Lanzó granadas de gas lacrimógeno y disparó indiscriminadamente a los presentes. Sin pensarlo un segundo, cuatro hombres se echaron sobre los cuerpos de las mujeres que los acompañaban. Jonathan Blunk cubrió el cuerpo de Jansen Young con el suyo, y lo mismo hicieron Matt McQuinn con Samantha Yowler, Alex Teves con Amanda Lindgren y John Larimer con Crystal Lake. Por su parte, Gordon Cowden se interpuso entre las balas y sus dos hijas adolescentes.
Los cinco, Jonathan, Matt, Alex, John y Gordon, murieron acribillados. Ellas, Jansen, Samantha, Amanda, Crystal y las dos hijas de Gordon, se salvaron.
Fue un acto reflejo, un acto de honor.
Para su cumplimiento adecuado, el deber exige comportamientos automáticos, que en el ámbito civil y en situaciones cotidianas llamamos costumbres. El honor consiste en hacer de la defensa del bien un instinto. Los imperativos morales, cuando han de aplicarse, no se razonan, se ejercitan.
Esta larga cita, casi textual, de Ética para valientes, el manual de David Cerdá sobre el honor en nuestros días, me sirve para pensar, una vez más, que la ideología de género está destruyendo los cimientos no de una u otra civilización, sino los cimientos de la Humanidad.
En el ser del hombre varón está el instinto de protección, como en el ser del hombre mujer está el de cuidar. Todo lo que sea educar aprovechando estos vientos para el bien es navegar rápido y fácil hacia una sociedad mejor. Todo lo que sea enfrentar estos vientos de cara, subvertir los instintos, las costumbres, es enloquecerlo todo, destrozar a las personas y establecer una sociedad con materiales de desecho.
Tanto si Jonathan, Matt, Alex, John y Gordon eran varones sensibles como si eran machistas de libro, habrían actuado igual. No estoy tan seguro en el caso de que hubieran sido «varones deconstruidos» por la ideología de género. Quizá se hubieran desentendido de sus parejas e hijas, de haber interiorizado su rol «no machista».
En la otra cara de la moneda está la gravísima tergiversación de la figura femenina. Toda la cultura audivisual que nos inunda nos la muestra machota, peleona y grosera (y eso sí, a medio vestir). Esto no puede acabar bien. De hecho, ya va mal.
Ayer mismo leí la triste noticia de que una joven mató a 3 niños y 3 adultos en una escuela de Estados Unidos. Son muy pocos los casos en que el protagonista de un tiroteo es una mujer; pero con los juegos, las películas y los espectáculos que tenemos, estoy seguro de que vamos a ir a más.
Pienso que una sociedad desnaturalizada es una catástrofe para el hombre, varón o mujer, que la conforma y para el entero cosmos en que habita. Parecemos muñecos locos jugueteando con la Creación. Una sociedad que sustituya los automatismo del valor por un juicio tortuoso forzado, impuesto o auto impuesto, es una sociedad sin respuesta ante el mal y sin energía para el bien.
Me gusta más la sociedad en la que me crié, con las ideas claras, fundadas en la naturaleza de las cosas y de las personas; aunque hubiera tantos comportamientos que mejorar, corregir e incluso castigar.
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Foto: atarifa CC
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