Mi hermano Carlos me ha dado un doble satisfacción. La primera es que ha querido celebrar su 25 aniversario de boda con una ceremonia en la misma iglesia -la de Santo Domingo-, con el mismo sacerdote y, naturalmente, en el mismo restaurante -el Sanmiguel, zamburiñas y tinto Mencía incluidos-. Una ceremonia de renovación de los compromisos matrimoniales reservada para loa parientes más cercanos y unos pocos amigos. Entrañable es poco para definir la ocasión. La vida cristiana es una vida de celebración, y conviene que se traduzca en fiestas concretas, sin excesos; pero sin complejos. La segunda satisfacción ha consistido en redescubrir Orense y, sobre todo, a los orensanos, que tienen muy merecida fama de acogedores.
El tiempo libre que me quedó un sábado por la mañana lo dediqué a callejear por el centro histórico, desde el Puente Romano (a Ponte Vella) hasta la iglesia de la Trinidad. Una maravilla. Pasear por Orense es ir de cruceiro en cruceiro, el de Alameda, el de Plaza Madalena, el de la iglesia de la Trinidad...
En la catedral tuve la inmensa suerte de contemplar el Pórtico del Paraíso con la puerta correspondiente completamente abierta, cosa inusual, según me dijeron: estuve allí hasta que se me inundaron los ojos de las formas y el color. Visité la Capilla del Santo Cristo, otra maravilla que extasía, de la que cuesta salir.
Pero las fachadas de piedra, las plazas porticadas, los rincones, las Burgas, no son todo lo que son sin las personas. Por esto tengo que agradecer a mi hermano, mi cuñada Fer y su amigos del alma Pili, Juan y su esposa Alicia, su hermano Antonio y su mujer Violeta, mi hermana Emilia y su marido Paul, y los sobrinos Carlos y su novia Lina, Elena, Javier y Paula, haberlos vivido según lo que allí llaman "Los vinos". Un corto en Barallete, un solomillo en Porta da Aira, un helado en Puerta Real, un café en Café Latino Jazz y las copas en El Druida. Aunque mi cuñada favorita se quedó con ganas de más, decidimos retirarnos, porque al día siguiente tocaba viajar de vuelta.
El regreso hasta Madrid lo hice con Carlos jr. Lina y Elena, los tres universitarios en torno a los 20, una inyección de juventud y conexión tecnológica. Naturalmente, acabamos comiendo en un Mex de Sanchinarro, que por algo Lina es mexicana.
El tiempo libre que me quedó un sábado por la mañana lo dediqué a callejear por el centro histórico, desde el Puente Romano (a Ponte Vella) hasta la iglesia de la Trinidad. Una maravilla. Pasear por Orense es ir de cruceiro en cruceiro, el de Alameda, el de Plaza Madalena, el de la iglesia de la Trinidad...
En la catedral tuve la inmensa suerte de contemplar el Pórtico del Paraíso con la puerta correspondiente completamente abierta, cosa inusual, según me dijeron: estuve allí hasta que se me inundaron los ojos de las formas y el color. Visité la Capilla del Santo Cristo, otra maravilla que extasía, de la que cuesta salir.
Pero las fachadas de piedra, las plazas porticadas, los rincones, las Burgas, no son todo lo que son sin las personas. Por esto tengo que agradecer a mi hermano, mi cuñada Fer y su amigos del alma Pili, Juan y su esposa Alicia, su hermano Antonio y su mujer Violeta, mi hermana Emilia y su marido Paul, y los sobrinos Carlos y su novia Lina, Elena, Javier y Paula, haberlos vivido según lo que allí llaman "Los vinos". Un corto en Barallete, un solomillo en Porta da Aira, un helado en Puerta Real, un café en Café Latino Jazz y las copas en El Druida. Aunque mi cuñada favorita se quedó con ganas de más, decidimos retirarnos, porque al día siguiente tocaba viajar de vuelta.
El regreso hasta Madrid lo hice con Carlos jr. Lina y Elena, los tres universitarios en torno a los 20, una inyección de juventud y conexión tecnológica. Naturalmente, acabamos comiendo en un Mex de Sanchinarro, que por algo Lina es mexicana.
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