Justo el día anterior había estado en la presentación del cartel de la procesión del Corpus el el Salón de Plenos del Ayuntamiento, porque el pregón (que no es pregón; pero se le parece) corría a cargo de un buen amigo mío. En calidad de concejal, presidió el acto una de las protagonistas del reportaje mencionado, como si nada.
Ese mismo día por la mañana, siguiendo mi costumbre de escuchar el podcast «Para no hablar del tiempo» mientras acabo de poner en orden mis cosas, tuve noticia de un fenómeno tabú; pero que se está abriendo paso trabajosamente, dando lugar al enésimo colectivo que «sale del armario» en medio de amenazas y persecuciones: la detransición y los «detrans».
La destransición o detransición (del inglés detransition) es el cese o reversión de una identificación transgénero o transición de género, ya sea por medios sociales, legales o médicos (Wikipedia). Es decir, el arrepentimiento de una persona «trans» que quiere revertir el proceso.
En el artículo Saliendo del armario… “trans”, Luis Luque muestra otros dos casos de personas que intentan regresar a su identidad sexual biológica y las dificultades, mucho mayores que las burocráticas del primer reportaje, con que se encuentran.
Resumiendo, nadie ha pensado en que se pudiera dar esta «detransición», y no hay nada previsto para el caso. Es más, la terapia afirmativa en el casos de disforia de género (DG) y todo el andamiaje político, social, legal y médico están pensados para actuar en una única dirección, sin vuelta atrás.
Ahora resulta que la reasignación de género, en muchos casos, no ha resuelto los problemas de la DG. No solo eso, los ha multiplicado.
Hace tiempo que algunos psiquiatras y otros profesionales temerarios (hace falta serlo para ir contra corriente en esta cuestión), vienen advirtiendo que muchos casos de aparente DG encubren otros problemas previos. La terapia afirmativa hace que los verdaderos problemas de salud mental no se traten y que la «transición» no solo no los resuelvan, sino que los agraven.
La cuestión se pone más seria cuando median operaciones quirúrgicas y tratamientos hormonales. De hecho, se están aplicando sin conocer sus efectos a medio y largo plazo, y sin tener un protocolo, por simple que sea, de reversión.
Por no hablar de cuando se trata de menores de edad. En la 7ª edición de su Manual de Asistencia para personas con este trastorno, la Asociación Internacional de Salud Transexual (WPATH) -nada sospechosa de «transfobia»- reconoce que la tasa de persistencia de la DG en niños diagnosticados con esta condición no va más allá del 12%-27% de los casos en cuanto dejan atrás la adolescencia. En otras palabras: que a más del 70%-85% se les atenúa o desaparece la incomodidad respecto a su sexo biológico.
Para los amigos de lo audiovisual, Vicente Bellver, Catedrático de Filosofía del Derecho y Filosofía política en la Universitat de Valencia, explica muy bien en este vídeo, las consecuencias de la Ley 4/2023, de 28 de febrero, para la igualdad real y efectiva de las personas trans y para la garantía de los derechos de las personas LGTBI, conocida como «Ley Trans».
Si digo que estamos jugando a ser el doctor Víctor Frankenstein, probablemente me quedo corto, porque estos experimentos están afectando a miles de personas, no solo a una.
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Foto: atarifa CC
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