Rico comienza directa y al grano: La trama de los niños sustraídos durante el franquismo es un relato tan irresistible como falso. La aportación española a las ‘fake news’ (...) un bulo del tamaño de una catedral, alimentado durante diez años por periodistas afanosos, oportunistas sin escrúpulos y políticos irresponsables.
Me interesan todos los aspectos del caso, que la autora disecciona con precisión quirúrgica; pero voy a centrar esta entrada en el periodístico. Así leen el artículo, que lo merece.
En resumen: Después de años de mucho ruido, no hay evidencias de ningún caso de bebé robado: el único que había sido certificado como tal por la justicia, resulta que fue dado en adopción.
Lo que empezó con un artículo periodístico allá por los años 80 sobre un hospital madrileño -escribe Rico- se ha convertido en un relato tan irresistible como abracadabrante: una trama criminal de robo de niños en la dictadura franquista, que se apropió de 30.000 a 300.000 bebés (los cálculos son laxos) de madres republicanas primero y pobres después, para darlos a familias conservadoras y ricas. Todo ello perpetrado por monjas y curas perversos, que hacían creer a las parturientas que sus hijos habían muerto. Los años: desde 1938 a los noventa: a ver, es estirar un poco el franquismo, pero es para darle continuidad histórica.
Coincido con el diagnóstico de Rico al señalar a los medios de comunicación: Con todo, como siempre, la responsabilidad mayor recae en los medios de comunicación. Un repaso de la cobertura informativa pone los pelos de punta. Los periodistas compran con los ojos cerrados cualquier testimonio, por absurdo que pareciera, incapaces de tomar distancia crítica incluso en casos cuyos protagonistas pedían a gritos apoyo psicoterapéutico.
Es memorable la crónica de El País que anunciaba el reencuentro de una “niña robada” en 1959 con su gemela, a quien había localizado por Internet. Quizás la periodista debió haber esperado los resultados del análisis genético, que descartó cualquier parentesco entre las dos mujeres. “Que el ADN diga lo que quiera, pero María José y yo somos gemelas”, concluían. Pues nada.
Ha habido honrosas excepciones; pero fueron ahogadas por una “psicosis colectiva”, llevada en volandas por intereses políticos y periodísticos que arrasan con todo. Escribe Rico: Ayer leía en Twitter el hilo de un periodista, Diego Barcala. Contaba cómo hace diez años, en plena vorágine de la Memoria Histórica, empezó a cubrir el tema de los niños desaparecidos. “La historia no podía ser más atractiva, bebés robados como en Argentina y Chile. Tenía sentido. Entrevisté a las hijas y madres, como a Inés Madrigal y muchos otros. Saqué una conclusión: esta gente no tiene pruebas. Todo eran lugares comunes: se la quitaron de los brazos, no vio el cadáver, una monja muy mala se encargó de todo. Qué buena pinta para ser portadas y libros. Pero insisto: no había pruebas. (…) Luché con jefes y fuentes para defender que no había tema. Daba igual. La corriente mediática llevó a estos denunciantes a ministerios, libros, editoriales, programas políticos. Otro caso más de ego periodístico junto con intereses políticos. Una combinación habitual”.
Se describe bien un mecanismo que se aplica a muchas historias con potencial escandaloso, con más o menos fundamento en la realidad, o con ninguno, como en este caso. Para vender "información", para comprar votos, para atacar al "enemigo", para construir "un mundo feliz", que debiéramos saber imposible si se funda sobre la mentira.
PS: para más placer, he descubierto gracias a Rico la revista Líbero.
Comentarios