Esta semana pasada he asistido a dos actos solemnes de clausura de curso de sendas escuelas de iniciativa social. Son tres si ampliamos la horquilla al mes. Las tres instituciones educativas llevan 70, 43 y 15 años de existencia, aportando valor -mucho valor- a la sociedad en la que trabajan, en los ámbitos universitarios y de formación profesional. En los tres casos, sobre todo en los dos últimos en este momento, las administraciones públicas parecen más un enemigo -encarnizado en uno de los casos-, que una ayuda, como si les estorbase la libertad y el esfuerzo competente con que algunos ciudadanos trabajan de acuerdo con su iniciativa y convicciones; solo porque no son centros "públicos", en el sentido de estatales, y pueden escapar a unos gobernantes aquejados de miras ideológicas estrechas. Meditando sobre esto, me ha venido a la mente uno de los principios de la Doctrina Social de la Iglesia que más me gusta y que más añoro: el principio de subsidiariedad (o su...
Elementos para el debate de ideas y la acción por el Hombre