El lunes 12 de diciembre fallecía en Roma el prelado del Opus Dei, Mons. Javier Echevarría. La noticia y los acontecimientos siguientes son noticia mundial. No lo es, porque no debe serlo, lo que cuento a continuación.
Recibí la noticia el mismo lunes por la noche, pocos minutos después de que aconteciera, y, tras comunicarlo a allegados y amigos, vinieron a mi memoria los días de mayo de 1996 en que tuve la suerte de vivir con él en la misma casa, en Granada. No es que parara mucho en casa, la verdad, porque siguió sin rechistar un plan de encuentros con grupos más o menos grandes de personas diseñado para acabar con cualquiera. Estas son las primeras cosas que quiero destacar: que se sometió al programa previsto por otros con total docilidad, sin pedir nada ni reservarse un minuto; que todo su interés era estar con las personas que querían verle -y eran miles- y a todas atendió con la máxima atención. Visitó la Alhambra porque le insistimos, pensando que le gustaría y que descansaría: le gustó; pero no descansó, pendiente todo el rato de los que le acompañaban, como refleja lo que escribió en el libro de visitas del monumento:
"Con todo mi cariño -que traduzco como oración y afecto- he caminado por este lugar histórico, precioso e indescriptible -¡hay que verlo!-, encomendando a las personas que aquí trabajan, de modo que su servicio 'sirva' -y no es redundancia- para la alegría de los visitantes, de unión con sus propias familias, de oración, porque el Señor ha querido que le encontremos en todas las ocupaciones honradas de los hombres y mujeres de todos los tiempos.
Rezo ahora y rezaré siempre para que se mantenga esta riqueza de arte y de cultura".
Hasta en las comidas, en las tertulias, había invitados para que pudieran estar ese rato con él. Con todos estuvo siempre muy cariñoso, muy sobrenatural y humano, y con muy buen humor. Solo recuerdo un momento "fuera de programa". La tarde del sábado, antes de cenar, estaba en su habitación, probablemente escribiendo postales a personas de todo el mundo (escribió muchísimas desde Granada), y unos pocos nos dispusimos a esperar la cena en la sala de estar. En esto apareció Mons. Javier Echevarría, que había terminado antes de tiempo, y nos cogió por sorpresa. Nos dijo que hiciéramos lo que solíamos hacer, que era ver el partido de fútbol que entonces televisaban a esa hora. Eso hicimos; pero en Barcelona llovía a cántaros, y se suspendió el Barça-Español, así que apagamos el televisor e improvisamos una tertulia. El trato que D. Javier propiciaba era tan sencillo y natural que a mí, sentado a su lado, no se me ocurrió más que enseñarle una tontería simpática que me había enviado un amigo (por fax, ¡cómo hemos cambiado!): ese fue el tono de los minutos que pasamos entonces y de todos los ratos que pude pasar con él.
He estado con el Padre -como le llaman familiarmente los miembros de la Obra y muchas otras personas que le conocen-, de esta manera tan próxima, en otras pocas ocasiones (en Granada en 2002, en Roma en 2012), y siempre ha sido igual: cercanía, sencillez, aprovechamiento del tiempo, interés por cada una y cada uno, buen humor y un paternal sentido sobrenatural que llevaba a Dios como a una fiesta. Por eso, me sumo a la cadena de agradecimiento que expresa tan bien, en mi opinión, el vídeo que sigue a continuación:
Recibí la noticia el mismo lunes por la noche, pocos minutos después de que aconteciera, y, tras comunicarlo a allegados y amigos, vinieron a mi memoria los días de mayo de 1996 en que tuve la suerte de vivir con él en la misma casa, en Granada. No es que parara mucho en casa, la verdad, porque siguió sin rechistar un plan de encuentros con grupos más o menos grandes de personas diseñado para acabar con cualquiera. Estas son las primeras cosas que quiero destacar: que se sometió al programa previsto por otros con total docilidad, sin pedir nada ni reservarse un minuto; que todo su interés era estar con las personas que querían verle -y eran miles- y a todas atendió con la máxima atención. Visitó la Alhambra porque le insistimos, pensando que le gustaría y que descansaría: le gustó; pero no descansó, pendiente todo el rato de los que le acompañaban, como refleja lo que escribió en el libro de visitas del monumento:
"Con todo mi cariño -que traduzco como oración y afecto- he caminado por este lugar histórico, precioso e indescriptible -¡hay que verlo!-, encomendando a las personas que aquí trabajan, de modo que su servicio 'sirva' -y no es redundancia- para la alegría de los visitantes, de unión con sus propias familias, de oración, porque el Señor ha querido que le encontremos en todas las ocupaciones honradas de los hombres y mujeres de todos los tiempos.
Rezo ahora y rezaré siempre para que se mantenga esta riqueza de arte y de cultura".
+Javier Echevarría Granada, 13-V-96
Hasta en las comidas, en las tertulias, había invitados para que pudieran estar ese rato con él. Con todos estuvo siempre muy cariñoso, muy sobrenatural y humano, y con muy buen humor. Solo recuerdo un momento "fuera de programa". La tarde del sábado, antes de cenar, estaba en su habitación, probablemente escribiendo postales a personas de todo el mundo (escribió muchísimas desde Granada), y unos pocos nos dispusimos a esperar la cena en la sala de estar. En esto apareció Mons. Javier Echevarría, que había terminado antes de tiempo, y nos cogió por sorpresa. Nos dijo que hiciéramos lo que solíamos hacer, que era ver el partido de fútbol que entonces televisaban a esa hora. Eso hicimos; pero en Barcelona llovía a cántaros, y se suspendió el Barça-Español, así que apagamos el televisor e improvisamos una tertulia. El trato que D. Javier propiciaba era tan sencillo y natural que a mí, sentado a su lado, no se me ocurrió más que enseñarle una tontería simpática que me había enviado un amigo (por fax, ¡cómo hemos cambiado!): ese fue el tono de los minutos que pasamos entonces y de todos los ratos que pude pasar con él.
He estado con el Padre -como le llaman familiarmente los miembros de la Obra y muchas otras personas que le conocen-, de esta manera tan próxima, en otras pocas ocasiones (en Granada en 2002, en Roma en 2012), y siempre ha sido igual: cercanía, sencillez, aprovechamiento del tiempo, interés por cada una y cada uno, buen humor y un paternal sentido sobrenatural que llevaba a Dios como a una fiesta. Por eso, me sumo a la cadena de agradecimiento que expresa tan bien, en mi opinión, el vídeo que sigue a continuación:
Comentarios