El 3 de agosto (o 2, según autores) de 216 A.C., hace ahora 2.200 años, el ejército expedicionario cartaginés de Aníbal infligió una derrota total al mayor ejército consular romano que se había formado hasta entonces en la historia de Roma, que doblaba en número a su enemigo.
Este fue uno de esos momentos que me fascinan, porque pudo cambiar totalmente el rumbo de la Historia de la Humanidad.
Mi afición por la Historia viene de siempre; aunque la he cultivado poco y mal. Sin embargo, he llegado a distinguir dos fenómenos que me apasionan especialmente: uno, este de los momentos en que la Historia pudo cambiar significativamente (¿qué hubiera pasado si tras Cannas, Aníbal hubiera atacado y conquistado Roma?); dos, y especialmente, ¿por qué en un momento histórico determinado, un pueblo cobra energías fuera de lo común y se lanza a la conquista del Mundo?
En el caso cuyo aniversario celebramos hoy, la genialidad de Aníbal, su tremenda victoria, estaba abocada al fracaso, hiciera lo que hiciese, lo que hizo o lo que no hizo. El canto del cisne fenicio chocaba con un pueblo emergente, el romano, cuya energía, cuyo genio, lo proyectaba hacia el dominio, la conquista, la civilización. Aníbal no podía ganar ante uno de esos fenómenos históricos que producen hombres y voluntades que barren la faz de la Tierra, casi siempre como un viento fecundador.
Una de las claves que identifico de entre lo que he leído sobre Roma (o sobre Castilla, o Inglaterra), es la educación: aquello para lo que los padres preparan a sus hijos. Los vástagos de los patricios romanos estaban continuamente llamados a grandes destinos. Formaban la legiones ciudadanos libres; la mitad o más del ejército de Aníbal estaba formado por mercenarios.
Hoy preparamos a nuestros hijos para ser futbolistas o modelos. Y nuestros ejércitos alistan extranjeros y máquinas. Estamos a punto de caramelo para caer barridos por el viento de la Historia; aunque de momento ganemos batallas.
Con esta entrada quiero rendir homenaje a esos héroes colectivos, protagonistas de la Historia, frecuentemente oscurecidos por las figuras individuales que los comandaron y les pusieron nombre y cara.
Otro día hablaré de otra de mis pasiones históricas, mi debilidad por los derrotados.
Este fue uno de esos momentos que me fascinan, porque pudo cambiar totalmente el rumbo de la Historia de la Humanidad.
Mi afición por la Historia viene de siempre; aunque la he cultivado poco y mal. Sin embargo, he llegado a distinguir dos fenómenos que me apasionan especialmente: uno, este de los momentos en que la Historia pudo cambiar significativamente (¿qué hubiera pasado si tras Cannas, Aníbal hubiera atacado y conquistado Roma?); dos, y especialmente, ¿por qué en un momento histórico determinado, un pueblo cobra energías fuera de lo común y se lanza a la conquista del Mundo?
En el caso cuyo aniversario celebramos hoy, la genialidad de Aníbal, su tremenda victoria, estaba abocada al fracaso, hiciera lo que hiciese, lo que hizo o lo que no hizo. El canto del cisne fenicio chocaba con un pueblo emergente, el romano, cuya energía, cuyo genio, lo proyectaba hacia el dominio, la conquista, la civilización. Aníbal no podía ganar ante uno de esos fenómenos históricos que producen hombres y voluntades que barren la faz de la Tierra, casi siempre como un viento fecundador.
Una de las claves que identifico de entre lo que he leído sobre Roma (o sobre Castilla, o Inglaterra), es la educación: aquello para lo que los padres preparan a sus hijos. Los vástagos de los patricios romanos estaban continuamente llamados a grandes destinos. Formaban la legiones ciudadanos libres; la mitad o más del ejército de Aníbal estaba formado por mercenarios.
Hoy preparamos a nuestros hijos para ser futbolistas o modelos. Y nuestros ejércitos alistan extranjeros y máquinas. Estamos a punto de caramelo para caer barridos por el viento de la Historia; aunque de momento ganemos batallas.
Con esta entrada quiero rendir homenaje a esos héroes colectivos, protagonistas de la Historia, frecuentemente oscurecidos por las figuras individuales que los comandaron y les pusieron nombre y cara.
Otro día hablaré de otra de mis pasiones históricas, mi debilidad por los derrotados.
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