No se puede salir a jugar un Mundial con el cadáver del Cid, por mucho que lo vistas de escudo y estrellas, pues si el enemigo no huye y, en cambio, se envalentona como los filisteos ante la llegada del arca de la alianza al campamento judío, lo más probable es que de estrella pases a estrellado.
Es lo que le ha sucedido a selección española estos días. Al margen de cuestiones técnicas y físicas, se les ha visto desangelados, sobrepasados, sin esa mirada hambrienta o ilusionada, como ya advirtió el propio entrenador el primer día sin poder cambiarlo, quizá porque tampoco él la tenía.
Confieso que cada vez que veo un anuncio publicitario con los jugadores como protagonistas me desasosiego, porque me da la sensación de que el aprovechamiento comercial de glorias pretéritas es más importante que la conquista del futuro; que los jugadores no están a lo que deberían estar.
El fútbol funciona maravillosamente como metáfora social, y así lo he aprovechado en diversas ocasiones. Enseña que cuando una sociedad se duerme, cae en la abulia, se hincha de hedonismo, adora falsos dioses o, sencillamente, pierde un destino común, se la puede llevar cualquier viento, por suave que parezca, si va preñado por una convicción suficientemente decidida.
Avisados estamos. Hay un suspiro entre las victorias profetizadas por el pulpo Paul y que nos caiga encima la del pulpo.
Es lo que le ha sucedido a selección española estos días. Al margen de cuestiones técnicas y físicas, se les ha visto desangelados, sobrepasados, sin esa mirada hambrienta o ilusionada, como ya advirtió el propio entrenador el primer día sin poder cambiarlo, quizá porque tampoco él la tenía.
Confieso que cada vez que veo un anuncio publicitario con los jugadores como protagonistas me desasosiego, porque me da la sensación de que el aprovechamiento comercial de glorias pretéritas es más importante que la conquista del futuro; que los jugadores no están a lo que deberían estar.
El fútbol funciona maravillosamente como metáfora social, y así lo he aprovechado en diversas ocasiones. Enseña que cuando una sociedad se duerme, cae en la abulia, se hincha de hedonismo, adora falsos dioses o, sencillamente, pierde un destino común, se la puede llevar cualquier viento, por suave que parezca, si va preñado por una convicción suficientemente decidida.
Avisados estamos. Hay un suspiro entre las victorias profetizadas por el pulpo Paul y que nos caiga encima la del pulpo.
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