No voy a insistir sobre las coincidencias como motor de escritura; pero es lo que hay tantas veces, y lo que hay en esta ocasión, de nuevo. Precisamente anoche terminaba de leer Cineasta blanco, corazón negro, de Jesús Lens, con el que comparto formación académica (Derecho), profesión (comunicación) y aficiones (baloncesto, cine, literatura, cerveza). Lens, sin embargo, me aventaja en centímetros, conocimientos y pasión por el cine y la escritura, y acaba su magna obra (569 páginas del ala) sobre aventuras y desventuras cinematográficas del continente africano, con el jugoso comentario de cintas como Invictus, Malcom X, Adiós Bafana, Grita Libertad, District 9 y Under African skies.
Hoy por la mañana desayuno con la noticia de la muerte de Nelson Mandela.
Entre los tuits que conforman trending topics como #RIPNelsonMandela y #Madiba, encuentro uno de Javier Marrodán, que rescata un interesantísimo trabajo suyo, publicado en Nuestro Tiempo (Número 664, septiembre - octubre 2010), con el título Sudáfrica. El perdón como motor de la historia. La lectura de este largo artículo es muy "inspiradora", como ahora dicen, porque, como termina diciendo Marrodán (y Pedro Rivas), Sudáfrica, en ese sentido, es un caso para la esperanza: algunas utopías aún son posibles.
Me parece el momento oportuno para recordar esta pieza del, en su momento muy controvertido, álbum Graceland:
Hoy por la mañana desayuno con la noticia de la muerte de Nelson Mandela.
Entre los tuits que conforman trending topics como #RIPNelsonMandela y #Madiba, encuentro uno de Javier Marrodán, que rescata un interesantísimo trabajo suyo, publicado en Nuestro Tiempo (Número 664, septiembre - octubre 2010), con el título Sudáfrica. El perdón como motor de la historia. La lectura de este largo artículo es muy "inspiradora", como ahora dicen, porque, como termina diciendo Marrodán (y Pedro Rivas), Sudáfrica, en ese sentido, es un caso para la esperanza: algunas utopías aún son posibles.
En todo caso, las conclusiones que se pueden extraer del caso de Sudáfrica revelan que la nueva identidad del país no podía crearse con los valores abstractos y puramente estratégicos (consenso, deliberación pública, términos justos de cooperación social, reciprocidad, etcétera.) que presenta el ideal de la democracia deliberativa. Porque tales valores –que además responden, se quiera o no, a una doctrina sobre el bien, por más que lo nieguen sus defensores– no aportan apenas nada a una comunidad política que se enfrenta a un pasado trágico. En cambio, la reconciliación y el perdón son conceptos perfectamente concretos, que exigen un esfuerzo individual.
Me parece el momento oportuno para recordar esta pieza del, en su momento muy controvertido, álbum Graceland:
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