Menos mal que esta bitácora no está dedicada a la política, porque menuda inflación tenemos... Páginas, ondas y pantallas dedicadas a la corrupción de partidos, políticos, gobernantes, sindicatos, jueces... Y mentiras, mentiras a todas horas. Estamos tan acostumbrados que ya no lo valoramos, no reaccionamos, o nos conformamos con los cierres en falso de las polémicas: ruido y más ruido; pero al final el olvido, sin verdad, sin justicia.
Ya he disparado sobre esto en mi "quickblog" Diario de un perplejo; ahora quiero reivindicar el valor de la veracidad, la palabra dada, el compromiso. Vivimos tiempos en los que cuando una persona dice nunca, quiere decir ahora; aunque esto es viejo: atribuyen a Talleyrand aquello de que si un diplomático dice sí, quiere decir quizás, si dice quizás, quiere decir no, si dice no, no es un diplomático. Y así nos va.
Decir la verdad, respetar la palabra dada, tener el valor de comprometerse y ser leal al compromiso, son carencias brutales de nuestros días que convierten nuestra sociedad en una hermosa fachada apuntalada sobre el vacío de un solar repleto de escombros. La reciente patética confesión de un famoso deportista es más que reveladora: tarde y mal. Tarde porque aquí no pía nadie hasta que le pillan con las manos en la masa, y mal porque no se dice toda la verdad y se rodea lo que se dice de un embrollo de justificaciones que buscan la conmiseración y no la justicia. Dan la razón a Tayllerand cuando afirmaba que la palabra se ha dado al hombre para que pueda encubrir su pensamiento.
Ayer pude al fin ver un documental precioso sobre el gran Hergé, que toma como hilo conductor, con total acierto, su obra maestra Tintín en el Tibet. Una maravilla. Lástima que al final de su vida, Georges Prosper Remi, Hergé, "resuelve" sus crisis personales divorciándose de su mujer, de la que llevaba años separado, y casándose con otra, tras acudir al consejo de un psicoanalista. Ni siquiera el final reencuentro real con su amigo Tchang, consiguió quitarme el regusto a fracaso que me ha dejado el documental: una puñalada a la belleza del compromiso.
Ya he disparado sobre esto en mi "quickblog" Diario de un perplejo; ahora quiero reivindicar el valor de la veracidad, la palabra dada, el compromiso. Vivimos tiempos en los que cuando una persona dice nunca, quiere decir ahora; aunque esto es viejo: atribuyen a Talleyrand aquello de que si un diplomático dice sí, quiere decir quizás, si dice quizás, quiere decir no, si dice no, no es un diplomático. Y así nos va.
Decir la verdad, respetar la palabra dada, tener el valor de comprometerse y ser leal al compromiso, son carencias brutales de nuestros días que convierten nuestra sociedad en una hermosa fachada apuntalada sobre el vacío de un solar repleto de escombros. La reciente patética confesión de un famoso deportista es más que reveladora: tarde y mal. Tarde porque aquí no pía nadie hasta que le pillan con las manos en la masa, y mal porque no se dice toda la verdad y se rodea lo que se dice de un embrollo de justificaciones que buscan la conmiseración y no la justicia. Dan la razón a Tayllerand cuando afirmaba que la palabra se ha dado al hombre para que pueda encubrir su pensamiento.
Ayer pude al fin ver un documental precioso sobre el gran Hergé, que toma como hilo conductor, con total acierto, su obra maestra Tintín en el Tibet. Una maravilla. Lástima que al final de su vida, Georges Prosper Remi, Hergé, "resuelve" sus crisis personales divorciándose de su mujer, de la que llevaba años separado, y casándose con otra, tras acudir al consejo de un psicoanalista. Ni siquiera el final reencuentro real con su amigo Tchang, consiguió quitarme el regusto a fracaso que me ha dejado el documental: una puñalada a la belleza del compromiso.
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