Foto Alberto Tarifa |
Brevemente, Pérez Reverte denuncia ese buenismo que hace bueno hasta el mal, con lo que los niños crecen pensando que todo el monte es orégano, y claro, cuando se topan con la cruda realidad, están perdidos. Dice, por ejemplo:
A ver cómo van a enfrentarse después a la vida y sus brutalidades unos chicos educados en la idea perversa de que todo lo real o imaginado es bueno, o puede serlo. De que el bien siempre triunfa, los pajaritos cantan y el mal se disuelve bajo la luz de la verdad, el amor y la razón. De que hasta los tiburones, los buitres y las serpientes son bondadosos. De que los malos no existen. Hacerles creer eso es criminal, pues sentencia a muerte, deja intelectualmente indefensos, a quienes necesitarán más tarde mucha lucidez y mucho coraje para sobrevivir en este mundo hostil. En la educación de un niño, la figura del malvado, la certeza de su negra amenaza, es incluso más necesaria que la del héroe.
Tiene esto mucho que ver con esa manía depuradora del pasado para acomodarlo al modelo de colorines del buenismo, cuando no con la descarada pretensión de escamotearlo por completo, como denuncia, pasada la página, en su artículo Humanidades, de Prada, este sí santo de mi devoción:
La enseñanza de las humanidades está intrínsecamente vinculada al desarrollo del pensamiento crítico: cuanto mejor conocemos el mundo del que venimos, cuanto más conscientes somos de la tradición que nos precede, menos permeables somos a los intentos arbitristas de fundar nuestro mundo sobre cimientos de humo. (...) Solo quien ha buceado en las intimidades de la cultura a la que pertenece puede zambullirse sin miedo en las aguas procelosas del tiempo que le ha tocado vivir.
Dos artículos muy convenientes y de grata lectura, que no es poco en los tiempos que corren.
Comentarios
Pero bueno, no digo más porque le leo poco.
Un saludo, José M.