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El falso Medievo de Ken Follett

"Un Mundo sin Fin": mezcla de ignorancia y prejuicio. El historiador Franco Cardini señala la ignorancia del novelista sobre la Edad Media y sus toscos conceptos anticristianos.

El nuevo libro de Ken Follett, Un mundo sin fin, se ha vendido como rosquillas estas Navidades. En la estela de Dan Brown, el nuevo best-seller del autor de Los pilares de la tierra presenta una Edad Media oscura e inmersa en la ignorancia, debido en buena parte a la acción culpable de la Iglesia... Follett expuso sus ideas y prejucios sobre la Edad Media en la revista italiana Panorama. Le ha respondido, desde Avvenire, el historiador Franco Cardini, medievalista de prestigio.

Ken Follet: «no creía en Dios hace veinte años y no creo tampoco ahora. Lo que ha cambiado en mí en este tiempo es la comprensión de todo el mal que puede hacerse en nombre de la religión. La Peste que hubo de 1347 a 1352 manifestó a todos la verdad: el clero se reveló completamente impotente. El posterior descubrimiento del funcionamiento de la infección bacteriana ha permitido salvar la vida a millones de personas, demostrando que los prejuicios anticientíficos de la religión no tenían ningún fundamento».

No valdría la pena perder el tiempo ni gastar tinta citando este ejemplo de estupidez, de banalidad de errores y de mentiras, si no hubiesen salido de uno de los más archiconocidos, archileídos e idolatrados escritores de nuestro tiempo, Ken Follett, y si un entrevistador suyo para la revista Panorama no las hubiese recogido y transcrito religiosamente, sin un comentario que no sea de admiración o de lisonja. Como oro molido. Pero no se trata de oro, precisamente.

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La efigie de Ken Follett, el célebre autor de thrillers y de novelas de espías que está entre los más vendidos del mundo, ocupa triunfal la portada del conocido semanario italiano, en el que se titula de manera exultante: Ciencia y religión: las culpas de la Iglesia, y donde se presenta su nuevo libro, Un mundo sin fin, como «un acto de acusación contra el clero».

El libro acaba de salir a las librerías y es ya un best-seller anunciado, desde el momento en que la potente máquina mediática impulsada por su editor ya se ha puesto en marcha y la foto de Follett destaca en los escaparates de todas las librerías. Un esfuerzo notable, que traerá una recaudación segura.

Pero todo tiene un límite. No hay nada que decir de Follett como autor de thrillers de éxito, pero cuando sus argumentos se cimentan en acontecimientos históricos, especialmente los ligados al Medievo, es necesario decir que los resultados son, desde el punto de vista histórico, decepcionantes.

Su exitoso Los pilares de la tierra es, bajo el perfil de la reconstrucción que él denomina como Medievo, un ridículo culebrón en el cual navegan -y ésta es la mejor parte- reminiscencias de Víctor Hugo condimentadas en una salsa que está entre Disneylandia y Carolina Invernizio.

Atendiendo a las declaraciones del autor de Un mundo sin fin, de veras hay que indignarse. Follett parece haber descubierto un Medievo inmóvil y privado de innovaciones. Hace escapar una sonrisa, pero también hace perder la paciencia.

Desde hace décadas, la medievalística mundial viene repitiendo -desde Bloch hasta Le Goff y Tabacco, y muchos otros- que, al contrario, la Edad Media, una edad comúnmente definible y larguísima, que ocupa mil años según algunos, estuvo caracterizada por una profunda experimentación en todos los campos, desde la tecnología hasta la politología. Hasta un místico como Bernardo de Claraval fue un enamorado de las máquinas, de los molinos y de los batanes que se trabajaban en los monasterios cistercienses. San Alberto Magno, en el siglo XIII escribió de astronomía, meteorología, zoología, botánica, medicina, agricultura... hoy es patrón de los químicos.

Follett es muy libre de ser ateo y anticlerical, pero, si se decide a hablar del Medievo, no es libre de ignorar la auténtica pasión por la búsqueda y la innovación de personajes como Gilberto de Aurillac, Roger Bacon y tantos otros: clérigos, sacerdotes, religiosos y místicos, los cuales no eran soñadores alquimistas ni herejizantes.

Sin embargo, la Iglesia inventada de Follett en su última novela es una banda de aprovechados, ladrones, disfrutadores y violadores. Viene la peste a mitad el siglo XIV y no hacen nada para combatirla, ni para aliviar las penas de la gente. Según Follett, la Universidad, los hospitales, las enormes obras de misericordia son nada.

Según él, la responsabilidad del hecho de que la mecánica de las infecciones no fuese conocida antes del siglo XIX se debe a los prejuicios anticientíficos de la religión. Ni siquiera se le pasa por la cabeza que las explicaciones sobre la corrupción del aire o el desequilibrio de los humores del cuerpo fueron, en realidad, la ciencia de su tiempo, la que practicaba toda la sociedad -y toda la Iglesia también, en la medida en que la Iglesia vivía en la sociedad de su tiempo-.

El período examinado por Follett ha sido considerado a la luz de la medievalística más reciente. En particular, no es completamente cierto que se llevara consigo a dos tercios de la población europea; en realidad, las víctimas se fueron distribuyendo en manchas de leopardo, en una geografía difícil de comprender. En muchos casos, los muertos fueron muy superiores a las estimaciones que da el escritor galés; en otros, al contrario, ni siquiera llegó a darse el contagio, como sucedió con la ciudad de Milán, que se vio milagrosamente salvada.

En cuanto al conflicto entre la ciencia y la Iglesia, repito, no se dio de manera alguna. Los médicos de ese tiempo estaban absolutamente encuadrados en un saber cohesionado, en el cual convivían teología y filosofía.

Las críticas expresadas por el novelista no tienen ninguna credibilidad, y hablan claramente, o de su ignorancia de los hechos, o de su anticatolicismo, o de una antipática mezcla de ambas cosas.

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