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El Matrimonio: cosa de todos


Opiniones de dos cualificados miembros del PSOE sobre la ley de matrimonio entre personas del mismo sexo que impulsa su partido, el artículo “Nuestros verdaderos demonios familiares”, de Enrique Gómariz Moraga, sociólogo y ex miembro de la Ejecutiva del PSOE de Madrid, publicado en El Mundo, lunes 27 de junio de 2005, y “La persona por encima de la ideología: Las seis razones de la senadora del Partido Socialista de Cataluña Mercedes Aroz para no apoyar el matrimonio gay”, distribuido por la Agencia Europa Press, jueves 16 de junio de 2005.
“Nuestros verdaderos demonios familiares”. Artículo de Enrique Gómariz Moraga, sociólogo y ex miembro de la Ejecutiva del PSOE de Madrid. El Mundo, lunes 27 de junio de 2005
En este viaje a Madrid encuentro la imagen de un país ideológicamente dividido. Llego la víspera en que una enorme manifestación rechaza la previsible aprobación de la normativa que permite el matrimonio de los homosexuales. Percibo que algunos medios tratan de descalificar esa marcha porque a ella se suman varios obispos y líderes del Partido Popular.
Pero resulta fácil darse cuenta de que la manifestación incluye mucha gente que simplemente está preocupada o molesta por cómo se está encarando este asunto. Y mi preocupación aumenta cuando capto que esa misma molestia se extiende también en el Partido Socialista: algunos la hacen pública, pero una buena cantidad la expresa sólo en círculos próximos o privados.
Había seguido a distancia los términos del debate y ahora mis temores se confirman: seguimos teniendo a gala el etiquetaje, la exageración de los argumentos, la descalificación, el sectarismo, la unilateralidad. Ignacio Sotelo tiene razón: todavía no hemos dejado de ser diferentes.
Y es una lástima que esos demonios familiares nos acompañen a la hora de debatir sobre la familia. La portavoz del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, afirmaba ante la gran cantidad de manifestantes que «ellos deben entender que se trata de una normativa que no obliga a nadie a hacer algo que no quiera hacer».
La idea, que no deja de tener un cierto tonillo defensivo, puede ser discutible para el mundo adulto, pero desde luego es absolutamente incorrecta para los menores de edad. Los niños y niñas, biológicos o adoptados, suelen ir bastante a pie forzado si su madre o su padre deciden establecer una pareja conviviente del mismo sexo; especialmente si son de corta edad.
Las encuestas muestran que la ciudadanía es bastante más reticente sobre las consecuencias para los menores (adopciones, etcétera) que respecto de las uniones homosexuales mismas. Pero cabe preguntarse cuál es el derecho sustantivo que tienen los niños y las niñas en este contexto. En relación con este punto, un editorial del diario El País del 22 de junio de 2005 sostiene que no hay que citar a la ciencia en vano. Para contestar al psiquiatra (Aquilino Polaino) se colocan en el extremo opuesto: la ciencia no tiene nada que decir al respecto.
Nada menos cierto. Es un hecho científico comprobado que la especie humana pertenece al mundo natural y en concreto al orden de los mamíferos, como lo es que un elemento definidor de nuestra especie es el dimorfismo sexual. La antropología ideológica, idealista en el peor de los sentidos, quiere hacernos creer que la especie humana se ha desprendido por completo de su anclaje biológico y se encuentra libre para volar por el éter cultural.
Sólo de esta forma podremos librarnos del dimorfismo sexual propio de nuestra especie. Esta perspectiva no sólo supone una peligrosa pérdida de realidad, sino también una ofensa al mundo natural y al enfoque ecológico. Es decir, supone la flagrante contradicción de ser defensores del equilibrio biológico y, al mismo tiempo, sacar limpiamente a la especie humana del medio natural. Todo un ejemplo de soberbia antropocéntrica, cuando parecía que habíamos aprendido algo de la crítica a los modelos de desarrollo depredadores del ambiente.
(...) Hay otra versión menos grosera pero no menos extraviada: se acepta que pertenecemos al mundo natural y que, por tanto, no podemos desprendernos de nuestro dimorfismo sexual, pero, dado que progresivamente las diferencias entre mujeres y hombres están desapareciendo, el hecho tangible de la diferencia biológica sexual es cada vez menos relevante.
Alguien podría sorprenderse de que esto pueda argumentarse después de 20 años de descubrimientos científicos acerca de cómo el anclaje biológico cuenta en el comportamiento y las sensibilidades específicas de mujeres y hombres, o después de una cantidad semejante de años de feminismo de la diferencia, estudios de género y definición de la equidad: igual dignidad de seres humanos diferentes.
Ahora, cuando los estudios de género más actualizados nos dicen que hay que abandonar las posiciones culturalistas extremas para adoptar un enfoque más equilibrado sexo-género, resulta que los intereses del colectivo homosexual nos deben obligar a retroceder.
En suma, el dimorfismo sexual de la especie humana cuenta de manera central en psicología, antropología, medicina y un largo etcétera científico. En realidad, sin este hecho fundamental, también el reto de la equidad de género carece de sentido.
Las almas libres de todo contagio biológico, o mujeres y hombres exactamente iguales, no tienen necesidad alguna de un nuevo contrato social y personal en materia de género. Como suele suceder con los enfoques idealistas, su ropaje progre oculta, voluntaria o involuntariamente, una orientación inmovilista o retardataria. Pero entonces, si el dimorfismo sexual de la especie humana cuenta, todo parece indicar que debería contar especialmente en los espacios de socialización y simbolización iniciales de la Humanidad, que hasta ahora se procesan principalmente a través de las familias. Es decir, no parece haber mucha duda de que niñas y niños tienen un derecho sustantivo a contar con las figuras materna y paterna en ese contexto. Al menos hay que reconocer que toda la información científica que poseemos hasta el momento aconseja mucha prudencia.
Otra cosa es si ese derecho es el único existente en un espacio vacío o, por el contrario, existen otros derechos que es necesario tomar en consideración, tanto respecto de los otros miembros de las familias como de los propios niños y niñas.
Pero negar el derecho humano a ser educados por ambas figuras, masculina y femenina, por definición ideológica, cálculos políticos o cualquier tipo de intereses adultocráticos, es algo que ningún Gobierno que busca el bien común debería promover.
Un enfoque realista y progresista tiene como punto de partida tomar distancia de esta guerra de idealismos: las familias compuestas de figura paterna y materna no son el mejor de los mundos por definición, como sostiene el familismo de derechas, pero el dimorfismo sexual de la especie humana cuenta, especialmente respecto de niños y niñas.
Desde esta perspectiva, es necesario conciliar el derecho humano de las personas adultas a elegir su preferencia sexual y vivir de acuerdo a ella, y la relación de estos derechos con los propios de la niñez. La cuestión consiste en saber si, a partir del derecho a elegir preferencia sexual, es posible organizar grupos familiares de convivencia sostenida. No hace falta una larga argumentación para deducir que si existe el primer derecho debe existir el segundo: las relaciones sexuales estables conforman grupos familiares de hecho y deben reconocerse de derecho. El segundo paso consiste en saber si esos grupos familiares parten o no del matrimonio. Desde luego, es sabido que hay familias que no tienen como base la existencia de un matrimonio: las familias monoparentales, la convivencia entre hermanos, etcétera.
Así, la cuestión en disputa se circunscribe: hay que saber si el término matrimonio puede identificar indistintamente una unión entre una mujer y un hombre o entre dos personas del mismo sexo. Hay dos soluciones al respecto. Por un lado, la que prefieren los homosexuales, que consiste en que la misma figura identifique la unión tanto de heterosexuales como de homosexuales. La desventaja de esta opción es que desconoce el valor del dimorfismo sexual.La ventaja es que asegura que no haya discriminaciones entre las uniones por opción sexual. En todo caso, para lograr una forma adecuada de esta opción ha de tenerse cuidado con que se formule sin que dé lugar a confusiones, por ejemplo abriendo tanto el contrato nupcial que dé lugar a la posibilidad de matrimonios entre dos personas cualesquiera, padre e hija, hermanos, etcétera. La otra fórmula es la que se ha elegido en gran parte de Europa: establecer una figura específica para las uniones del mismo sexo, que tiene semejantes derechos a la unión heterosexual, pero dejando la figura del matrimonio para la unión entre un hombre y una mujer. La ventaja de esta fórmula es que valora y diferencia el dimorfismo sexual de la especie humana y la desventaja reside en que hay que tener permanente cuidado de que los derechos semejantes no introduzcan detalles que sean en realidad diferencias producto de discriminaciones objetivas.
Es importante consignar que esta fórmula es la preferida por una gran cantidad de las personas que han optado y optan por una figura jurídica, el matrimonio, que significa la unión entre un hombre y una mujer. Y es cierto que esa gran mayoría tiene el derecho a que su unión tenga una identidad propia y no se confunda con la de las personas de un mismo sexo. Al igual que muchas minorías, reclaman muchas veces que se reconozca la particularidad que les identifica y se supone que ese derecho no se pierde por el hecho de constituir una gran mayoría. En cuanto a la relación de los derechos de las personas adultas con los propios de la infancia, parece que el derecho de los homosexuales a no sufrir discriminaciones en cuanto a la procreación o a la adopción es algo que no debe referir sólo a la comparación entre adultos heterosexuales y homosexuales, sino que, sobre todo, tiene que tomar en consideración irremisiblemente los derechos de niños y niñas.
Ahora bien, como apuntamos, los derechos no suelen existir en solitario. Además de este derecho a gozar de la riqueza que supone el dimorfismo sexual de nuestra especie, hay muchos otros más que la infancia posee, que pueden asociarse o colisionar con el anterior. (...) La normativa sobre adopciones, que ya establece múltiples condiciones para realizar ese acto, debe ponderar como un factor entre otros, el derecho de los niños y niñas a tener una madre y un padre.
Sin mediar ideologías idealistas de uno u otro tipo. La elección entre las opciones mencionadas debe hacerse con honradez intelectual. Una gran parte de las molestias existentes es que parece que el Gobierno sólo escucha los legítimos argumentos del colectivo homosexual.
Es urgente abrir el debate a otras perspectivas y que muchos progresistas pierdan el miedo a mostrar sus dudas. Una precipitación política en este tema puede ser pan para hoy y hambre para mañana.

“La persona por encima de la ideología: Las seis razones de la senadora del Partido Socialista de Cataluña Mercedes Aroz para no apoyar el matrimonio gay”. Agencia Europa Press, jueves 16 de junio de 2005

La senadora socialista por Barcelona Mercedes Aroz ha explicado que no apoyará "la próxima semana la Ley de regulación del matrimonio, de gran trascendencia social", por dos razones principales, entre otras, que son que la ley "va más allá de la equiparar uniones homosexuales y matrimonio" pues "cambia la esencia de la institución matrimonial", y porque en una ley de "esta trascendencia no se haya propiciado un gran consenso parlamentario y se haya creado una situación de fuerte división social".
Con Mercedes Aroz fueron dos los senadores socialistas que no apoyaron la ley: Francisco Vázquez y ella misma. Los razonamientos que le han llevado a la senadora socialista a estar en contra de la ley de reforma del matrimonio, son los siguientes, según ha manifestado a Europa Press:
1.- Como legisladora considero que las normas jurídicas deben garantizar el bien común, algo que esta ley no cumple a mi juicio ya que no mantiene el equilibrio necesario entre la ampliación de los derechos civiles para la minoría homosexual y la salvaguarda de los intereses generales.
2.-Coincido en mi oposición a esta Ley con las posiciones sobre esta cuestión de buena parte de la socialdemocracia europea y las del socialismo francés que representa Lionel Jospin, y con los argumentos jurídicos expresados por organismos representativos como el Consejo de Estado y el Consejo General del Poder Judicial. Mi crítica es a la regulación jurídica concreta por la que se ha optado para el reconocimiento de derechos a la unión de personas homosexuales, que rompe la configuración objetiva del matrimonio y no da prioridad a los derechos de la infancia.
3.- La Ley confunde una institución de relevancia social, como es el matrimonio, con formas de convivencia basadas en la orientación sexual, que como reconoce la propia Ley son algo de trascendencia personal, aunque puedan generar derechos. Por el contrario, la unión de un hombre y una mujer en la que se basa el matrimonio, de la que procedemos todos y que asegura el futuro de la humanidad genera beneficios sociales y requiere por ello, una regulación jurídica propia y una protección adecuada.
4.- La Ley va más allá de equiparar uniones homosexuales y matrimonio, ya que propone cambiar la esencia de la institución matrimonial basada en la ley natural y civil, y de la que procede también el matrimonio canónico. Y esta alteración del matrimonio implica debilitar la institución más importante de la sociedad. Y no parece que convenga a la sociedad en su conjunto que se debiliten instituciones jurídicamente consolidadas que son su propio cimiento.
5.- Con respecto a la adopción no hay estudios concluyentes sobre los efectos para el desarrollo armónico de los niños en parejas del mismo sexo. Hay opiniones contradictorias de los expertos. Por tanto, ante la duda hay que inclinarse por anteponer los derechos de los menores que según nuestro ordenamiento jurídico han de tener prioridad absoluta para el legislador.
6.- Finalmente, lamento que en una Ley de esta trascendencia no se haya propiciado un gran consenso parlamentario y que se haya creado una situación de fuerte división social, desoyendo la posición contraria de millones de ciudadanos españoles representados por otros partidos políticos democráticos y expresada también a través de asociaciones e instituciones importantes de nuestra sociedad. Especialmente cuando hay otras alternativas. Valga el ejemplo de la reciente Ley aprobada en Suiza que denomina a la unión homosexual Pacto Civil de Solidaridad (PCS), que no equivale al matrimonio ni permite adoptar, pero equipara los derechos en el ámbito fiscal, penal, de sucesiones, seguridad social y jubilación".

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